Permitidme una excepcional digresión en mi habitual crónica cinematográfica. Creo que la ocasión la merece. Se trata, pues, de hablar (escribir en este caso) de una estremecedora obra de teatro. En concreto, de la obra teatral del grupo “Teatro del barrio”, Homenaje a Billy el niño, de las autoras Ruth Sánchez y Jessica Belda, y dirigida por la joven dramaturga Eva Redondo. Una impactante pieza teatral, como digo, que he tenido la inesperada oportunidad de ver en el marco del 43 Festival de Teatro de Logroño, y en la que el espectador nunca se siente traicionado. Ve lo que esperaba ver: desde que pone los pies en la bella sala del Teatro Bretón de los Herreros (lugar donde se desarrolla, desde el pasado 5 de octubre y hasta el 27 de noviembre, el mencionado festival), hasta que sale de ella literalmente transmutado. Y esto porque inmediatamente la declaración de intenciones es inequívoca. Sobre una pantalla situada al fondo del amplio escenario, se proyectan abundantemente imágenes de brutales cargas policiales contra manifestantes antifranquistas; asimismo se muestran sucesos dramáticos ocurridos durante el balbuciente inicio de la pérfida Transición: la matanza de obreros en Vitoria-Gasteiz el 3 de marzo de 1976, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha el 24 de enero de 1977, o la aprobación en el Congreso de los Diputados, el 15 de octubre de 1977, de una Ley de Amnistía que también amnistió los crímenes del franquismo. Y eso solo para empezar la función. El sobresalto viene después. O sea, la puesta en escena ágil, inteligente e innovadora, de un juicio social y popular que nunca tuvo lugar: el del torturador Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, miembro del Cuerpo General de Policía en la Brigada Político-Social durante la dictadura franquista.

Y es aquí donde las autoras, los actores (todos de alto vuelo) y la directora no escatiman esfuerzos para, con pruebas irrefutables, desenmascarar las atrocidades cometidas por el sádico policía franquista, durante interminables interrogatorios a activistas de izquierdas en los oscuros calabozos de la Dirección General de Seguridad (DGS); y para denunciar igualmente la complicidad del poder, a través del tétrico ministro del Interior, Rodolfo Martín Villa. Individuos, por otra parte, reclamados por la Justicia argentina por delitos de lesa humanidad, pero nunca juzgados. Peor aún, Billy el Niño siguió torturando durante la vergonzosa Transición, recibió condecoraciones “por los servicios prestados” y, como Franco, un día tardío murió impunemente en su cama. Por su parte, Martín Villa consiguió la indecente protección de políticos y sindicalistas (Aznar, Rajoy, Zapatero, González, Fidalgo, Cándido Méndez, etc.) para evitar ser juzgado en  Argentina. Al final de la representación, y con el público conmovido, los rostros de las víctimas expuestos en soportes de madera claman, con todo derecho, se obtenga para siempre justicia, verdad y reparación.

Rosebud

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