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Editorial Noviembre 2018

El capitalismo actual precariza el empleo, y desvaloriza el precio del trabajo, como una consecuencia directa de la implacables leyes históricas que internamente lo determinan.

El ciclo de reproducción ampliada del capital, determinado por los extraordinarios desarrollos científico-técnicos actuales, se produce a una velocidad de vértigo, y con la participación masiva de la clase obrera internacional que, en cantidades infinitesimales1, aportan su valor a la ganancia capitalista centralizada. La producción de mercancías, altamente tecnificada, está sometida a un proceso en el que el trabajo humano directo se reduce de forma progresiva y acelerada. La robotización multiplica esta tendencia a ojos vista. Esto, que como concepto teórico, conocemos como el aumento de la composición orgánica del capital.

El proceso de valorización del capital se enfrenta a dificultades derivadas del reducido porcentaje de trabajo humano directo que se incorpora en el proceso de producción de mercancías, limitando de forma creciente las posibilidades de cada capitalista para la extracción de la plusvalía (ganancia).

Una internacionalización generalizada de todos los procesos de producción lleva a una interdependencia entre capitalistas, cuyo margen de maniobra para hacer crecer su propio capital es cada día más estrecho. Las mercancías producidas están participadas por un porcentaje mayoritario de materias primas semielaboradas, o por componentes fabricados en los lugares más diversos geográficamente. El actual proceso de producción no puede librarse de esta lógica. El capitalista desarrolla su actividad explotadora montado en un tigre desbocado, del que está imposibilitado de bajarse bajo riesgo de ser devorado. Pero, también, montado en el tigre está sometido a los peligros derivados de posición tan riesgosa.

Para enfrentar una situación tan extrema, el capitalista necesita la máxima flexibilidad en los mecanismos que le hagan posible la extracción de plusvalía. Comprando la fuerza de trabajo durante un tiempo limitado exclusivamente al instante en que la precisa y le extrae plusvalía. La expresión de “cargas sociales” adquiere todo su significado en este contexto. Un trabajador/a con jornada completa y garantía de continuidad en el empleo se convierte en una “carga” insoportable para el capitalista, que tiene que andar a salto de mata en la producción de mercancías, tratando de aprovechar los resquicios de la más pequeña coyuntura favorable, o una situación transitoriamente (a veces fugazmente) de ventaja en la competencia con otros capitalistas.

Esa es la lógica objetiva que está detrás de la situación de precariedad, temporalidad y reducción de salarios, a que es sometida la clase obrera de este país en la relación más directa entre capital y trabajo.

¿Puede el capitalismo español sustraerse a esta lógica? ¿Es posible desarrollar políticas de gobierno que obliguen a los capitalistas españoles a aplicar una política de contratación con empleo fijo, a tiempo completo y con mejores salarios? Eso, en todo caso, es posible cada vez en sectores más reducidos y, en general, no en el campo de la producción sino en el campo de los servicios, donde los capitalistas consiguen apropiarse, de forma indirecta, de una fracción del valor generado en la economía de la producción de mercancías, a pesar de que su actividad concreta no genera valor alguno.

Imperialismo: capitalismo parasitario y en descomposición (Lenin). Hay toda una caterva de farsantes y engañaobreros que pretenden seducir a la clase obrera prometiéndole que “bajo su gobierno” se recuperará la causalidad en el puesto de trabajo, y unas condiciones estables y garantizadas de continuidad en el empleo. Puro engaño y mentiras de un capitalismo anterior, que ya murió para no volver jamás.

Las tendencias internacionales, en el marco mundial de la lucha de clases, no hacen más que agudizar el desarrollo de estas leyes históricas. Nunca la clase obrera fue capaz de producir tanto como hoy, y nunca recibió una parte tan ínfima del valor producido en el proceso de venta de su fuerza de trabajo.

Millones de trabajadoras y trabajadores lo que reciben con salarios de unos cientos de euros al mes por largas jornadas de trabajo, temporalidad, empleo fijo-discontinuo, trabajo de campaña de Navidad o de mes de agosto. Y, siempre, esos salarios pierden poder adquisitivo de forma continuada. Esa es la realidad incontestable a la que está sometida la clase obrera española en este inicio del siglo XXI.

Ahora llega la socialdemocracia al gobierno y promete subida del salario mínimo, bono de ayuda energética, subida de impuestos a los grandes monopolios transnacionales, y aumento del gasto social si se aprueban sus presupuestos.

Hay una fracción del capitalismo que, en determinadas coyunturas, busca gestores que puedan limar sus aspectos más agresivos y antisociales con el objetivo de mantener la paz social y los consensos que le permiten dar continuidad a la legitimidad de su bárbaro sistema de explotación. Estamos, hoy, ante uno de esos casos.

Esa es la fracción del capitalismo español que en estos meses maniobró con dureza y habilidad, y consiguió sacar a Rajoy del gobierno, y abrirle la puerta a Pedro Sánchez con el apoyo de Iglesias. Ahora ese capitalismo, con el apoyo de la socialdemocracia, vive un momento de relajación en relación a sus preocupaciones inmediatas de peligro de recuperación de la capacidad de movilización y lucha del movimiento obrero.

El otro sector del capitalismo español, desalojado del gobierno en este proceso, vira hacia una radicalización de sus posiciones, protagonizando un giro hacia políticas de ultraderecha y fascistas. Igual que está ocurriendo en muchos países de Europa, donde la xenofobia, el racismo, el estado policial, la misoginia, la guerra imperialista, y los valores sociales más reaccionarios están siendo capaces de someter a una parte de las masas populares.

En una situación como ésta, como la analiza aquí el PCPE, es necesario tener claridad en la definición de cuál es el programa de la clase obrera, cuál su táctica y cuál su estrategia.

El grado de agotamiento del capitalismo imperialista conduce directamente, en la estrategia, a la lucha por el poder obrero y por la sociedad socialista. Y, en la táctica, a una amplia política de alianzas para articular el bloque obrero y popular con los más diversos sujetos. Lo que el X Congreso del Partido formuló como el Frente Obrero y Popular por el Socialismo. Táctica que solo será posible si las organizaciones del Partido, y de la Juventud, se sumergen en las más variadas expresiones de la lucha de clases, en lo cotidiano y en lo concreto, haciendo de cualquier reivindicación una trinchera y una barricada en la que organizar una resistencia y un contraataque frente a las expresiones más inmediatas de la dictadura del capital.

Un Partido que, con esa práctica aplicada cada día de forma generalizada, vaya siendo reconocido como el conductor natural de cualquier colectivo obrero y popular. Una práctica que haga que el Partido Comunista sea algo natural en las luchas de la clase obrera y del pueblo, y que ejerza su carácter rector y de vanguardia sin tener que alardear de ello, sino consiguiendo con su compromiso militante y con su capacidad político-ideológica, que sea el mismo pueblo, y la misma clase obrera, quiénes reconozcan esa condición de liderazgo como producto de su propia experiencia vital y del mismo desarrollo progresivo de su conciencia de clase en la movilización y en la lucha política.

Una tarea que solo es posible desarrollarla desde las posiciones ideológicas fundantes del PCPE, en enero del año 1984, y desarrolladas en su último X Congreso para ajustarlas a las condiciones concretas de la lucha de clases aquí y ahora.


1 Millones de trabajadoras y trabajadores, trabajando en muy distintos lugares, participan en la producción de cualquier mercancía que precise de un alto grado de elaboración, y aportan al producto final, de forma individual, una parte muy pequeña de su valor-trabajo.

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