Casi todos los historiadores, incluidos los reaccionarios, coinciden en admitir que el capitalismo hunde sus raíces en el mercantilismo, y en la fisiocracia allá, por la Edad Media, y que tiene como basamento ideológico al absolutismo europeo, que lo traslada allí donde las condiciones y las voluntades se lo permitieron. Aceptando este principio general y adaptándolo a la realidad española se puede decir, sin ningún tipo de duda, que la burguesía reaccionaria española tiene como padres putativos, además de los nombrados y apellidados en artículos anteriores, al absolutismo más cerril, a la Iglesia Católica más tridentina y a la oligarquía agraria más parásita, casposa y cutre.

Además de estas claves genéticas, es necesario señalar que la burguesía española es el resultado más abyecto de la unión de dos pensamientos y realidades sociales, como fueron y son el feudalismo de tendencia absolutista y el militarismo de origen hidalgo y caballeresco, ambos estamentos incapaces de generar una ideología surgida de su propio pensamiento. La debilidad numérica e ideológica de la burguesía comercial e industrial española hizo el resto, y el resultado fue una pócima infumable e indigesta, mezcla de absolutismo, militarismo y clericalismo. Esa es la configuración histórica de la burguesía española.

Pues bien, la debilidad ideológica del capitalismo español para poder dar respuestas a sus necesidades clasistas le hace tomar prestadas fórmulas de la burguesía en general y de algunas burguesías en lo particular, sobre todo aquellas más cercanas a su pensamiento básico reaccionario.

Max Weber, uno de los padres ideológicos de la burguesía y gran difusor de sus ideas, será uno de los referentes preferentes para nuestros “patriotas” mesetarios burgueses, del que tomarán las ideas y principios de la ética y moral protestantes que más se ajusten a su realidad, es decir, a sus intereses clasistas a la española. El capitalismo español hará suyas características como: la apropiación de los bienes de producción, la libertad de mercado, la técnica racional de producción, la seguridad jurídica, la mercantilización del trabajo y la comercialización de la economía, aspectos que en fases anteriores del capitalismo no estaban claramente definidas y que, en la actualidad, se proyectan mundialmente con la globalización, máxima expresión del imperialismo, siendo éste a su vez la máxima expresión del capitalismo. Círculo completo, cerrado y final de las distintas fases del capitalismo.

Pero vayamos al centro de nuestro artículo. Hay que decir que toda ideología, y en consecuencia también la burguesa, es un instrumento para la conquista y mantenimiento del poder político. El ideario ideológico de la burguesía basa sus elementos más identitarios en la utopía comercial. Sin perjuicio de la actividad mercantil que le caracteriza, hay que señalar en el capitalismo un componente ideológico que le confiere consistencia y determinación. Si para adherirse a esta ideología se requiere buena presencia y componentes atrayentes, para adquirir solidez y reconocimiento social, la ideología precisa de legitimidad, es decir, tratar de justificarse ante las masas en términos racionales de contenido jurídico, con la vista puesta en una posterior aceptación social.

No es casualidad que la burguesía tome el poder en las sociedades avanzadas europeas desde finales del XVIII, porque el modelo precedente, expresión del viejo poder de la casta de los guerreros en alianza con las creencias, está agotado. Sus argumentos de orden social ya no sirven, puesto que los soportes de fuerza se han devaluado al ser progresivamente reemplazados por la lógica del capital. La Ilustración, bloque central de la nueva ideología del capitalismo, aportará un argumento demoledor para las viejas ficciones, que consiste en dirigir a la humanidad hacia el “camino de la luz”, desterrando las tinieblas, preparándose para liquidar todo aquello que se oponga a la nueva realidad material que se hace conciliar con la razón. La Ilustración llena plenamente de sentido al nuevo pensamiento capitalista emergente, que tiene como último fin servir de soporte a las nuevas ideologías. Aunque la función ilustradora está pensada para las masas, sus principales beneficios recaen sobre las élites burguesas, porque las primeras carecen de los instrumentos necesarios para percibir sus efectos, por lo que será la burguesía “revolucionaria” la que invente “libertad, igualdad y fraternidad”, consigna de uso público pero de beneficio privado. He aquí el inicio de la ideología capitalista moderna, beneficios privados asociados a la manipulación de las masas.

