Las mujeres trabajadoras estamos sometidas a una doble opresión, pues a  la sobreexplotación, (como sabemos  no existe otro elemento flexible de acumulación capitalista que la sobreexplotación de la clase obrera)  hay que sumársele el trabajo gratuito que venimos realizando en el hogar, asumiendo la mayoría de las tareas de crianza de los hijos, limpieza etc. 

La participación femenina en el trabajo familiar doméstico, sin retiro mientras las condiciones de salud lo permiten, tiene como  característica importante que su realización no es lineal, sino que sigue el ciclo de vida y se intensifica notablemente cuando se cuida a personas dependientes: niñas, niños, personas ancianas o enfermas. De ahí que la intensidad de participación de las mujeres en trabajo familiar doméstico dependa en una parte importante de su situación en el ciclo vital: lo habitual es que aumente cuando se pasa de vivir sola a vivir en pareja, continúe aumentando cuando se tienen hijos o hijas, disminuya –aunque sigue siendo elevada– cuando éstos crecen y vuelva a aumentar si se tiene la responsabilidad de una persona mayor.

Mientras la  burguesía  resuelve los problemas de conciliación   a través de la explotación de mujeres trabajadoras, pagando -mal- una ayuda doméstica  que está netamente feminizada, en  el caso de  las trabajadoras,  las decisiones sobre nuestra  incorporación al trabajo asalariado  se ven altamente determinadas por las   circunstancias familiares. Abocadas al  trabajo a media jornada  o al  abandono laboral cuando no es posible compatibilizar  la vida laboral con la familiar, en algún momento,  nos encontramos ante esa tesitura.

El trabajo que se produce en los hogares sigue subvalorado social y económicamente, no se le llama trabajo, pocas veces se paga, abarca muchas facetas imprescindibles de la vida y sigue recayendo, principalmente, en las mujeres.  Todo aquello que las mujeres nos  vemos  obligadas a hacer «gratis», ya sea relacionado con la existencia o la subsistencia humana, se le llama «reproducción», en oposición con la producción y no como su contraparte dialéctica. «Reproducir» connota en términos patriarcales, una actividad menor, secundaria, que no genera en sí valor económico alguno. Suele estar excluido del cálculo del Producto Interno Bruto y de  un modo «muy racional» se utiliza la «reproducción» cargada de significados y símbolos femeninos para ocultar, más aun, el trabajo de las mujeres que asegura gran parte de la acumulación de capital.

Hay por tanto unas  dificultades que tienen que ver con  la realidad  de las mujeres trabajadoras. En primer lugar con su situación y dificultades para la participación en la lucha  y en segundo lugar con  la permeabilidad a las  posiciones ideológicas burguesas (feminismo al servicio del capitalismo o versiones más modernas).  Así, el capitalismo, tiene también atrapadas a las trabajadoras en luchas parciales y específicas  y el reto es encontrar el camino por el que las mujeres de la clase trabajadora y sus reivindicaciones específicas se  integren  en la lucha general de la clase y en la lucha por el socialismo. Y sí, la contradicción principal es la de capital-trabajo, pero la de género no es reducible a las contradicciones secundarias. La contradicción de género es transversal a las clases sociales y tiene un carácter específico, distinto que otras contradicciones. Requiere un análisis específico. La  integración  coherente  de  las contradicciones de género permitirá que  el  conflicto del movimiento obrero con el capitalismo, lleve  a hacer hegemónicas las posiciones de un  cambio de sociedad, no sólo de una parcelita de la sociedad.

Cuando vivimos en una sociedad dividida en clases no hay  comunidad de intereses entre todas las mujeres.

Pero tampoco  hay posibilidad  de desdeñar las contradicciones transversales y secundarias para engendrar esa nueva sociedad sin clases explotadas y géneros oprimidos que llamamos socialismo.   Y sería muy preocupante desdeñarlas por una cuestión semántica,  por  el conservadurismo envuelto en retórica,   por un análisis binario o por una combinación de todos ellos.  A propósito de las  dificultades para la incorporación de las mujeres a la lucha revolucionaria, conviene traer a colación lo que ocurrió en el pasado con la incorporación de las mujeres a las organizaciones obreras y al trabajo asalariado, en palabras de  Auguste Bebel en su obra La mujer y el socialismo, también se debía a que, a pesar de la teoría, no todos los socialistas apoyaban la igualdad de los sexos: “No se crea que todos los socialistas sean emancipadores de la mujer; los hay para quienes la mujer emancipada es tan antipática como el socialismo para los capitalistas (…)”

Ni la igualdad en derechos formales, ni la eliminación de la propiedad privada asegura la superación automática y definitiva del papel subsidiario y reproductivo de la mujer en la familia y en la sociedad.  Claro que, sin la socialización de la salud, la dependencia, los cuidados, la crianza, la educación…, no hay liberación de la mujer sino insoportable esclavitud, pero  pese a la existencia de lavadoras, secadoras,  aspiradoras y  avances técnicos,  la realidad es que las trabajadoras seguimos encerradas en un círculo de cuidadoras sin sueldo, como nuestras madres, abuelas y parece que  también  nuestras hijas.  ¿Razón? Busquémosla con la misma audacia que nuestros clásicos abordaron ese debate enfrentando todo tipo de dificultades internas y externas. Tenemos  claves teóricas para profundizar en el papel de la mujer como sujeto en la esfera de la reproducción y  en la esfera de la producción, ambas constitutivas del concepto mujer en el capitalismo, y ambas necesitadas de análisis y profundización para entender hoy la doble opresión de las mujeres trabajadoras y de las mujeres de las  capas populares.

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