El hoyo narra una distopía en la que una serie de individuos aislados, dos por planta, viven en un rascacielos sin ventanas en el que toda relación social es mediada por un ascensor que transporta comida. Los individuos, que han entrado por condena o voluntariamente, son sorteados cada semana entre la opulencia alimenticia o la miseria más absoluta. Solo una cosa queda clara: no hay comida para todos, si la fortuna te aloja en las primeras plantas puedes saborear hasta la más sofisticada delicatessen; a partir de cierta planta no quedan ni la mínima sobra y los personajes son forzados incluso al canibalismo para sobrevivir.

Las dos ideas claves en las que se sostiene la película son que, en primer lugar, las posiciones sociales son fruto del azar y, en segundo, lugar que no hay recursos suficientes para todos. No se puede afirmar ni negar nada del sistema de distribución que se representa como la cocina de un gran restaurante que cuida hasta el último detalle de la presentación del plato. Dicho de otro modo, el sistema económico se da por supuesto.

Ante esta situación los personajes son dispuestos en un espectro político muy marcado, incluso en el orden de presentación: Trimagasi, el primer compañero de planta del protagonista, sirve como maestro del protagonista, Goreng; le enseña la ley de la selva, que funciona en el edificio. Por su parte, Goreng, mantiene una posición crítica, moral, de defensa de “lo humano” que se irá radicalizando durante la película. Dos personajes más, Miharu, una mujer asiática, que aparece como un ser desvalido, cruel y salvaje, cuyo único objetivo es encontrar a su hija, perdida en la gran cantidad de plantas. La representación del estado de naturaleza mediante una mujer asiática daría ya bastante para un análisis. Goreng, compadecido, trata de ayudarla. Por último, Imoguiri, antigua trabajadora del ente que gestiona el edificio, mantiene que si todos los habitantes de las plantas mantuvieran un comportamiento moral y comiesen sólo lo necesario habría comida para todas las plantas.

La película, que hasta entonces recorría el camino de la oposición entre el comportamiento egoísta y el altruista, se vuelve desasosegante: Goreng, junto a Baharat (un personaje negro sometido a creencias animistas, en el aspecto racializado la película es una joya para el análisis), intentan distintas formas de someter a los residentes en el edificio a esa racionalidad distributiva. Desde la persuasión política del discurso hasta la imposición de la dieta por la cruda violencia. El hoyo no se vuelve desasosegante no solo porque la racionalidad se tenga que imponer a golpes, sino porque se demuestra insuficiente para asegurar la alimentación de todas las plantas: los niveles parecen no agotarse, los alimentos, sí. Es decir, la esperanza de una distribución justa de los alimentos tampoco acabaría con el hambre de las plantas inferiores donde el azar (o la empresa) los ha arrojado esa semana.

No obstante, El hoyo opta por intentar un mensaje de esperanza. Goreng decide que, influido por el pensamiento religioso de Baharat, la solución pasa entonces por enviar un mensaje a la cocina del restaurante, a los de arriba. Ese mensaje lo conformará una niña que, contra todas las reglas del edificio, vive escondida en sus plantas. Goreng será capaz de sacrificar su vida por la de ella y por su entidad como mensaje. No hay forma de negar que una niña sobre una pila de platos vacíos es un mensaje consistente en su materialidad, sin embargo, salvo explicaciones esotéricas, no creo que haya posibilidad de otorgar un significado al mensaje transmitido que no sea la búsqueda de la salvación a la misma entidad externa que ha organizado el edificio.

JARM

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