El reconocimiento a Parásitos en los Óscar es un paso más en el desembarco del cine asiático en EE UU y, en consecuencia, en el resto del mundo. Algo que a los que somos seguidores de Boon Joon-ho desde la imprescindible Memories of murder nos hace felices. Pero pasemos a ver la estructura de Parásitos.

Parásitos se construye, aparentemente, en dos partes diferenciadas. Partes que, incluso, se opondrían. La primera, al modo de la narrativa picaresca, contaría las artimañas de una familia de clase popular para tratar de seducir a una familia de clase alta y vivir de sus sobras. Se aprovechan de la ingenuidad de la “señora” y del desinterés del “señor” a quien le basta con la simple apatía del hogar. La segunda, mostraría la lucha de clases, la oposición cultural entre las clases populares y la clase alta que desembocará en el asesinato como un resquicio de orgullo colectivo del padre. Como no se cansan de decir todas las críticas de la película de Boon Joon-ho, la lucha de clases se nota hasta en el olor.

Sin embargo, ésta no es la oposición que rige la película ni tampoco su estructura. Su problemática interna no difiere mucho de Joker: el vivir de las clases altas (en Joker es el Estado, las instituciones filantrópicas) como si las clases populares fuesen sólo bichitos que aparecen y son sustituibles. Recordemos que, cada vez que el padre burgués sube las escaleras, el marido de la primera criada, que vive encerrado en el sótano, enciende las lámparas. El señor burgués ignora cómo se encienden las luces, es un efecto “natural”, merecido.

La apariencia de comedia ligera de la supuesta primera parte de la película radica en la ignorancia del espectador del sentido de lo que está viendo: la familia parasitaria es superficialmente graciosa cuando el borracho les mea encima, trágica cuando ve a la pareja burguesa follar debajo de la mesa de té. Cómica cuando los fumigan, trágica cuando la casa se inunda. Las escenas son similares en ambos casos, lo único que cambia es el conocimiento del espectador o, al menos, su perspectiva.

En todo caso, Parásitos muestra de forma muy cuidadosa (y respetuosa) las luchas dentro de las clases populares por recoger las migajas que le sobran a la burguesía. Bien, la burguesía, los ricos, viven como si las clases populares fuesen cucarachas que puedan pisar; mientras que las clases populares sueñan con ocupar su lugar, y se desgastan en luchas internas. La familia parasitaria, que tiene que expulsar de la casa a la criada y el chófer para ocupar su lugar, compite por la supervivencia. La lucha es a muerte, aunque hay momentos para la solidaridad: en la maravillosa y larga escena de la comilona la madre se preocupa por el destino del chófer despedido para colocar al padre. Y por supuesto el asesinato. El padre parásito se identifica con el encerrado en el sótano, con el que momentos antes había peleado a muerte, y lo venga con el acuchillamiento del burgués.

El final es un contundente correctivo de la tentación de leer Parásitos como revolucionaria: el hijo sueña con salvar a su padre del encierro en el sótano. El hijo alucina un futuro en el que el éxito económico le permitirá acceder a la compra de la mansión y su liberación. El anhelo de los personajes sigue siendo el acceso a la burguesía. La existencia de clases en una película no la hace revolucionaria; pero la forma en que muestra las luchas internas de las clases populares y la posibilidad de solidaridad que se atisba hacen de Parásitos una obra maestra.

JARM

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