La mayor de las mentiras ideológicas de la burguesía, no la única, será aquella que dice que la búsqueda a cualquier precio del beneficio privado se traducirá en progreso, bienestar individual y bien común para toda la sociedad, queriendo decir, que la suma de los egoísmos personales y corporativos se transforma en bienestar colectivo, extrapolando lo que hay en un mundo real por otro completamente irreal.

Es evidente que esta afirmación ideológica capitalista encierra la perversidad suma. La suma de egoísmos individuales no sólo no se convierte en bienestar colectivo sino más bien todo lo contrario. La defensa violenta y encarnizada de privilegios por parte de grupos o individuos poderosos, sin considerar sus consecuencias sobre otros grupos o individuos con poca capacidad de defensa, constituye el caldo de cultivo adecuado para la especulación, los conflictos sociales, las derivas racistas, las xenofobias, los terrorismos y las insolidaridades de todo tipo.

Pero el argumento de la estabilidad apoyado en la legitimidad y su posterior aceptación resultaba imposible sin la creación ideológica y el control de instrumentos como el ejército y la judicatura, que garantizaran su estabilidad y su dominio. Hay que recordar que el poder económico por sí mismo ya implica poder político, pero tiene que materializarse para que resulte efectivo. Sin embargo la toma del poder, en interés de la legitimidad, no puede hacerse al margen de las masas, es precisa su contribución e involucrarlas, y para ello hay que vender ideología atractiva que responda adecuadamente a esos sentimientos que animan su existencia como utopía.

A través de la ideología, el capitalismo ha podido sobrepasar los límites de un sistema económico ya presente en el modelo absolutista, pero controlado por la nobleza, para pasar a ser un sistema dirigido por la burguesía representante del capital. Por tanto, como sistema dominante, debe asumir el mismo papel totalizante de sus predecesores, regulando tanto lo económico, como lo político, hasta marcar la trayectoria social de las distintas sociedades avanzadas, afectadas por el fenómeno de su expansión. Lo único que cambian son las formas. Todo ello para garantizar el pleno desarrollo del capital. Así pues, en el plano económico, el balance es que, a través de la ideología, el capitalismo, como proyecto de grupo dominante, ha cumplido con su función.

El dominio ideológico actual del capitalismo se fundamenta en mitos derivados de sus intereses económicos, y destinados a ampliar in aeternum las relaciones de producción y sus secuelas sociales. Estos mitos, acompañados de la terminología adecuada, se repiten hasta la náusea y son fundamentalmente los siguientes:

- Todos los que vivimos en las sociedades capitalistas somos libres. No así los que viven en sociedades socialistas.

- Si trabajas con afán hasta la extenuación, las cosas mejorarán para ti y los tuyos.

- Comprar hace feliz a la gente, la felicidad no tiene precio.

- La policía está aquí para protegernos no para reprimirnos, ellos son nuestros amigos.

- El poder judicial es independiente, la justicia es justa e imparcial.

- Los medios de comunicación son independientes y rigurosos, están al servicio de los ciudadanos y están para obligar a rendir cuentas a los poderosos.

- El sistema electoral es legítimo y democrático.

- Vivimos en una democracia mejorable, pero básicamente justa.

El más alienante de los mitos actuales del capitalismo es el que hace referencia al consumismo. El papel de las masas, seducidas y embrutecidas por el consumo alienante -ofrecido como forma de bienestar absoluto, cuando solo es un estado de dependencia carente de valor ya que solo sirve para crear nuevas necesidades, que atrapan en la dinámica de la modernidad capitalista-, viene siendo el motor del capitalismo actual.

Víctor Manuel y José María Lucas Ranz

 

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