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A aquellos hijos de la clase obrera (y digo bien, hijos; a las hijas, el nacionalcatolicismo patrio les tenía reservadas “sus labores”) nacidos en la España de los Planes de Desarrollo de los primeros años 60 del siglo XX, del fascismo yeyé recién salido de la autarquía, no nos dejaban demasiadas opciones para ejercitar la práctica deportiva. Descartados el tenis, la natación olímpica, y prácticamente cualquier deporte que requiriese una mínima infraestructura, de la que carecían unos barrios construidos a toda prisa para acoger la mano de obra procedente del acelerado éxodo rural, sólo nos quedaba el fútbol.

Más que campos teníamos descampados, donde ya asomaban las primeras chabolas; más que tierra (la hierba era impensable en según qué latitudes) teníamos piedras, con las que montábamos las porterías; más que pelotas “de reglamento” (todo un lujo que otorgaba privilegios a su afortunado poseedor) teníamos pelotas de plástico (un material que por entonces ya hacía furor) o de tela rellena con guata por nuestras esforzadas madres. El Mundial de Fútbol era “lo más” para esos niños que crecimos ya delante de un televisor, en blanco y negro, por supuesto. Tostao, Rivelino, Marco Antonio, Pelé,…, del Brasil de 1970; Breitner, Beckenbauer, “torpedo” Mueller,…, de la Alemania Occidental; o Lato, de aquella impresionante selección de la Polonia socialista de 1974, marcaron una infancia en la que España ni siquiera se clasificaba para los mundiales.

Pero ya entrando en la primera juventud, esa entrega de la Copa del Mundo de 1978 al entonces capitán de la anfitriona selección argentina, Daniel Passarella, por parte del comandante en jefe Jorge Rafael Videla, asestó el primer golpe “mundialista” a nuestras incipientes conciencias. Sólo dos años antes, Videla había encabezado un golpe de Estado en Argentina que instauró un régimen de terror contra las clases populares que los golpistas denominaron “Proceso de Reorganización Nacional”.

Aquel Argentina 6 – Perú 0 nos enseñó que incluso en un Mundial se amañan partidos. Argentina necesitaba vencer por una diferencia de 4 o más goles para pasar a la final y lo hizo, probablemente a cambio de acoger a 13 opositores secuestrados por la dictadura peruana. Nuestra fe futbolística, por el amaño pero, sobre todo, por la utilización de nuestro deporte para lavarle la cara a los “vuelos de la muerte” del fascismo argentino, quedó dañada para siempre, y nuestros cromos infantiles teñidos de sangre.

Si bien la designación de Argentina como organizadora del Mundial se había producido diez años antes, la FIFA se negó rotundamente a rectificar su decisión tras el golpe de Estado militar. Ya entonces sobrevolaban sospechas de soborno al presidente de la FIFA, Joao Havelange, pero ni siquiera eso era necesario. ¿Quién duda de la disposición de la FIFA a echar una manita a la anticomunista Operación Cóndor impulsada por EE.UU. con más de seis dictaduras militares en América del Sur? Eso sí, el Mundial Argentina 78 fue ampliamente utilizado por el capitalismo español para introducir la TV en color en los hogares obreros.

Desde Argentina 78, y pasando por alto el Mundial de 1994 en EE.UU. tras haber obsequiado al pueblo de Irak con 250.000 bombas, entre ellas las prohibidísimas bombas de racimo, en tan sólo 43 días a comienzos de 1991 y causado más de un millón de muertes con el posterior embargo, nos trasladamos al inminente Mundial de Qatar 2022. Si bien el listón está muy alto, nunca subestimemos la capacidad del imperialismo para superar su propia barbarie.

Aunque bajo parámetros bien diferentes, los Mundiales de Argentina 1978 y Qatar 2022 comparten el obscurantismo de la FIFA en la elección y/o mantenimiento de la sede del campeonato, la utilización de un evento planetario para lavar la imagen de un régimen tiránico y servil a los intereses de EE.UU. en la región, Oriente Medio en este caso, y la violencia extrema contra una clase trabajadora que, en Qatar, está conformada por 2 millones de trabajadoras/es de las/os cuales aproximadamente el 90% son inmigrantes, principalmente de India, Nepal, Bangladesh, Filipinas y Kenia.

Como siempre es bueno mirarse para adentro, debe señalarse que la operación cosmética puesta en marcha desde el mismo momento de la designación de Qatar como sede mundialista, o incluso antes, cuenta con un conocido cómplice, el flamante entrenador Xavi Hernández, designado en marzo de 2018 como primer embajador global de Qatar 2022 por el Comité Supremo de Ejecución y Legado catarí.

La elección de Qatar, un país sin ninguna tradición futbolística, como sede del Mundial, levantó sospechas de corrupción desde el principio y durante una década, llevándose por delante en 2015 tanto al expresidente de la FIFA, Joseph Blatter, como de la UEFA, Michael Platini, suspendidos por el Comité de Ética de la FIFA. Hasta 42 personas han sido acusadas de participar en el conocido como FIFA-Gate, incluyendo dirigentes y empresarios y con una fuerte componente de Estado que implicaría al entonces presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, y al jeque Tamim bin Hamad Al Thani, emir de Qatar. ¡Y es que ya sabemos que no hay capitalismo sin corrupción ni especulación!

La misma FIFA corrupta hasta la médula, que no duda en concederle el Mundial a un país que, en función de sus intereses gasísticos, ha armado y financiado con miles de millones de euros a grupos terroristas en la guerra contra Siria; que mantiene a las y los trabajadores inmigrantes en un auténtico régimen de semiesclavitud con salarios de miseria (160 €/mes) y la prohibición de cambiar de explotador sin permiso del patrón, bajo unas pésimas condiciones laborales que han ocasionado la muerte de, al menos, 6.500 trabajadores involucrados en la construcción de infraestructuras para el Mundial; que alberga a más de 170.000 trabajadoras domésticas inmigrantes con jornadas medias de 16 horas, sin días de descanso, y sometidas a todo tipo de abusos y agresiones; esa misma FIFA connivente con el fascismo, de manera sin duda coherente, le ha seguido el juego a la OTAN expulsando a Rusia del clasificatorio para el Mundial de Qatar por defender a los pueblos del Donbass del gobierno golpista y filonazi instalado en Ucrania. 

Maradona decía que “la pelota no se mancha”, pero el imperialismo lo mancha todo. Como para restablecer la fe futbolera de esa infancia jalonada por los mundiales, la Unión Soviética nos brindó el más alto ejemplo de moral antifascista cuando renunció a la clasificación para el Mundial de Alemania 74 al negarse a jugar frente a Chile en el mismo Estadio Nacional de Santiago utilizado por Pinochet como centro de detención y tortura de opositores al régimen militar. El golpe de Estado se había producido hacía poco más de dos meses. La FIFA le denegó a la URSS su solicitud de celebrar el encuentro en otro país, ni tan siquiera en un estadio diferente.

José Barril

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