No cabe duda, no estamos ante una obra maestra del séptimo arte. Tampoco pasará a su historia por la brillantez de su estilo cinematográfico. Sin embargo, la película del joven cineasta alemán Florian Gallenberger (Múnich, 1972) tiene el mérito de recuperar, para la memoria colectiva, uno de los horribles sucesos ocurridos en Chile tras el golpe de Estado del General Pinochet: los abusos y torturas sufridos por centenas de presos políticos antifascistas en Colonia Dignidad, un centro de detención en la Comuna del Parral al sur del país andino, fundado y controlado desde 1961 a 1997 por un grupo de alemanes dirigidos por el pedófilo nazi Paul Schäfer. Razón más que suficiente como para desde aquí, independientemente de la calidad del filme, prestarle la atención que merece.

De la toma del poder por los militares fascistas chilenos, con el apoyo de los Estados Unidos el 11 de septiembre de 1973, sabemos que provocó el fin del Gobierno de la Unidad Popular, el asalto y destrucción del Palacio de La Moneda y la muerte del Presidente Salvador Allende. Lo que quizás se conozca menos en nuestros días, y se calla celosamente, es el apoyo de las “democracias occidentales” a tamaña barbarie y a la posterior represión del pueblo chileno. Concretamente la complicidad de la diplomacia germana, silenciando durante 40 años los crímenes que se cometían con sus propios súbditos en aquel siniestro lugar, y la colaboración del Bundesnachrichtendienst, el servicio secreto alemán. Y el filme lo señala sin ambages.

Recuperar la memoria.

La película, construida como un angustioso y trepidante thriller fuertemente inspirado en los hechos que comentamos, nos cuenta la historia de Lena (Emma Watson), una azafata de una aerolínea de bandera alemana que termina infiltrándose en Colonia Dignidad para intentar rescatar a su novio Daniel (Daniel Brhül), un activista antifascista que ha sido detenido y torturado por la DINA, la policía secreta de la dictadura. Una hermosa historia de amor y sacrificio que deja, sin embargo, claro y meridiano el derrocamiento del Presidente electo Allende, el sostén del Tío Sam en el magnicidio, la connivencia de las democracias burguesas en la ignominiosa tarea y la salvaje represión ejercida sin descanso por los esbirros de Pinochet sobre el pueblo chileno. Pulverizando, de ese modo, posibles críticas sobre estereotipos y convencionalismos temáticos. En ese sentido, y desde el punto de vista de sus carencias cinematográficas, podríamos decir que los diálogos no están a la altura que requiere una historia de este calibre, al igual que echamos de menos una mayor profundización en el contexto político-histórico. Pese a todo, se trata de un filme lleno de intriga y emoción que no deja indiferente a nadie. Una obra que pretende llevar al público una historia mayor, la de un infierno dentro del infierno, del que pocos saben o casi nadie recuerda. “Una película necesaria para la memoria y para la reparación moral”, como precisó en su estreno en Alemania en 2015 Winfried Hempel, abogado de las víctimas.

Rosebud

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