Pau trabaja en remoto para una empresa que desarrolla software de control logístico. Además, participa activamente en comunidades de desarrollo y mantiene distintos componentes de software libre. Uno de esos componentes, una biblioteca para representar gráficas y datos estadísticos en aplicaciones web, ha cosechado cientos de estrellas en Github y recientemente ha sido adoptado por su propia empresa, proporcionándole con ello una buena dosis de satisfacción personal.

Tras terminar su jornada, Pau no apaga el ordenador. Hace un par de semanas alguien con nombre de usuario Mattias abrió una “issue” en su componente por un problema de compatibilidad con navegadores. Pau empezaba a sentir cierta ansiedad porque no le gusta dejar de lado su proyecto demasiado tiempo. Está a cargo del mantenimiento y siente que es su responsabilidad responder a las “issues” y “pull requests” tan pronto como sea posible. Aunque le cueste reconocerlo, en el fondo percibe que le va en ello, aunque sea un poco, su propia reputación profesional. Reconoce que, a día de hoy, “tu perfil de Github es tu mejor currículum”, pero si contribuye al software libre es sobre todo porque siente que está ofreciendo algo a la sociedad. Dedicándote al software, ¿qué puede haber más altruista que compartir tu código?

Cuando Pau cierra la carpeta del proyecto de su empresa y abre la que contiene el código fuente de su componente gráfico, a pesar del cambio de contexto mental, apenas cambia su forma de actuar. Usa las mismas herramientas y lenguajes de desarrollo, sigue las mismas prácticas y principios, incluso ha incorporado en su tiempo libre alguno de los flujos de trabajo que sigue en su jornada laboral. Pese a todas las coincidencias, cuando Pau programa software libre no considera que esté trabajando. Al fin y al cabo no le pagan por ello y, además, lo hace porque quiere. Se siente una persona muy afortunada porque el desarrollo no es solo una actividad profesional sino también es su pasión, su hobby principal.

Pau relee la descripción del problema y su mirada se posa en el avatar de Mattias. Por primera vez se pregunta qué usos estará dando esa persona a su componente de software. No se conocen personalmente, no hay ninguna relación que les conecte más allá del componente gráfico. Pau no sabe que Mattias es un programador alemán que trabaja en una startup de economía colaborativa para la limpieza del hogar. La verdad es que el negocio es bastante oscuro, Mattias tiene acceso a las remuneraciones de las trabajadoras (las mujeres migrantes son inmensa mayoría) y se ha preguntado en muchas ocasiones las implicaciones éticas de su propio trabajo.

Desde esta mañana han pasado 9 horas de encierro en su despacho y Pau empieza a notar el cansancio. Se quita las gafas y se refriega los ojos. La verdad es que nunca se había planteado para qué se utiliza su código o en qué proyectos trabajan las personas que pulsaron la estrella en su repositorio de Github.

“Ofrezco y mantengo el código, que ya es bastante. Lo que venga después — piensa — , no es cosa mía”.

Sus manos vuelven a pulsar las teclas.

El twittero @Tyrrrz comparte su contribución diaria al software libre que, en algunos periodos, llegó a ser verdaderamente intensiva. Rótulos del mismo @Tyrrrz.

Todas las mercancías están compuestas por un elemento común: el trabajo humano. Si tomamos una mercancía aparentemente sencilla de elaborar, una que, por ejemplo, solo requiera ensamblado de piezas, esa mercancía contendrá en sí misma el trabajo necesario para llevar a cabo el ensamblaje. Pero, además, también contendrá el trabajo agregado de cada una de las piezas que la componen. Así, toda mercancía es un agregado de trabajo que parte de la extracción más temprana de las materias primas y recorre infinidad de transformaciones y combinaciones hasta convertirse en un bien de consumo, en un valor de uso.

Si observamos máquinas, herramientas, tractores y robots, veremos que también actúan como mercancías durante algún tiempo. Cuando llegan al mercado, una industria las compra y las incorpora como medios de producción para crear otras mercancías. Estas contendrán, a su vez, el trabajo humano directo (lo que Marx llamó trabajo vivo [1]) junto con una parte del de los medios de producción usados para producirlas (trabajo muerto). Y quizá terminen incorporadas también como medios de producción en un tercer ciclo destinado a producir nuevas mercancías. En una economía con alto grado de desarrollo tecnológico, la cadena de trabajo humano parece no terminar nunca.

