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A estas alturas a nadie le extraña que el deporte sea un negocio. Mantener a deportistas profesionales en función del espectáculo y olvidar la esencia del deporte en sí, el mens sana in corpore sano.

Y es que el deporte siempre ha sido un escaparate. La sempiterna lucha en las Olimpiadas entre la URSS y los EEUU (… no había manera de que el equipo de fútbol soviético ganara una gran competición…) no era más que eso, una lucha más. El deporte amateur o semiamateur de los países socialistas frente a los profesionales del deporte del capitalismo.

Y curiosamente muchas veces pasó por encima el amateurismo. La final de baloncesto entre la URSS y EEUU fue el punto de inflexión.

A casi 30 años de la desaparición del bloque del Este, ese primer hito en la historia de la conquista del poder por la clase obrera, el amateurismo se ha convertido en el hobby de ciclistas con pasta, que se gastan más en una bicicleta de lo que un obrero se puede permitir en comprarse un coche; o en gimnasios de labrado de cuerpos esculturales para ligar en la playa o en la disco.

Pero el deporte como salud hace años que está en vías de extinción, sólo cabe el deporte hobby, donde gastar dinero en un millón de complementos innecesarios. Y el tema no es baladí, incluso en los curriculum educativos la gimnasia sigue siendo algo residual.

Y si hay un vivo ejemplo de todo esto, es el fútbol. Ver a padres de niños de menos de 12 años, ladrando en los partidos, insultando a los árbitros o pidiéndole a sus retoños que golpeen a los otros, es el resultado de una sociedad decadente, de un reality show más con que deshidratar las neuronas de los televidentes.

De la liga profesional de fútbol que tiene al frente a un “falangista”, simpatizante del Frente Nacional de LePen y votante de Vox no puede esperarse nada bueno. Al fin y al cabo, el fascismo en cualquiera de sus vertientes es un respaldo del capitalismo extremo. Uno no puede vivir sin el otro.

La condena a la afición del Rayo Vallecano por llamar nazi a un pronazi como Zozulya es como condenar a quienes dicen que sale el sol. Sin embargo no hay condenas cuando los insultos son racistas u homófobos.

Desgraciadamente el fútbol como espectáculo de masas es mucho más. Es el negocio por antonomasia. Y esta pandemia ha jodido temporalmente este negocio. No habrá público en directo, pero los derechos de publicidad y televisivos hay que explotarlos como sea.

En medio de esta vorágine, un equipo modesto, el Fuenlabrada, es obligado a viajar a La Coruña, pese a que algún integrante dio positivo en el test de la covid-19. ¿Cómo no? el interés económico por encima de la salud; aunque esto no ha sido distinto en el resto de sectores: camareros, dependientas de supermercado o trabajadores de la construcción no pudieron parar ni un solo día. La tasa de ganancia no podía frenarse, el interés económico por encima de la salud de las personas pobres. Porque a nadie se le debe olvidar que si los futbolistas son profesionales dependientes de un Club (que ya son sociedades y no clubs de aficionados) son también trabajadores, y si bien, la élite de este sector de la clase trabajadora está muy cuidada y alienada, el resto de las categorías pobres del fútbol viven del salario recibido por dar espectáculo. Ya no hay deporte, hay algo más parecido al circo romano, ya no hay salud, hay espectáculo, dinero y capitalismo puro y duro.

Y siendo el fútbol un espectáculo mundial dirigido por élites económicas, las reclamaciones sociales no tienen cabida: la prohibición de apoyo a movimientos sociales en las camisetas, adornadas sólo con publicidad de las grandes multinacionales es un botón de muestra.

Las hinchadas de izquierda son reprimidas, mientras las ultra derechistas y fascistas son cobijadas por el sistema.

Afortunadamente, hay honrosas excepciones que reclaman que el fútbol debe ser algo más que espectáculo y negocio, pero estamos muy lejos de otros países, y por citar, al Clapton F.C., equipo inglés que lleva en sus camisetas un homenaje a las Brigadas Internacionales y el slogan en castellano: no pasarán. También el Celtic de Glasgow y su hinchada reconociendo a Palestina, el Livorno italiano y sus brigadas rojas. Este año el Cádiz subió a primera, a ver cuánto tarda Tebas y sus acólitos en prohibir a las brigadas amarillas con su imagen del Ché.

Juan Luis Corbacho.

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