¡Cuántas veces hemos escuchado esa frase en boca de algún compañero o compañera de lucha, sindicalista o no, cuando se enfrenta a una injusticia en su empresa: a algún recorte en sus derechos laborales, o a alguna sanción en su centro de trabajo! Una expresión a veces impulsiva, que nace de lo individual, a veces de una manera desesperada o como rienda suelta a la frustración.

En el imaginario colectivo de mucha gente hacer una huelga es sinónimo de victoria, de cambiar las cosas a mejor para la plantilla, para la clase trabajadora. Y no deja de ser cierto, cuando se prepara y se organiza bien.

La historia de la humanidad nos da muchos ejemplos exitosos de huelgas. Se dice que la primera huelga documentada de la historia se produjo en el Egipto de los faraones hacia el 1166 a.C. E incluso que la NASA tuvo su propia huelga de astronautas en órbita en 1973.

Más allá de estas curiosidades, todo aquel colectivo que quiera usar lo que la real academia de la lengua define como la “interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta”, debería tener claro algunas cosas de esta herramienta de lucha obrera.

Cuando en nuestro centro de trabajo comienza una lucha por cualquiera de nuestros derechos, es fundamental contar con el apoyo mayoritario de trabajadores y trabajadoras. Es la asamblea del centro de trabajo quien toma las decisiones que luego son trasladadas por los y las representantes sindicales. Será esta asamblea la que, en un momento dado, vea la necesidad de convocar una huelga, aunque antes se pueden dar pasos como la negociación, los paros parciales, etc. Por tanto, es imprescindible medir la correlación de fuerzas y establecer los tiempos.

La constitución de un comité de huelga es otro elemento clave que permitirá tener un interlocutor válido entre plantilla y empresa. Este comité, además de la  importante captación de las finanzas necesarias para mantener la huelga el tiempo necesario, deberá buscar la solidaridad obrera con organizaciones del entorno con las que se coincida. Es fundamental para dar a conocer nuestra lucha a nuestra clase y los sectores populares, colocando nuestra versión de los hechos.

Todo esto debe ser planificado concienzudamente para saber cuándo y cómo se van a ir dando los pasos necesarios dentro de esta lucha.

No debemos olvidar que el anuncio de una huelga es un hecho de gran impacto para la empresa. Su solo anuncio puede provocar en algunos casos que la patronal ceda a la mayoría de las reivindicaciones de los trabajadores y trabajadoras.

El final de la huelga, victoriosa o no, merece un punto y aparte. Aprender de los aciertos y los errores es fundamental para que la próxima ocasión, la próxima huelga nos coja fortalecidos y con la lección bien aprendida. Si la patronal estudia meticulosamente el desarrollo de las huelgas, cómo no vamos a hacerlo nosotros y nosotras.

La huelga, como último recurso, bien planificado y dirigido por un comité de huelga, representante de una plantilla que lo dirige y empuja en las asambleas de trabajadores y trabajadoras. Una huelga bien apoyada en unas finanzas mínimas para mantener la ausencia de sueldos durante esos días o semanas, vinculada a las organizaciones políticas, sociales y sindicales del entorno que les presta su apoyo y solidaridad, que coloca su propia narrativa ante los medios de comunicación. Estas son en teoría algunas de las claves del éxito de esta herramienta. La práctica depende de nosotros y nosotras.

Javi Delgado

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