Algo parecido ocurre con la mercancía-software. Una aplicación típica está compuesta, entre otros elementos, por el código escrito en la propia empresa y por código externo, por dependencias, muchas de ellas de software libre. Es decir, por miles (si no cientos de miles o millones) de lineas escritas con anterioridad por fuerza de trabajo ajena a la empresa y en algunos casos no remunerada. Esfuerzos regalados por personas que, ya sea por altruismo o por el incentivo de mejorar su propio perfil profesional en competencia con sus iguales, terminan valorizando miles de proyectos privados y mejorando la monetización para beneficio de sus propietarios.

Así pues, para la industria algorítmica, el software libre supone la incorporación de medios de producción a coste cero. Capital gratis. No es de extrañar que empresas como Facebook, Google o Microsoft hayan apostado tan decididamente por desarrollar y compartir código abierto. Todas comparten la misma mesa, ríen en el festín de la ganancia y brindan a la salud del trabajo gratuito [2]. Irónicamente, mediante su implicación en el software libre, esas empresas mejoran su imagen de marca ante un proletariado tecnológico tan bienintencionado como desprovisto de las herramientas necesarias para decodificar las reglas del juego del que forman parte.

Estos errores de evaluación por parte de la clase trabajadora digital derivan de concepciones acerca del software que brotaron del solucionismo tecnológico de finales del siglo XX. Forman parte de la idiosincrasia de una generación que una vez soñó con desplazarse en monopatines voladores. Esta generación, expuesta durante décadas a la sustancia individualista del sustrato ideológico post-moderno, se ve incapaz de auto-definirse más allá de como una suma de interacciones desagregadas en el espacio público, sin objetivo común claramente definido [3]. En este escenario, los usos de la tecnología han sido incautados sin apenas resistencia por la dictadura del capital. El impulso tan idealista como cándido que naciera de la ética hacker ha sido apropiado por los intereses comerciales para someterlo a su propio beneficio en una llave de judo magistral [4][5].

No debe extraerse de este texto un rechazo al software libre per se, sino una exposición de cómo ha terminado absorbido por el sistema al que pretendía contrarrestar. El software libre ha acabado siendo funcional al capitalismo. Hay aplicaciones que resultan útiles hasta cierto punto y que, también hasta cierto punto, han logrado introducirse en circuitos no mercantilistas. Son generalmente aplicaciones de uso final; sistemas operativos, navegadores, gestores de correo, editores de texto o reproductores multimedia al alcance de cualquiera que disponga de una conexión a Internet. Pero estas aplicaciones son, en general, poco útiles para transformar las condiciones materiales de la gente por sí mismas, si no es para legitimar los esquemas liberales de facilitar la “igualdad de oportunidades” en la competición global. Gran parte de los estratos más necesitados ni siquiera dispone de los recursos para obtener hardware o de la alfabetización digital suficiente para extraer un beneficio de esas ofrendas.

Recordemos que, en el estado español, el gran caballo de batalla que aglutinó hace dos décadas al movimiento por el software libre así como a no pocos movimientos de corte libertario se construyó alrededor de la defensa de la cultura libre. En lo más fundamental, alrededor de la disposición libre y sin peajes de contenidos multimedia y a la protesta por el “canon digital” en el marco de la lucha legítima contra la asociación/lobby de la SGAE. Objetivos más enfocados a satisfacer los mundanos placeres de una juventud pequeño-burguesa que a resolver problemas urgentes de la clase trabajadora y de sus estratos más cercanos a la pobreza y a la exclusión social.

Así pues, el caudal del software libre se bifurca; por una parte, una pequeña corriente de software desarrollado por los estratos acomodados y destinado a sí mismos. Por otra, un río amazónico de grandes meandros que desemboca generosamente en el mar de la reproducción del capital.

Alguien podría argumentar, en la linea defendida desde los años 80~90 por Richard Stallman, que el software libre ofrece mecanismos para esquivar la dinámica actual a través de las licencias. Si quienes publican componentes lo hacen con licencias restrictivas, las empresas tendrán las puertas cerradas a incorporarlos para uso comercial. Este planteamiento presenta algunos problemas tanto de caracter práctico como estructural.

