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El fútbol femenino se ha hecho especialmente relevante en los últimos años, no por lo que le es propio, su práctica, calidad, emoción, etc., sino porque ha logrado, a su pesar, visibilizar gran parte de la desigualdad y los prejuicios que nutren el patriarcado. El fútbol femenino ha sido visto como un intruso. A fin de cuentas, el deporte “rey” es competitividad física, es pelea, victoria, un culto en el que se enarbolan banderas y se exalta la hermandad de los que se reconocen de un color u otro. En fin, todo muy en la masculinidad hegemónica. Ahora bien, también es una fuente de lucro muy importante, un espectáculo que directa e indirectamente mueve mucho dinero, y el color del dinero aúna muchos intereses. Es por eso por lo que el auge de determinadas luchas se haya vuelto rentable y el fútbol femenino esté empezando a ser más explotado, con más visibilidad, premios y patrocinadores. Todo un ejemplo de cómo el capitalismo logra hacer progresar los derechos, ¿no?

No, el progreso no consiste en ampliar los privilegios, sino en hacerlos desaparecer y reconocer más el papel de las mujeres sin cuestionar el orden de los privilegios dominantes, es meterle un gol al feminismo. Que el mundial de fútbol femenino tenga entre sus patrocinadores a Arabia Saudí es, además de un gol al feminismo, un gol en fuera de juego. Qué gran juego de contradicciones ver cómo las futbolistas corren por las bandas o tiran córner y, de repente, leer “visita Arabia Saudí”.

No hace falta dar muchas explicaciones sobre Arabia Saudí, una monarquía absoluta en la que el reparto del poder se aproxima más al feudalismo que a un estado soberano.

Allí, hasta hace bien poco las mujeres tenían el mismo valor que los animales y, todavía actualmente, desde que nacen hasta que mueren están legalmente bajo la tutela de un varón. La segregación por género es estricta y las mujeres están obligadas a que su presencia pública se reduzca a ser un bulto negro cubierto hasta los tobillos, todo un símbolo. Es verdad que en los últimos años el rey las ha permitido votar y conducir, todo un logro en pleno siglo XXI, aunque un ejemplo más de pseudoprogreso, de cómo convertir el desarrollo en una grotesca caricatura en la que el progreso es el feudalismo usando móvil; un oxímoron, como hablar de capitalismo verde, monarquía moderna o libre mercado.

Ahora bien, hablar de Arabia Saudí sería fijarse únicamente en el gol en fuera de juego. Hay que ver también la ceguera del equipo arbitral, en este caso, la FIFA. Una organización con una historia muy ilustrativa en lo que se refiere a valores democráticos. Así por ejemplo, en 1934 no tuvo ningún remilgo con la Italia de Mussolini, dándole la celebración del mundial y haciendo la vista gorda con todos los excesos y abusos propios de un régimen fascista que busca que nada ensombrezca la imagen de gloria que quiere proyectar en un acontecimiento mundial. En 1973, la FIFA tampoco tuvo remilgos en permitir que la sede un partido de clasificación fuese en un estadio que unas semanas antes había servido de campo de concentración, fue el famoso partido fantasma entre el Chile del genocida Pinochet, en el que todavía estaban humeantes las bombas en el Palacio de la Moneda, y la URSS. Naturalmente, nuestra amada URSS, antes que legitimar el golpe militar, como sí hizo la FIFA, prefirió no caer en la más vil inmoralidad y no jugó el partido, quedando así fuera del mundial. Tan solo unos años después, en 1978, la FIFA lo volvió a hacer, y le dio la celebración del mundial al régimen de la junta militar en Argentina, una dictadura militar, anticomunista, nacionalista y capitalista, es decir, fascista a todos los efectos. Los gritos de los torturados pudieron ser ahogados entre los gritos de gol y es que a menos de dos kilómetros del estadio Monumental, sede de la final, estaba la Escuela de Mecánica de la Armada en la que sistemáticamente se torturaba. En esta ocasión no solo la FIFA se lucró blanqueando un genocidio, también los patrocinadores como Coca Cola o Adidas, que lograron que el mundial se retransmitiera en color.

Y así, entre negocio y negocio, llegamos a otro buen ejemplo de la catadura moral de la FIFA, en el 2022, ni la explotación laboral, ni la falta de derechos, ni las malas condiciones climáticas, y ni la escasa afición futbolística, impidieron que la FIFA lo volviese a hacer y le diese el mundial a Qatar. De nuevo, el dinero, el privilegio y un régimen político, no ya fascista, sino directamente feudal, le metieron un gol a la humanidad. Con estos antecedentes, cómo extrañarse de una minucia como el patrocinio saudí del fútbol femenino. Si algo concentra las contradicciones del capitalismo es la FIFA. 

Eduardo Uvedoble.

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