La gran fábrica del «entretenimiento» es la 
matriz del esclavo asumido, que pulula en las urbes superpobladas y cada
 vez más violentas del capitalismo. 
ILUSTRACIÓN: THE NEW YORK TIMES

La industria cultural estadounidense desempeña un papel sustancial en la reproducción simbólica del capitalismo y, por tanto, en su sostenimiento como sistema, garantizando el triunfo de los estereotipos como formas superiores de la ideología.

La gran fábrica del «entretenimiento», la industria del espectáculo frívolo, que reproduce estrellas y celebridades sin esencia y sin alma, es la matriz del esclavo asumido que pulula en las urbes superpobladas y cada vez más violentas del capitalismo.

El producto cultural estadounidense y sus sucedáneos, científicamente elaborados, nos causan placer, nos entretienen y descomplejizan los procesos de pensamiento y análisis de la realidad.

Productos televisivos creados en laboratorio, los gossip show, los psicological talk show, invaden nuestras casas, el espacio de la familia, y esos seres irreales, tontos y frívolos, comparten nuestras vidas.

La distancia cada vez se acorta más. Los televisores son cada vez más grandes y ocupan un espacio mayor, conquistan cada habitación, cada pared y desde ellas nos hablan, nos dicen, nos entretienen.

Es la «familia» sonriente que sustituye al vecino, al juego de mesa, a la extensa sobremesa familiar, alimentada con el café, el té y las vivencias del día.

Un ejército glamuroso, simpático y banal se apodera de las mentes, de la conducta y de las emociones, desde televisores, computadoras y teléfonos inteligentes, artefactos que se fusionan cada vez más.

Su voluntad está siendo tomada por nuevas e invisibles fuerzas de ocupación sin que usted sospeche nada. Las balas de esta guerra ya no apuntan al cuerpo, sino a sus emociones, contradicciones y vulnerabilidades.

La saturación de información chatarra fabricada en laboratorios de los grupos y fuerzas de tarea de los centros de guerra cultural y sicológica, actúa sobre la mente de los individuos objeto de este bombardeo, sobrecargándolos de imágenes e ideas preconcebidas, capaces de crear conceptos triviales sobre la política y la vida cotidiana.

La mentira, la manipulación y el engaño movilizan al colonizado cultural, cuya máxima ambición es vivir en los grandes centros consumistas del imperio, ese que niega su bandera y su historia, diestro en fingir y mimetizarse.

Al capitalismo del siglo XXI le caracteriza una indiferencia absoluta por la verdad; el hombre posmoderno se ha transformado en un hombre desvinculado de casi todo aquello que le rodea, menos de su Smartphone y de una decena de productos que consume vorazmente.

Sumergido en su burbuja, esclavo de los aparatos, rodeado de sensores y softwares que saben más de su vida que su familia. En otras palabras, un individuo rebajado a la categoría de objeto.

Vive solo para sí mismo, pensando en el placer sin restricciones. Enciclopedista del conocimiento inútil, que vive en medio de un alud que lo desinforma.

Se trata de aniquilar todo lo que contradiga, lo que interpele, lo incómodo, lo difícil, lo profundo y lo social.

Frente a este escenario no queda otra alternativa que defender los valores esenciales de la humanidad, los valores del socialismo, la solidaridad, contraponer a ese hombre sinflictivo y banal el hombre nuevo que soñó y representó el Che.

Debemos sobreponer la fe en el ser humano, la fe en el futuro, la creencia absoluta en la posibilidad de un mundo mejor, a la autodestructiva cultura del descarte neoliberal.

Se trata de defender la cultura revolucionaria, de dar paso a la «ilustración socialista», y al debate universal de ideas que nos salve de la nada, de la caída al vacío que nos ofrece el capitalismo.

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