En primer lugar, a día de hoy no hay manera de controlar la trazabilidad del código. Si dejamos de lado el software realizado para el sector público, tampoco se realizan inspecciones destinadas a verificar la conformidad con las licencias. Quizá pudiese adaptarse la legislación a largo plazo, pero esperar a que una propuesta de ese calado se debata y apruebe en los parlamentos en lo más inmediato es poco menos que una quimera.

En segundo lugar, la elección en determinados proyectos de licencias restrictivas no modifica la situación descrita en este texto ni puede contrarrestar por sí misma la gigantesca fuerza motriz que empuja el proceso de apropiación del software libre para su uso mercantilista [6].

Por último, de nada sirve una pieza de software de licencia restrictiva si no puede extraerse de ella una clara utilidad social. Muchos de los proyectos open-source surgen a raíz de problemas encontrados en las propias empresas y asumen sus marcos de mercantilización [7]. Quienes trabajan en la tecnología, por sus características específicas de acceso al empleo, recompensa salarial y otros beneficios laborales, difícilmente pueden comprender las problemáticas sociales si no se sumergen activamente en ellas [8].

Alcanzado este punto, es necesario iniciar un nuevo debate acerca del software libre. Un debate que ayude a abrir los ojos ante las brutales transformaciones que las economías capitalistas están imponiendo a través de la tecnología. Como diría el periodista Ekaitz Cancela, quienes trabajamos en este sector debemos despertar del sueño tecnológico, romper con los anclajes de idealismos románticos ineficaces y recuperar la comprensión de las relaciones antagónicas forjadas en los últimos siglos entre el trabajo y el capital.

Debemos salir a la calle y tomar contacto con las organizaciones políticas, sociales y sindicales de clase. Ofrecer allí, de manera directa, nuestro compromiso en lo necesario, nuestro conocimiento técnico y nuestra fuerza de trabajo. Y, al menos durante nuestro tiempo libre, dejar de hidratar al capital en su carrera hacia el colapso y la barbarie.

Sin menoscabo de los esfuerzos realizados hasta hoy por el activismo del software libre, es hora de pensar en un software privativo de clase; en un software militante.

Carles Climent

Fuente: Medium.com


[1] “El Capital”, tomo I — Karl Marx.

[2] El proceso de colonización del software libre por el capital no es nuevo: “Over the past two years, numerous major corporations, including Hewlett Packard, IBM and Sun, have launched projects to develop and use open source software. Meanwhile, a number of companies specializing in commercializing Linux […] have completed initial public offerings, and other open source companies such as [..] Sendmail have received venture capital financing” — Josh Lerner & Jean Tirole, Journal of Industrial Economics, Vol. 50 Num. 2 (Jun, 2002).

[3] Para una caracterización tan polémica y provocadora como lúcida en muchos aspectos, “La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora”, Daniel Bernabé, editorial Akal.

[4] Puede encontrarse un estudio mucho más académico, desde el periodismo, sobre las consecuencias del sometimiento de la tecnología al interés privado en el libro “Despertar del sueño tecnológico: crónica sobre la derrota de la democracia frente al capital”, Ekaitz Cancela, Editorial Akal.

[5] Para una exposición de los daños causados específicamente por la algorítmica y el big data: “Armas de destrucción matemática: Cómo el big data aumenta la desigualdad y amenaza la democracia”, Cathy O’Neil, Editorial Capitán Swing.

[6] En 2015, Github publicó unos datos que revelaban la poca atención que se presta a las licencias y la escasez de proyectos con licencias restrictivas. https://github.blog/2015-03-09-open-source-license-usage-on-github-com/

[7] Llama la atención que la mayor parte de las aplicaciones destacadas en el sitio opensource.com estén relacionadas de una u otra manera con la productividad. https://opensource.com/resources/projects-and-applications

[8] “Why should thousands of top-notch programmers contribute freely to the provision of public good? Any explanation based on altruism only goes so far. While users in less developed countries undoubtedly benefit from access to free software, many beneficiaries are well-to-do individuals […]. Altruism has not played a major role in other industries, so it would have to be explained why individuals in the software industry are more altruistic than others”. — Josh Lerner & Jean Tirole, Journal of Industrial Economics, Vol. 50 Num. 2 (Jun, 2002).

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