La violencia de género en el ámbito estatal se identifica con la violencia sobre una mujer causada por su pareja o expareja. Por tanto, se trata de una aproximación restrictiva a esta realidad y de ahí la disparidad de cifras. Cuando leas esto, casi con toda seguridad ya no serán, dependiendo de la fuente, 67 o 36 los feminicidios en lo que llevamos de año, pues las denuncias y las víctimas se han incrementado hasta alcanzar niveles previos a la pandemia de la covid-19. En cifras entre abril y junio las denuncias han aumentado un 17,8% y el número de victimas un 20,4%.

Realmente para calcular la verdadera dimensión de la violencia reiterada y sistemática contra las mujeres y niñas habría que sumar a las agresiones cuya causa está en el hecho de ser mujeres y tener la consideración de sujetos subalternos, desvalorizados y subsidiarios, otras violencias punibles cuyo origen obedece a esa consideración, incluso aquellos menoscabos a la dignidad que forman parte cotidiana de la vida de muchas mujeres aunque salgan fuera de la esfera penal.

La violencia patriarcal es estructural y sus múltiples expresiones son parte consustancial del sistema de dominación en el que vivimos. Por muchas leyes integrales y órdenes de alejamiento y juzgados que se creen, la incapacidad de mejorar la situación es evidente. La pretendida “integralidad” de su “Ley Orgánica de medidas de protección integral contra la violencia de género”, sitúa la violencia contra las mujeres como un problema legal que, como tal, se resuelve en el ámbito policial, jurídico y penal. Esta única forma de intervención, impregnada de filosofía penalista, aplicada por machistas togados, uniformados y organismos de claro sesgo patriarcal, hace que se destinen limitadísimos recursos públicos a implementar otros ámbitos y medidas que sean algo más que pura propaganda cosmética. Además, como problema añadido la publicidad sexista, la imagen de la mujer en los medios de comunicación, la industria cosmética y de la moda, el cine de Hollywood, etc., promocionan roles patriarcales y una construcción desigual de los géneros. El lenguaje sexista y los modelos femeninos que promueve la cultura dominante, fomentan la percepción de la mujer como objeto sexual al servicio del placer masculino y como un ser débil, dependiente y vulnerable, subordinado a las necesidades de la familia y de los maridos. Así el propio sistema permite la impunidad de los agresores y normaliza la violencia, perpetuándola, propiciando la criminalización y culpabilización de las víctimas frente a la justificación de los victimarios. Con este panorama y con la ofensiva ideológica de lo más granado del conservadurismo y carca del capitalismo patrio, no es de extrañar que según el último Barómetro Juventud y Género" uno de cada cinco chicos jóvenes cree que la violencia de género es un invento ideológico. El 20% de los encuestados niegan que la violencia de género exista hoy en día, en 2019, este porcentaje era del 12%.

En ese mismo barómetro se constata que mientras que cada vez son más las chicas que consideran que la violencia de género es un problema social muy grave – 72,4% en el año 2017, 74,2% en 2021-, cada vez son menos los chicos que están de acuerdo con esta afirmación. Si en 2017 lo creían el 54,2%, en el año 2021 apenas se supera el 50%.   La percepción sobre las desigualdades de género también varía, un 72,9% de las jóvenes considera que las desigualdades son grandes o muy grandes, mientras que entre los hombres, estos porcentajes se reducen al 42,6%. Y como colofón a esta escalada retrógrada y machista entre la juventud de 15 a 29 años, un 24% de ellos considera que el feminismo “busca perjudicar a los hombres” frente a un 13,9% de mujeres que afirman esto mismo.

Sabemos que las relaciones humanas, sociales, políticas, económicas y culturales no son naturales, son social e históricamente construidas y, por lo tanto, pueden ser transformadas. También sabemos que derribar lo viejo requiere de mucha lucha. Los valores arrastrados a través de la estructura familiar burguesa se perpetúan y refuerzan con las religiones. Aquí la religión católica, principal bastión y representante del patriarcado en el reino borbónico, recibe dinero y prebendas del erario público para difundir sus mensajes sobre la debida obediencia de la mujer ante el hombre y reforzar nuestro rol de esposas sumisas. Desde sus púlpitos se lanzan mensajes de odio y misoginia, presionando a hombres y mujeres para que acepten las condiciones del sistema que les ha tocado vivir por decisión divina.

Pero nosotras, ni victimas ni sumisas, sabemos que una vida libre de violencias pasa ineludiblemente por acabar con el capitalismo y derrotar al patriarcado.

María Luna.

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