Es posible que pienses que no debo figurar en esta columna. También es posible que digas ¡ya era hora! Como mujer transexual, en este breve espacio dedicado a mujeres que han luchado contra los postulados sexistas y clasistas de la época que les tocó vivir, mi voz viene a sumarse a la de otras luchadoras.

Hubo un tiempo donde no se trataba de ver quién estaba más oprimida y en competición feroz de construcción de identidades excluyentes. Las luchas de las personas desposeídas, marginadas, explotadas, con diversas opciones sexuales, racializadas, excluidas y discriminadas no sólo por razón de identidad de género sino también por razón de clase social, fueron capaces de confluir.  No tardaría mucho el sistema en ir reconduciendo todo el potencial subversivo y fomentar la hegemonía de la parte burguesa y acomodada de todo ese movimiento. Pero esa es otra historia, la de las clases dominantes, no la de las desposeídas. 

Un 2 de julio de 1951 nací en la ciudad de Nueva York y con poco más de 10 años tuve que marcharme de casa. ¿Razón?, mi abuela, con quien vivía, no aceptó la feminidad manifiesta de quien era su nieto Ray. Así pasé a sobrevivir en la calle, arropada por una comunidad de drag queens, detenida y encarcelada 90 días por delitos contra la naturaleza  y  enfrentando todo tipo de asaltos. Allá por junio de 1969 a punto de cumplir los 18, le propiné un taconazo a un policía y mi vida siempre permanecerá ligada a esos hechos y a un nombre: Stonewall. ¿Sabéis lo que fue más bonito de aquella noche de ese 28 de junio? Ver a los hermanos y las hermanas de pie como una gente unida.

A partir de 1970 consagré mi actividad a dar un refugio a quien lo necesitara y evitar que tuviera que pasar por lo que pasé. Junto con mi inseparable Marsha P. Johnson fundamos el colectivo STAR (Travestis Callejeras Revolucionarias en Acción) y en un apartamento de cuatro habitaciones en el East Village de New York, dimos refugio a personas trans y gay sin hogar. Hasta que nos desalojó el casero al no poder pagar el alquiler.

STAR fue también una plataforma para el activismo, con ella nos relacionamos con movimientos por los derechos civiles como los Young Lords de Puerto Rico y las Panteras Negras. 

Algunas de nosotras sobrevivimos al desarraigo, a la vida en la calle, a la violencia policial, al hostigamiento social, a los crímenes de odio, al SIDA, a la cirrosis y a los intentos de suicidio. Resistimos a la abierta hostilidad del feminismo burgués que nos estigmatizaba, que sigue haciéndolo. Resistimos al aburguesamiento y a la traición de buena parte del movimiento gay, que olvidaron que sin nuestra lucha de aquella noche no hubiera existido ninguna liberación gay para nadie.

Mis cenizas se esparcieron el año 2002 en las calles donde se inició nuestra revuelta.

Ana Muñoz

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