El caso escocés ha sido utilizado en nuestro país para formular todo tipo de especulaciones, en función de la posición asumida por cada cual respecto al “proceso soberanista” en Catalunya. El 55,3% del pueblo escocés ha dicho NO a la independencia, mientras que el 44,7% ha dicho SÍ a la ruptura con el Reino Unido. El movimiento obrero debe extraer conclusiones de este proceso.
A vueltas con las fronteras.
Si se analiza la prensa burguesa de algunos países, entre ellos el nuestro, pareciera que un viejo fantasma recorre Europa. Por desgracia, en este caso no se trata del espectro del comunismo al que se referían Marx y Engels en las célebres palabras iniciales del Manifiesto del Partido Comunista, sino que se trata de la posibilidad de reconfigurar las fronteras internas de algunos países europeos.
El movimiento comunista, a lo largo de los dos últimos siglos, ha sido capaz de elaborar una precisa teoría respecto a la cuestión nacional y respecto a la táctica revolucionaria que corresponde aplicar en cada caso. Sin embargo, en el seno de “la izquierda”, al igual que sucede con otros aspectos, parece reinar cierta confusión.
El momento histórico presente.
La primera cuestión que convendría recordar es el carácter histórico de las naciones, un carácter histórico que se corresponde con una determinada época: el capitalismo ascensional. Hoy, lejanos los tiempos en que las burguesías jugaban un papel revolucionario y luchaban por constituir naciones independientes, vivimos de lleno en la época de declive de la formación capitalista, en plena tendencia a la reacción propia de la fase superior y última del capitalismo.
De lo anterior no se concluye que haya llegado el momento de negar toda posibilidad de cambio. Por el contrario, se debe analizar a qué se deben esas posibilidades de cambio, qué está sucediendo para que en algunos estados plurinacionales se estén incrementando las tensiones nacionales. Y hay que hacerlo partiendo de la posición que cada estado ocupa en la pirámide imperialista, de las relaciones de interdependencia desigual que se dan en su seno, de lo que sucede en la base económica de cada sociedad y del carácter de nuestra época, que con independencia de la correlación de fuerzas existente, está marcada por el declive imperialista y por la transición revolucionaria al socialismo – comunismo.
Crisis capitalista y cambios en la superestructura.
La crisis de sobreproducción y sobreacumulación de capital que estalló en el verano de 2007 no es una crisis cíclica cualquiera. Y no puede serlo porque se da en un momento histórico de claro agotamiento de las posibilidades con que cuenta el capitalismo para reemprender el proceso de reproducción ampliada del capital.
A ello contribuye poderosamente el alto grado de desarrollo científico – técnico, que determina una elevada composición orgánica del capital que, a su vez, presiona incesantemente la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, y también el grado de interdependencia alcanzado en el seno de la economía mundial. Por todo ello, las relaciones de producción capitalista se manifiestan cada día más como una traba, como un límite al desarrollo de las fuerzas productivas y, con ello, como un peligro patente para el futuro de la propia humanidad. Hablamos por tanto de una crisis económica inserta en la crisis general del capitalismo inaugurada con la Revolución de Octubre de 1917, cuando las propias contradicciones del capitalismo empataron con la posibilidad real de que “los de abajo” tomasen el poder abriendo el camino de un futuro emancipado.
Esta patología capitalista se refleja de una forma concreta en los estados multinacionales, como el Reino Unido o el Estado español, en los que no existe una sola clase nacional burguesa en el poder, sino que el papel dominante se reparte entre diferentes burguesías nacionales que conforman un solo bloque dominante que les permite actuar unificadamente contra la clase obrera y, también, contra otros competidores capitalistas en el mercado mundial.
Azotadas por la crisis capitalista, que como todo cambio en la base económica tiene un reflejo en la superestructura, las diferentes burguesías se lanzan entonces a renegociar su posición en el seno del bloque dominante, levantan la bandera nacional bajo la ideología nacionalista y se lanzan de lleno a renegociar cual pirañas su papel en el reparto del botín.
Lo que nos enseña el caso escocés.
El caso escocés es buena prueba de ese proceso, de esos cambios que están en marcha también en el Estado español. La aparente contradicción antagónica inicial, que condujo a una sola pregunta en el referéndum al no admitir el sector dominante de la burguesía británica la segunda pregunta sobre un mayor grado de autonomía para Escocia en el seno del Reino Unido, fue manifestándose como no antagónica en la medida en que se acercaba el referéndum. Cada cual jugó sus cartas, desde el famoso Libro Blanco de los sectores independentistas, que admitían conservar la libra y entregaba la jefatura del hipotético Estado independiente a la Reina Isabel, al viraje final de David Cameron –con el inestimable apoyo laborista– prometiendo nuevas competencias autonómicas tanto a Escocia como a Irlanda del Norte, Gales y la propia Inglaterra.
El nuevo pacto fue tomando forma, fue definiéndose, perfilándose, calando en las conciencias como única forma de entendimiento posible, y, finalmente, se cobró la cabeza de quien no fue capaz de subirse al carro (Alex Salmond). La amplia victoria del SÍ, con una significativa presencia del NO, abren el camino de una actualización de la correlación de fuerzas en el bloque dominante. Pero ¿y la clase obrera?, ¿qué papel ha jugado en este proceso?, ¿ha existido una posición unificada del movimiento obrero escocés, irlandés, galés e inglés? Por desgracia no ha existido, dividido tras el SÍ o el NO, el movimiento obrero, una vez más, se ha situado bajo pabellón ajeno.
El camino del movimiento obrero.
El movimiento obrero revolucionario debe extraer conclusiones de estos procesos y, en primer lugar, el nuestro. El internacionalismo proletario es nuestra bandera y, desde esa posición, debemos combatir para que ninguna obrera, ningún obrero, empuñe una bandera ajena que conduzca a que quienes nos explotan utilicen nuestra fuerza para perpetuar su dominación, porque, en ese sentido, tal y como se afirmaba en el Manifiesto del Partido Comunista, los trabajadores no tienen patria y, por tanto, mal se les puede quitar lo que no tienen.
Como nos enseñaron Marx y Engels, con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrará la hostilidad de las naciones entre sí. Esa es la tarea esencial de la lucha comunista, preservar la independencia de clase y su unidad por encima de toda diferencia nacional, al mismo tiempo que se denuncia la hostilidad del bloque dominante oligárquico – burgués al ejercicio de todo derecho democrático, incluido el derecho de autodeterminación.
A la burguesía se le ha acabado el tiempo en todos los sentidos, ni puede poner freno al desarrollo de las contradicciones presentes en la base económica ni puede tampoco solucionar la cuestión nacional, salvo empujando a la humanidad al borde del abismo. Vivimos un nuevo tiempo en el que la clase obrera marchará al frente, tomará el poder, se constituirá en clase nacional, poniendo fin en un estadio superior de avance de la Revolución Mundial a las mismas naciones, bajo una sola bandera, la bandera roja con la vieja llamada al combate: ¡Proletarios de todos los países, uníos!
R.M.T.