Ni que decir tiene que ninguna consecuencia práctica espero  se produzca  en la realidad  sociopolítica del Pais Valencià como consecuencia  de la detención de Eduardo Zaplana. Sé muy bien que son muchas y profundas las raíces de la corrupción institucional y orgánica que el capitalismo ha creado en mi país desde 1936. Nepotismo y privilegios, labrados en el poder de falangistas que en los más diversos sectores productivos,  pero muy especialmente en el turismo, han hecho durante décadas de nuestro pueblo y  territorio su coto privado, no se eliminan por poner a un capo de capos tras las rejas.  Se habla y algo se sabe  del caciquismo rural de Andalucía, Extremadura o Castilla, pero no menos ominoso es el poder que las élites económicas valencianas han practicado y siguen realizando en su finca costera. Poder que somete a una clase trabajadora sobreexplotada que vive con cierta naturalidad estar en la cola de las prestaciones por pensiones pues el trabajo clandestino o en fraude de ley o convenio es su día a día. Foto de un País que de tanto pacto social y renuncia política parece haber olvidado que los pocos derechos que aún conserva los consiguió una clase obrera y un pueblo organizado que luchó duro por sus derechos laborales y  sociales desde la seguridad de que el autogobierno era nuestra mejor herramienta para liberarnos y defender nuestra lengua y cultura.

Pero la Transición liquidó gran parte de las expectativas que abrieron aquellas luchas históricas por los convenios de la construcción en Alacant, del calzado en el Vinalopó o del textil en les comarques centrals y las movilizaciones per la Llibertat, l’Amnistia i l’Estatut d’Autonomia. Padecimos la misma derrota amarga y desmovilizadora que vivió el resto de la clase obrera y sectores populares de los pueblos de España. Sin embargo para quienes seguimos luchando por nuestros derechos como clase y como pueblo, la victoria de nuestro enemigo de clase tenía el añadido de ser protagonizada por una burguesía “blavera” que también buscaba destruirnos como pueblo y reducir nuestra lengua y cultura a un esperpento.

Personajes de despreciable recuerdo como Vicente González Lizondo (UV), Fabra o Rita Barberà son claros representantes de ese populismo provincialista cutre y chabacano que aun hoy forma la superestructura legitimadora de un expolio que parece no tener límite.

Cultura del pelotazo que a base de destruir nuestro territorio y el tejido productivo, posicionó al sector más parasitario e improductivo de la burguesía valenciana en una posición absolutamente dominante. De ella es absolutamente imposible enumerar de carrerilla todos sus casos de corrupción pues en cada ciudad o comarca tiene su gánster oficial que controla el mercado de los contratos públicos a costa de tener en nómina a cuanto concejal o alcalde sea necesario comprar para sus negocios

Y llegado aquí es donde aparece Eduardo Zaplana y el odio de clase que le profesamos a ese individuo trajeado cualquier valenciano o valenciana con dignidad y principios. Este golfo que vino a la política a forrarse como afirmó en aquellas célebres grabaciones que fueron declaradas nulas, llegó de la mano de su suegro y magnate hostelero a la alcaldía de Benidorm comprando el voto de una concejala del PSOE llamada Maruja Sánchez, estuvo detrás de la quema de uno de los parajes más bellos de la Marina Baixa para “liberar” los terrenos donde se construyó la multimillonaria ruina de Terra Mítica y miles de viviendas rodeadas de campos de golf que llenaron su bolsillo. No, nunca lo olvidaremos, ni tampoco que de ahí saltó a la Presidència de la Generalitat liderando una banda criminal organizada como el PP para saquearla y privatizar todo lo que fuera posible a cambio de suculentas comisiones. Este tipo saqueó, tejió una red de clientelismo y, lo más triste, destruyó el sentimiento de un pueblo arrastrándolo por el suelo con el más absoluto desprecio. Para él, el País Valencià sólo era la plataforma y el mercado desde el que saltar a las altas cumbres de los pelotazos de “estado” con amigos tan selectos como el narcopresidente de Nicaragua el Gordo Alemany o Berlusconi con el que entró en Telefonica

Para eso quedamos los y las valencianas y de esa humillación de la que solo nos recuperaremos cuando la clase obrera adquiera el protagonismo social que le corresponde defendiendo sus intereses de clase, nos vienen muchas de las lacras que nos lastran y condenan.

Por eso la detención de Eduardo Zaplana es una gran alegría que celebramos y queremos compartir con los lectores y lectoras de UyL.

Salut i força

Paco Salens Monllor

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