Para Engels el punto de partida para una comprensión racional del medio ambiente se hallaba en la máxima de Francis Bacon de que “solo se dominará a la naturaleza obedeciéndola”, esto es, descubriendo y conformándose a sus reglas. Sin embargo para Marx y Engels este principio baconiano, en la medida en que se aplicaba en la sociedad burguesa, se usaba como una “astucia” para conquistar la naturaleza y someterla a las leyes de acumulación y competencia del capital. La ciencia se había convertido en un mero apéndice de la obtención de beneficios y se consideraban los límites de la naturaleza únicamente como obstáculos a superar.

Esta profunda perspectiva crítica-materalista llevó a Engels a enfatizar el sinsentido del tópico de la “conquista de la naturaleza”, como si la naturaleza fuera un territorio extranjero que pudiera ser sometido a voluntad, como si la humanidad no se encontrara ya en medio del metabolismo terrestre. A cada paso los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros pertenecemos a la naturaleza, y que todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas.

Ray Lankester, quien fue protegido de Charles Darwin y Thomas Huxley, amigo cercano de Marx (y conocido de Engels) y principal biólogo británico de la generación posterior a Darwin insistía en que el dominio creciente del ser humano sobre La Tierra estaba dando lugar, de manera contradictoria, a un potencial creciente de desastres ecológicos a escala planetaria. Así, en su capítulo sobre las “venganzas de la naturaleza”, se refería a la humanidad como a la “perturbadora de la naturaleza”, y con ello la creadora de enfermedades epidémicas periódicas que amenazaban a la humanidad junto con otras especies; y esto podía explicarse por un sistema dominado por los mercados y por financieros cosmopolitas que socavaban cualquier intento racional científico para reconciliar la producción humana con la naturaleza (fíjense bien que estas palabras que reflejan la realidad actual demasiado bien para nuestra tranquilidad se dijeron ya en el siglo XIX).

Si no quería destruir las bases mismas de su existencia no le quedaba a la humanidad más opción que controlar la producción superando los estrechos límites de la acumulación de capital y siguiendo los dictados de una ciencia racional orientada a un desarrollo coevolucionario.

Engels derivó de G.W.F. Hegel las tres leyes generales de la dialéctica dándoles una nueva significación materialista: 1) la transformación de la cantidad en calidad y viceversa, 2) la identidad o unidad de los opuestos, y 3) la negación de la negación. Estas no se entienden como leyes fijas y estrechas en un sentido positivista, sino más bien como principios ontológicos generales, concebidos dialécticamente, del mismo modo que proposiciones básicas como el principio de uniformidad de la naturaleza, el principio de perpetuidad de la sustancia y el principio de causalidad.

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