Ha comenzado la legislatura y, con ella, el debate sobre la reforma constitucional. La clase dominante, tras casi una década de crisis capitalista, tratará de poner en marcha una reforma limitada de la Constitución del 78. Se trata de un ejercicio de autorregulación del Estado capitalista, en el que PP y PSOE marcarán los límites y en el que la clase obrera tendrá que enfrentar, de nuevo, la falsa ilusión del parlamentarismo más estrecho.

Reorganización del Estado y reforma constitucional.

La Constitución de 1978 ha envejecido. La clase dominante lo ha comprobado durante los más de ocho años transcurridos desde que se manifestó en España la crisis capitalista. Como si de un viejo modelo de teléfono móvil se tratase, el texto constitucional no cumple con las funciones que hoy demanda el mercado. Pero, el bloque oligárquico-burgués que ostenta el poder, dada la correlación de fuerzas en su seno y las contradicciones que lo atraviesan, en vez de sustituir el viejo teléfono, ha decidido repararlo.

Y, ya se sabe, toda reparación tiene sus límites. Se resuelve así, en un ejercicio de autorregulación capitalista, dos tendencias solo aparentemente contradictorias: la que lucha por mantener el orden constitucional, recurriendo a un incremento de la coerción, y la que puja por su reforma para adecuarlo a las nuevas condiciones.

El PP y el PSOE: núcleo duro del poder.

En estas condiciones, la forma en que se expresa el bipartidismo que caracterizó las últimas décadas, es la de un PP que expresa la tendencia al conservadurismo y al mantenimiento de la Constitución del 78 y la de un PSOE que puja por una reforma limitada. Los 222 diputados con que cuentan (con unos 13 millones y medio de votos), permiten que las viejas fuerzas políticas dominantes continúen jugando el papel de núcleo duro del poder.

Ciudadanos, por su parte, se suma al juego; tratando de integrar en un nuevo consenso constitucional a sectores de pequeña y mediana burguesía, golpeados por la crisis, que depositan sus aspiraciones de clase en una reforma que haga que el capitalismo funcione, incorporando además a amplios sectores sociales, menores de 45 años, que no participaron en su día en la fiesta de la democracia.

Los límites que publicita el bipartidismo, en principio, parecen claros: no se tocarán ni la Monarquía, o sea, nada de referéndum sobre la forma de Estado; ni la unidad de España, esto es, que nadie sueñe con que se reconozca el derecho de autodeterminación. Pero como veremos, hay otros límites aún más sagrados, aquellos de los que nadie parece querer hablar.

¿Ensanchar la Constitución?

Por su parte, Podemos, por boca de Errejón, defiende la necesidad de “ensanchar la Constitución”, en palabras de Íñigo Errejón. La fuerza neosocialdemócrata, con independencia del resultado de su proceso congresual, presentará a debate toda una serie de medidas dirigidas a embellecer democráticamente el poder capitalista español y que, sencillamente, resultan absurdas y/o utópicas en el marco del capitalismo.

Podemos, que arrastra tras de sí en la marca Unidos Podemos a lo que queda de IU-PCE, al hablar de “ensanchar la Constitución”, para que quepamos todos, defiende la utopía reaccionaria de un capitalismo democrático, de rostro humano, que ni existió ni puede existir en nuestros días. Se trata de incorporar a las grandes mayorías que se han movilizado contra los efectos de la crisis capitalista a una tramposa operación política, una versión 2.0 de la traición cometida por el PCE en 1978.

Superar los verdaderos límites, para construir el país que necesitamos.

El verdadero límite existente en este debate, aquel del que nadie hablará, salvo nuestro Partido Comunista. No cabe debatir, y nadie debatirá en el marco parlamentario, sobre la necesidad de superar el capitalismo. Y esa es la verdadera conditio sine qua non para cambiar las condiciones de vida de las inmensas masas trabajadoras de nuestro país, para terminar con la lacra del desempleo, con los salarios de miseria, con la siniestralidad laboral, con el hambre y la desnutrición, con los desahucios, con la opresión y la sobreexplotación que sufren las mujeres trabajadoras.

Este no es el país que queremos y no es el país que necesitamos, con reforma constitucional o sin ella. Cuando vean la luz estas líneas habrá comenzado el año 2017. En el centenario de la mayor obra revolucionaria que haya emprendido jamás la humanidad, los hijos e hijas de Octubre tenemos claro que solo la lucha por el socialismo-comunismo, por el poder de la clase obrera, puede garantizar un futuro emancipado. El reto es que así lo entiendan las mayorías obreras y populares, de cuya lucha dependerá el futuro de nuestro país y de toda la humanidad.

RMT.

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