En 1910, durante II Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en Copenhague, se aprobó la resolución, presentada por Clara Zetkin, de fijar un día de lucha específico de la mujer trabajadora. La propuesta fue respaldada unánimemente por la Conferencia, a la que asistían más de 100 mujeres procedentes de 17 países. Pero el día en el calendario quedó sin concretar. Inicialmente las fechas fueron distintas en cada país, y hoy circulan diversas versiones sobre la fecha elegida, más o menos vinculadas al movimiento obrero, pero siempre ocultándose, desde la historiografía burguesa, que la elección concreta del 8 de Marzo es inseparable de la Revolución Bolchevique. Fue el levantamiento de las tejedoras y modistas de Petrogrado, las que con su huelga dieron el comienzo a la Revolución Febrero de 1917 (23 de Febrero según el calendario ruso, 8 de Marzo del calendario occidental). En 1921 la Conferencia de Mujeres Socialistas en la URSS estableció como fecha definitiva el 8 de Marzo.

La eliminación de toda vinculación de clase se realizó en 1975, cuando la ONU estableció el 8 de Marzo como “Día internacional de la Mujer”, sin hacer referencia a las trabajadoras, negando por pasiva el carácter de clase a la fecha. Y ello contiene una manipulación de la memoria histórica, porque la lucha feminista desde su origen ha tenido un marcado carácter de clase que hoy necesitamos recuperar. Ese día es un eslabón en la larga y sólida cadena de la mujer en el movimiento obrero.

Un siglo después, las preguntas de Kollontai siguen vigentes ¿Es realmente necesario? ¿No es una concesión a las mujeres de clase burguesa? ¿No es dañino para la unidad del movimiento obrero? La respuesta de entonces nos sirve hoy, la vida misma le ha dado una respuesta clara y elocuente a estas preguntas.

Algunas y algunos pueden pensar que actualmente la situación de la mujer ya es bastante igualitaria a la de nuestros compañeros. Que esas diferencias de género se quedaban en épocas anteriores, y que hoy llevamos minifalda libremente (o no tanto) y no necesitamos la autorización de nuestros maridos o padres para cualquier cosa, en definitiva, que la igualdad reina en nuestras sociedades y que no hay discriminación por razón de sexo. Sin embargo, la obstinada realidad, nos dibuja una situación no tan idílicamente igualitaria.

En el capitalismo, basado en la explotación, nuestras condiciones socioeconómicas siempre han estado peor que la generales de la clase obrera, pero desde el estallido de la crisis general en la que nos encontramos inmersos desde 2007, si bien hay una sobreexplotación de la fuerza de trabajo, en el caso de la mujer trabajadora se hace mucho más evidente esta sobreexplotación. La tasa de paro femenina es más alta que la masculina, la tasa de temporalidad también es mayor entre las mujeres y la tasa del empleo a tiempo parcial. Salarios más bajos, menos trabajos remunerados o trabajos en los que ni siquiera llegamos a estar contratadas, como el trabajo a domicilio o en el campo y, siempre en peores condiciones para las mujeres: esa es la radiografía del empleo para nosotras.

Decía Kollontai que la clase trabajadora al principio no se percató de que la mujer trabajadora es el miembro más degradado, tanto legal como socialmente, de la clase obrera, y de que para estimular su mente y su corazón se necesita una aproximación especial, palabras que ella, como mujer, entienda. Esa parte hoy parece superada. También decía (…) no se dieron cuenta inmediatamente de que en este mundo de falta de derechos y de explotación, la mujer está oprimida no sólo como trabajadora, sino también como madre, mujer. Cuando los miembros del partido socialista obrero entendieron esto, hicieron suya la lucha por la defensa de las trabajadoras como asalariadas, como madres, como mujeres. Esta última parte parece una lección olvidada, mayoritariamente, por las organizaciones clasistas, que o bien han cedido ante el empuje del feminismo burgués o bien se han acantonado negando que dentro de la lucha general de la clase tenga espacio la lucha particular de género.

Este 8 de marzo nuestra lucha como mujeres trabajadoras es para enfrentar las duras condiciones laborales y de vida que son nuestra realidad cotidiana. Soportamos, además, una carga desproporcionada de trabajo no remunerado, socialmente necesario que suple la falta de gasto público en servicios sociales e infraestructuras y permite la subsistencia de las vigentes relaciones de producción. Nuestro camino como trabajadoras es antagónico al de las burguesas, no hay intereses comunes. Para nosotras es un día que sirve a la causa, no de la división, sino de la unión de la clase trabajadora.

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