Ahora que en medio de este trágico desaguisado capitalista se propaga la idea de que quizá en poco tiempo no veamos el cine como lo hemos visto hasta hoy (ojalá se equivoquen), es decir en salas oscuras, junto a otros espectadores, comiendo palomitas y en pantalla grande, me dio por pensar, no como responso final sino como vigoroso recuerdo, en lo importante que ha sido el 7º Arte en mi vida, en lo que aportó a mis primigenias pesquisas culturales y políticas, y en el privilegio que ha tenido mi generación, incluso en los años de plomo franquistas, de poder engullirlo desmedida y placenteramente.

Y entre ese cine excepcional de geniales realizadores capaces de levantar con pasión y coherencia una obra cinematográfica imperecedera (¿Cuántos existen realmente?) está sin duda alguna el cine extraordinario y exuberante del controvertido, y con frecuencia denostado, John Ford. Una ingente producción fílmica (más de 150 películas de todos los géneros) que en parte ha servido para fabricar la leyenda norteamericana, y en parte para mostrar también la cruenta realidad social que en ciertas épocas Estados Unidos ha sufrido. Es el caso de su magnífica “trilogía social”: “Las uvas de la ira” (1940), “¡Qué verde era mi valle!” (1941) y la “Ruta del tabaco” (1941). Tres producciones de sorprendente y flagrante actualidad, las dos primeras basadas en las excelentes novelas de John Steinbeck y Richard Llewellyn, en las que la clase obrera, sometida a las graves consecuencias de la Gran Depresión de 1929 y a la crisis minera en Gales durante el siglo XIX, es su digna protagonista.

Con los pobres

En “Las uvas de la ira” interpretando a una familia (eje vehicular de la narrativa fordiana) de aparceros que tras ser expulsada por los bancos de la tierra que labora ha de emigrar dolorosamente de Oklahoma a “la tierra prometida” de California; concluyendo el relato con la toma de conciencia del personaje central, Tom Joad (imponente Henry Fonda), de la necesaria organización de los trabajadores para combatir su explotación; y en “Qué verde era mi valle”, recordando a partir de un largo flashback los avatares (trabajo duro y mal pagado, sueños y anhelos, accidentes laborales traumáticos, paro, emigración) vividos por los mineros de la familia Morgan. Finalmente, “La ruta del tabaco”, que sufrió del enorme éxito de los dos filmes precedentes, también brilló con luz propia denunciando durante la crisis financiera de los años 1930 el ambiente racista y decadente del Sur estadounidense, y exaltando a los pobres sobre los poderosos. Entonces, ¿John Ford, fascista, racista, militarista, machista, como lo califican despectivamente sus detractores? Contradictorio, sin duda. Pero antes de juzgarlo veamos “Fort Apache” (1948), “El Sargento negro” (1960), “El gran combate” (1964) o “7 mujeres” (1966), su última película.

Rosebud

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