En márquetin es clásica la discusión sobre si esta técnica en manos del capital, sirve al propósito de identificar necesidades humanas para satisfacerlas o bien, previamente las crea.

En el caso que nos ocupa, el debate es superado por una realidad fácilmente palpable. Existe y no cabe duda alguna, una necesidad creciente de salvaguardar un entorno que haga posible la supervivencia en este planeta cada vez más deteriorado.

Otra cuestión sería determinar cuál es la causa principal de este estado. Desde las voces defensoras del actual modo de producción, hasta las simplemente acríticas, se escucha constantemente la redundancia de que “la mano del hombre es la causante de …”.

Esta afirmación abstracta no deja de ser conscientemente maliciosa. Esconde los elementos menos conspicuos del sistema, a saber: la explotación del hombre por el hombre, el expolio a los pueblos y la sobreeplotación de los recursos naturales. Hacer partícipe y corresponsable a toda la humanidad ayuda a no identificar a quienes se han venido lucrando hasta llevar al planeta al colapso medio ambiental.

En este sentido, el capitalismo en su última fase, a través de las técnicas de la mercadotecnia, se ha erigido como salvador de la naturaleza “concienciando a consumidores y usuarios” para intentar frenar la devastación del planeta, mientras se ha empeñado y empeña en hacerlo posible manteniendo un sistema de producción que tiene como único objetivo hacer funcionar el ciclo de reproducción ampliada del capital.

El concepto de márquetin social no es nuevo. Junto con las innovaciones tecnológicas y el incremento del capital constante que fortalecen la productividad, las nuevas estrategias basadas en la filantropía tratan de atraer clientela y fidelización hacia los productos, las empresas o las instituciones, añadiendo un plus diferenciador respecto a la competencia.

Tras el agravamiento de la crisis estructural del capitalismo por la pandemia de la covid-19, toca arrebato y todos los recursos públicos y privados se han de poner al servicio del capital monopolista para salvarlo de su propio veneno.

La frase “salvemos el planeta” que corean tanto gobiernos como ONGs, amaga un claro “salvemos el capitalismo”. El trasvase de dinero público, para ser convertido en capital, es la fórmula que puede llevar a romper la caída tendencial de la tasa de ganancia, o al menos, en eso han puesto su esperanza las grandes corporaciones transnacionales.

El capitalismo verde se convierte de esta manera, uniendo la necesidad de satisfacción social y negocio, en el nuevo mantra que justifica el robo de lo público y su apropiación por unas pocas manos.

La concepción capitalista de la ecología entra así, posmoderna, castrada, en el centro de la nueva “revolución” que cambiará España, Europa y el mundo y que hará la economía y el nuevo desarrollo más sostenible. Así es como se vende, a través del márquetin social, la quimera del dinero verde y se justifican las nuevas inyecciones de capital público a la economía de mercado, a través de planes keynesianos de recuperación como el Plan de Recuperación, Resiliencia y Transformación que esconde la realidad de que el aumento de la productividad es el objetivo de toda esta operación obscena que se empeña en seguir exprimiendo el planeta para continuar la acumulación de capital.

La racionalidad en el uso de los recursos naturales, la planificación de la economía, poniendo en balanza las necesidades humanas y el bienestar colectivo y el respeto al mundo que habitamos es y será la única garantía de supervivencia. Está claro que eso solo ocurrirá en el socialismo.

En esta cuestión, Cuba, a pesar de las dificultades que el criminal bloqueo económico ha implementado, es ejemplo, una vez más, de superioridad. Según reiterados informes de diversas organizaciones en los últimos años, Cuba encabeza el Índice de Desarrollo Sostenible que combina el desarrollo humano con la huella ecológica.

Kike Parra

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