El pasado domingo día 2 de octubre se celebraron las elecciones generales y presidenciales en Brasil. Se trata de un país que - por población, por economía, por recursos naturales, etc. - constituye una potencia de gran importancia a nivel regional, e incluso mundial (integrada en los llamados BRICS). El objetivo de este artículo es hacer un muy breve repaso de la situación general de cara a esta elección.

Dos nombres propios copan, sin duda, la atención de la campaña: Jair Bolsonaro (del Partido Social Liberal, PSL) y Luiz Inácio "Lula" da Silva (del Partido de los Trabajadores, PT). Dos candidaturas con posicionamientos notablemente distintos que, según todos los pronósticos, serán quienes pasen a la segunda vuelta.

Jair Bolsonaro fue el vencedor de las últimas elecciones (las de octubre de 2018), que estuvieron marcadas por ser la continuación del gobierno ilegítimo y golpista de Michel Temer, quien maniobró para destituir a Dilma Rousseff, del PT, mediante un golpe judicial blando ("lawfare") en 2016. Así pues, Bolsonaro representa a la extrema derecha más reaccionaria, al fascismo latinoamericano: el de la burguesía del agronegocio (los capitalistas dueños de las grandes explotaciones agrícolas y ganaderas del país, propietarios de la gran mayoría de la tierra cultivable de Brasil), que le ha dado abiertamente su apoyo firme y una generosísima financiación. Bolsonaro es también el candidato de la burguesía rentista, extractivista (minería, madereras, petróleo) e industrial, y del sector bancario. También el de las iglesias evangélicas, con sus credos ultrarreacionarios. Y en un país donde el fútbol tiene un gran peso social, cuenta además con el apoyo de no pocos multimillonarios futbolistas: el dinero, la clase, pueden más que la extracción social y étnica de estos individuos.

Su periodo presidencial se podría resumir por varios aspectos. Uno de ellos es su muy negligente gestión de la pandemia de la COVID-19: con más de 685.000 muertes reconocidas oficialmente, Brasil es el segundo país del mundo con más fallecimientos; por supuesto, la práctica totalidad de la clase obrera, los sectores populares y el campesinado sin tierra. Además, Bolsonaro es responsable directo de la aprobación de una serie de medidas laborales que han destruido empleo, han desprotegido a los y las trabajadoras - empujando a muchos/as a más niveles de sobreexplotación y al sector informal -, con una bajada generalizada de salarios y un desmantelamiento de los sistemas de protección social, educación y sanidad públicas.

También cabe señalar cómo sus discursos racistas (tanto contra la población negra como indígena brasileña), machistas, homófobos y en apoyo a la brutalidad policial, han contribuido a crear un clima de violencia abierta e impunidad para la extrema derecha de cara a estas elecciones.

Por su parte, Lula da Silva (antiguo trabajador del metal, ex-sindicalista y presidente ya en dos ocasiones: entre 2003 y 2010) representa a la línea socialdemócrata de los gobiernos latinoamericanos de las últimas décadas. Cuenta con un importante apoyo y simpatía populares y ha podido presentarse a estas elecciones después de ser liberado de la cárcel a finales de 2019, gracias a que el Supremo Tribunal Federal de Brasil anuló una sentencia por supuesta corrupción, que le había sido impuesta en 2017 por el juez Sergio Moro - posteriormente ministro de Justicia con Bolsonaro.

A estas elecciones de 2022, Lula concurre en un pacto con Geraldo Alckmin (líder del Partido Social Demócrata Brasileño PSDB, conservador y católico) como candidato a la vicepresidencia.

Durante sus gobiernos (que podrían calificarse como gobiernos que confrontan con el proyecto imperialista de EEUU en America Latina), Lula primero y Dilma Rousseff después - también del PT - llevaron a cabo una serie de medidas políticas de orientación más social/redistributiva que las de los anteriores gobiernos, que eran de corte claramente neoliberal, y trabajaron por la integración regional latinoamericana (Mercosur, etc.). Esto se tradujo en crecimiento económico sostenido del PIB entre 2004 y 2014. Sin embargo, fueron medidas esencialmente reformistas y de cierta conciliación de clases.

En definitiva, y aun cuando como comunistas es necesario hacer un análisis de más profundidad sobre las condiciones concretas de la lucha de clases en Brasil (que esperamos desarrollar de cara a la previsible segunda vuelta), nos encontramos ante dos planteamientos bastante diferenciados, que pueden marcar el escenario político en el gigante latinoamericano.

Fernando

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