En África se están expresando todas las tensiones geopolíticas que determinan la realidad mundial, solo que en este caso tanto el factor colonial como el racismo tienen una influencia particular, que colocan al continente en unas especiales condiciones de inferioridad para avanzar en su emancipación.

Recordemos a Frantz Fanon: “El colonialismo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza”. África sigue sufriendo esa violencia sistémica, ahora en fase imperialista.

En 1993, Chris Hani, Secretario General del Partido Comunista de Sudáfrica, caía bajo las balas de un sicario polaco, enviado por la extrema derecha. El apartheid estaba en su fase final, arrinconado por las heroicas fuerzas libertadoras antirracistas. Un asesinato más, en una larga lista de dirigentes de alto valor simbólico: Patricio Lumumba (1961), Amílcar Cabral (1973) y Thomás Sankara (1987).

La Conferencia de Berlín (1884-1885) decidió el futuro del continente africano, imponiendo las formas más extremas de violencia capitalista. La esclavitud ya existente, el criminal dominio colonial y el neocolonialismo, y el imperialismo actual.

En las últimas décadas las guerras por el coltán y el petróleo han continuado la sangría de todo un continente de 1.340 millones de habitantes. Las migraciones desesperadas dejan un rastro de miles de muertes cada año a las puertas de la Europa fortaleza.

Con la independencia formal las antiguas metrópolis no renunciaron al saqueo, sencillamente lo reconvirtieron.

Francia, Alemania, Inglaterra, España,  despliegan sus garras sobre los recursos naturales, organizan golpes de Estado, infiltran su tejido social.

Nuevos actores postcoloniales intervienen hoy en África.

EE.UU. tiene un mando específico para un continente que no tiene capacidad de controlar, AFRICOM. Con sede en la UE, porque ningún país africano ha aceptado su presencia.

El sionismo, que ahora es socio de la dictadura marroquí e interviene en la guerra contra el Frente Polisario, pretende infiltrarse en la UA (Unión Africana, que incluye 54 países, entre ellos la RASD).

Este brutal pasado colonial y neocolonial ha dejado una huella imborrable en la zona. Por ello en algunos países se produce un distanciamiento de sus antiguas metrópolis, que establecen otras alianzas.

China ha tenido diferentes fases en su presencia en África. Una primera muy negativa, marcada por su antisovietismo, ha sido seguida por otra en la que los acuerdos de colaboración son más ventajosos que los de las antiguas metrópolis, y que le han permitido ganar influencia y el acceso a recursos muy valiosos.

Y en otra lógica, la antigua asistencia internacionalista soviética, está siendo rentabilizada por una Rusia que necesita ampliar su espacio vital para fortalecer sus posiciones en la pugna mundial imperialista. En Sudáfrica no se olvida el apoyo de la URSS en su etapa de apartheid, y ello facilita el establecimiento de acuerdos y cooperaciones. En el caso de Argelia la colaboración de la época soviética ha tenido una continuidad hasta nuestros días.

Lo más actual son los casos de Mali y Burkina Faso, antiguas colonias que Francia ha manejado siempre a su antojo (golpes de Estado incluidos), y que ahora hacen acuerdos con Rusia, y deciden expulsar a militares franceses y españoles.

Estos cambios han levantado una campaña mediática, con la bandera del “peligro ruso” en el Sahel, que trata de deslegitimar estos acuerdos realizados desde la propia soberanía de los países que los establecen.

Para África la cuestión sigue siendo la que en su día planteó Chris Hani, “no basta resolver la cuestión racial, sino que es necesario resolver la cuestión social”. Y esa es una tarea histórica que solo pueden asumir la clase obrera y los pueblos de África.

C. Suárez

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