“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo” (tesis nº 11 sobre Feuerbach, Carlos Marx 1845)
En Bruselas Carlos Marx expuso a Federico Engels su concepción materialista de la historia. Consideró que el hombre se engendraba en las relaciones de producción, y que por tanto era la lucha de clases la que determinaba el devenir histórico de las sociedades. Tras el nacimiento de su hija Laura, en 1845, los dos amigos redactaron un panfleto contra los Jóvenes-Hegelianos que llamaron burlonamente “La sagrada familia”. Fue el inicio de una serie de obras que zanjaron con el pasado filosófico de los dos grandes pensadores, entre ellas: “La ideología alemana” y “Crítica de la filosofía alemana más reciente en la persona de sus representantes: Feuerbach, Bauer y Stirner”. A partir de aquella ruptura filosófica el objetivo era organizar la lucha del proletariado contra la burguesía para originar una revolución social, lo que implicaba apartarse de la “Liga de los Justos” y de filósofos utópicos y oportunistas como el anarquista francés Proudhon. Éste escribió entonces “Filosofía de la miseria” en respuesta a las críticas de Marx, quien le respondió con un texto fulminante: “Miseria de la filosofía”, publicado en Bruselas en 1847. En su libro Marx refuta el reformismo de Proudhon, es decir el paso del capitalismo a la sociedad sin clases progresivamente y sin una revolución como la que puso fin al feudalismo y originó la sociedad burguesa. Para Marx, “la clase obrera sustituirá, en el curso de su desarrollo, a la antigua sociedad civil” (…) “Esperando ese momento, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía es una lucha de clase a clase, lucha que, llevada a su más alta expresión, es una revolución total”. “Para llegar a ello - prosigue Carlos Marx - el proletariado no puede contentarse con ser una masa de explotados y oprimidos (clase en sí). Debe transformarse en una fuerza revolucionaria (clase para sí) por el medio que pueda darse históricamente, es decir su organización en Partido político”.
Revoluciones proletarias
Ante el auge de los “Comités de correspondencia comunista”, la “Liga de los justos” devino “Liga de los comunistas”; siendo el segundo congreso de esta organización celebrado en Londres en 1847 quien encargó redactar a Marx y Engels su programa político. Un proyecto que se materializó en el “Manifiesto Comunista”, publicado por primera vez en la capital inglesa el 21 de febrero de 1848. El Manifiesto clarifica algo esencial: “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido nada más que la historia de la lucha de clases”. En él aparece también nítidamente la concepción materialista de la historia y la estrategia revolucionaria del “socialismo científico”. Marx proclama asimismo que “los comunistas están preparados para sostener a los movimientos revolucionarios que luchan contra las instituciones sociales existentes”. Cosa que demostraron en la revolución de 1848, para muchos historiadores un 1789 a nivel europeo. En Francia provocando el derrocamiento de Louis-Philippe; en Alemania, Austria y Hungría sacudiendo sus cimientos y en Roma echando del Vaticano al Papa Pío IX. En aquellos momentos Marx y Engels, defensores de la estrategia de la lucha de clases en oposición a la de “golpes de mano” sostenida por la Unión Obrera, abogaron por la disolución de la “Liga de los comunistas” y por la participación abierta de sus militantes en defensa de la clase obrera. Unos obreros vilmente masacrados por el ejército del zar Nicolás Iº en las jornadas de junio de 1848. Lo que conllevó la victoria de la contrarrevolución y el inicio, con Carlos Marx al frente de la Unión Obrera, de un periodo en el que las revoluciones proletarias se imponían ante el fin de las revoluciones puramente burguesas.
Máximo dirigente revolucionario
El 16 de mayo de 1849, Marx, que residía en Alemania desde hacía un año, recibió un mandato gubernamental de expulsión, ocasionando el cierre de “La Nueva Gaceta Renana” fundada en 1848 y la salida del filósofo alemán para Inglaterra el 24 de agosto de 1849. En esa fase de repliegue revolucionario Marx comenzó a reorganizar el movimiento obrero, y, en marzo de 1850, desde el Comité central de la reconstruida “Liga de los Comunistas”, propuso con Engels fundar un partido revolucionario que defendiera los intereses de la clase obrera. Asimismo Marx recuperó la preparación de una gran obra económica que concibió en proyecto en 1844: El Capital, cuyo primer volumen vio finalmente la luz en 1867 en medio de enormes penurias de la familia Marx solo atenuadas por la ayuda de Federico Engels. Los tres libros que conforman El Capital ocuparon desde su concepción, elaboración y publicación 50 años, exactamente desde 1844 a 1894. En esa obra magistral para explicar el engranaje del capitalismo, Carlos Marx supera a los economistas ingleses Adam Smith y David Ricardo, estableciendo que el trabajo asalariado y el capital, salario y beneficio, sólo son categorías históricas que pertenecen al modo de producción capitalista, y que, como los modos de producción anteriores, también tendrá su fin en razón del antagonismo entre el capital y el trabajo. Entretanto, en 1851, el golpe de Estado de Louis-Napoleón en Francia, futuro Napoleón III, inspiró a Marx para escribir una de sus obras fundamentales: “El 18 Brumario de Louis-Bonaparte”. En ella Carlos Marx denuncia no solo al golpista y sus cómplices, sino que prueba el encadenamiento histórico de las masacres de obreros parisinos a la dictadura de un aventurero al servicio de los terratenientes franceses. Igualmente Marx analizó la Guerra Civil en EE.UU. (1861-1865), así como la complicada unificación italiana. Incluso encontró tiempo, tras constituirse en Londres la Iª Internacional el 28 de septiembre de 1864, para convertirse hasta 1872, en el máximo dirigente y organizador del movimiento obrero revolucionario.
A través de los siglos
Ocho años intensos marcados también por las diferencias programáticas entre partidarios del socialismo científico y defensores del anarquismo colectivista; así como por la derrota de Francia por el ejército prusiano en la batalla de Sedán el 2 de septiembre de 1870. Un desastre militar y moral que provocó una insurrección popular encarnada en “La Comuna de París” el 18 de marzo de 1871, y un combate entre obreros y burgueses durante dos terribles meses. Lucha de clases saldada con la masacre de 30.000 trabajadores, mujeres y niños del extrarradio parisino a manos de los ejércitos francés y prusiano en la “Semana sangrienta” del 21 al 28 de mayo. Unos acontecimientos que Carlos Marx plasma fielmente en su libro “La Guerra Civil en Francia”. En él Marx considera que “La Comuna de París” (“primera forma de Estado obrero”) “es el desemboque lógico de la lucha obrera del siglo XIX”, y que “servirá de guía para futuras revoluciones”. Sin embargo, una implacable represión se ensañó contra la Iª Internacional y los revolucionarios. El repliegue fue ostensible. La Iª Internacional se disolvió el 15 de julio de 1876, sustituyéndola una IIª dominada por reformistas lassalleanos y socialdemócratas alemanes. Marx se opuso convincentemente y lo reflejó en otra obra clave: “Crítica del programa de Gotha”, ciudad donde se creó el futuro Partido Socialdemócrata Alemán. Por su parte Engels escribió el “Anti-Dühring”, una de las más brillantes exposiciones del materialismo dialéctico. Dos textos extraordinarios que cerraron el ciclo transformador más fecundo del siglo XIX y la vida de un revolucionario sin parangón en la historia de la humanidad, y del que Federico Engels recordó ante su tumba en el cementerio de Highgate el 17 de marzo de 1883 que “así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana”. Apostillando a continuación que “su nombre vivirá a través de los siglos y su obra también”.
José L. Quirante