“Me tocó padecer y luchar, amar y cantar; me tocaron en el reparto del mundo, el triunfo y la derrota, probé el gusto del pan y el de la sangre. Qué más quiere un poeta? (…) Y si muchos premios he alcanzado, premios fugaces como mariposas de polen fugitivo (…) He llegado a través de una dura lección de estética y de búsqueda, a través de los laberintos de la palabra escrita, a ser poeta de mi pueblo. Mi premio es ése.” (“Confieso que he vivido”, memorias)
Mientras el 21 de octubre de 1971 Pablo Neruda recibía en Suecia, a los 67 años de edad, el Premio Nobel de Literatura, desfilaba ante los ojos atónitos de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, como si de una fantástica película se tratara, su exuberante y apasionada vida de poeta y de inopinado trotamundos. Desde el día que un pueblo de la región central de Chile acogió los primeros latidos de su combativa existencia hasta este prestigioso galardón otorgado por la Academia Sueca a su magnífica y dilatada obra literaria.
Persona cuerda
A Rosa Neftalí Basoalto, una joven maestra de escuela de salud delicada y de 38 años de edad le gustaba pasar gran parte de su tiempo leyendo libros en Parral, un pueblo agrícola de la Región chilena de Maule. “Adoraba la poesía y se sumía en la lectura como quien toma un barco que la conducía a otra parte”, aseguraba entonces una de sus mejores amigas. Unos deseos que la condujeron al amor por José del Carmen Reyes, obrero ferroviario, con quien contrajo matrimonio en 1903 y de quien tuvo un hijo el 12 de julio de 1904, el futuro Pablo Neruda. Llegada a este mundo que costó la vida a su madre tuberculosa un mes después del parto. Fueron, pues, los abuelos paternos por deseo expreso del padre del niño quienes se ocuparon de la criatura a partir de entonces, y en especial el abuelo José Ángel Reyes Hermosilla, quien quiso criarlo para que de adulto, Ricardo Reyes, fuese una persona cuerda.”De esas que saben que no galopan los caballos por las rocas ni se ara el mar con bueyes”, apostillaba frecuentemente con orgullo el resuelto anciano.
Con aquel insuflado sentido de la realidad, con las dificultades de su padre para encontrar un trabajo con el que poder vivir dignamente y con la sangre poética de su añorada madre fluyendo por sus venas, Ricardo Reyes y su padre se instalaron en Temuco en 1910. Por aquel entonces, una aldea en la que el terreno iba repartiéndose entre la gente conforme llegaba. ”Temuco era entonces una especie de gran democracia popular donde todos tenían trabajo”, comentó años más tarde Pablo Neruda. En todo caso un pueblo que, ante la aparición con el tiempo del enriquecimiento de unos pocos a costa de la explotación de los más desfavorecidos, imprimió carácter a la avispada infancia de Ricardo Reyes.
“Un árbol con alas”
Efectivamente, no cayó en saco roto aquella injusta realidad social al tiempo que viajando Ricardo Reyes con su padre, que había encontrado un trabajo como conductor de un tren lastrero, admiraba la hermosa naturaleza y la maravillosa vida del bosque. Elementos esenciales de su futura poesía. Una lírica que con el tiempo se fue nutriendo de toda lectura que caía en sus manos: Diderot, Victor Hugo, Gabriela Mistral, Máximo Gorki, Salgari, Dostoievski, Cervantes, etc.), y también de encuentros enriquecedores, como los mantenidos con Juvencio Valle, futuro Premio Nacional de Chile o con su propio tío, Orlando Masson, de quien Neruda aseguró en sus memorias haber sido “el primer luchador social que admiré”.
Tras adecuar detenidamente las variadas lecturas a sus deseos, el poeta-adolescente, que en su etapa universitaria consiguió el “aprendizaje de la conciencia y de la vida”, dedicó gran parte de su tiempo a escribir poemas incansablemente y enviarlos a periódicos y revistas. Ricardo Reyes no quería permanecer inédito. Fueron los años de colaborador en la revista “Claridad”, una publicación de la juventud revolucionaria, y de escribir poemas como “Entusiasmo y perseverancia”, “Manos de campesino”, “Mis ojos”, “Norma de rebeldía”, etc., etc. Hasta que en 1923, con 19 años de edad, y firmando con el seudónimo de Pablo Neruda que Ricardo Reyes adoptó por discrepancias con su padre sobre la idoneidad de ser poeta, apareció “Crepusculario”, “un libro que evidencia una sensibilidad abierta a las inquietudes sociales”, precisa el escritor y crítico chileno Hernán Loyola. Por ese tiempo Neruda ya había conocido al “hombre más importante de la clase obrera del siglo XX”: Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile. Un año después, en 1924, intentando reajustar su poesía sobre el amor y las cosas sencillas de la vida, Neruda publicó “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, de influencia modernista. Son momentos de incertidumbre, de no conseguir todavía el lenguaje ambicionado. Igualmente son tiempos inhóspitos, de profunda crisis capitalista y de graves conflictos con su padre. Más que nunca Pablo Neruda desea “ser un árbol con alas”, volar hacia otros horizontes, salir de Chile. Un exilio que fue facilitado por su larga carrera diplomática como cónsul en Birmania, Singapur, Sri Lanka, Java, donde se casó, en 1930, con la neerlandesa Maryka Antonieta, Buenos Aires, donde conoció a García Lorca y Barcelona, donde encontró a Rafael Alberti.
“España en el corazón”
Hasta que un buen día de 1934, tras haber testimoniado en su libro “Residencia en la tierra” del “mundo de Vida y Muerte” que descubrió en su periplo diplomático y en otros viajes más, fue nombrado cónsul de Chile en Madrid. En una España ya despertada republicana. Según Pablo Neruda, “el lugar que debió ser mi punto de partida.” Aquí el gran poeta chileno vivió algunos de los días más plenos de su existencia, aunque también algunos de los más amargos y dolorosos. Entre los primeros, está su amistad y compenetración con Lorca, Alberti, Miguel Hernández, “un escritor salido de la naturaleza como una piedra intacta”, y con todos sus amigos (la generación del 27). Pero también la defensa de “una poesía sin pureza” en la revista “Caballo Verde para la Poesía” que Neruda dirigió en aquel tiempo. Y entre los días trágicos se hallan los descritos en el estremecedor poema “España en el corazón”, cuando “bandidos con aviones y con moros venían por el cielo a matar niños” en julio de 1936. Un golpe de estado fascista que sacudió violentamente a Pablo Neruda, revelándole que el Hombre no sólo es Naturaleza, sino también Historia. En ese contexto, testigo acusador del martirio republicano.
(Continuará)
José L. Quirante