Desde hace ya tiempo, el bloque imperialista viene incrementando la intensidad de sus ataques contra la República Popular China: tanto en el plano económico (principalmente en la producción industrial y de alta tecnología) como en el militar. El imperialismo está en su fase terminal, pero se resiste y trata de sobreponerse frente a su principal oponente.

Trump sancionó a la empresa china de electrónica Huawei, competidora de los fabricantes de móviles estadounidenses; si bien Huawei ha logrado esquivar buena parte de esas sanciones reforzándose con nuevos desarrollos tecnológicos de diseño propio. Su continuador en el cargo, Biden, ha seguido una estrategia muy similar, impidiendo la exportación a China de semiconductores y microchips de alta eficiencia, que son clave en aplicaciones de computación e inteligencia artificial. Además, siguen las presiones para prohibir en EE.UU. la red social TikTok, con el pretexto de vincularla al gobierno chino y a una recogida masiva de datos de usuarios. Irónico, ¿verdad? No hay más que mirar el papel de agencias estatales estadounidenses como la NSA en casos de vigilancia y espionaje a gran escala, como p.ej, el de Cambridge Analytica.

En lo militar, EE.UU. ha pisado el acelerador para armar a Taiwán, territorio legítimamente chino desde donde la reacción burguesa china trata de revertir el gobierno del PCCh. Si en el periodo 2010-2019 se hicieron públicas ventas de armamento de EE.UU. a Taiwan por al menos 17.000 millones de dólares, en septiembre de 2022 y marzo de 2023 se han anunciado nuevas ventas por más de 1.000 y 600 millones, respectivamente. Entre esas nuevas armas hay nada menos que misiles de alta precisión y aviones de combate. Además, el imperio va generando provocaciones diplomáticas, como la visita a Taiwán de agosto de 2022 por parte de Nancy Pelosi (presidenta de la Cámara de Representantes yanqui).

Lejos de esto, China está jugando un papel cada vez más influyente en el plano internacional; no sólo en la producción industrial, el comercio y la economía, sino también en la parte diplomática. De hecho, a inicios de marzo China ha sido la impulsora de un principio de acuerdo entre Irán y Arabia Saudí. Los dos países, potencias económicas y militares en la región de Asia occidental, se comprometen a reanudar diálogo y relaciones. Sin duda una buena noticia, también para el pueblo de Yemen: se espera que facilite el fin de la guerra del gobierno yemení (respaldado por los saudíes) contra el movimiento popular Ansarollah (con apoyo iraní). Esta guerra, iniciada en 2015, ha causado enorme sufrimiento y una gravísima crisis humanitaria en el pueblo de Yemen. Y a la vez, una mala noticia para las potencias imperialistas, interesadas en sembrar el caos para así saquear mejor una región con enormes recursos (petróleo) y rutas de transporte clave.

Por otro lado, en el primer aniversario del cambio de fase de la guerra en Ucrania (porque la guerra contra el Donbass venía ya de 8 años antes), China también ha presentado una propuesta de plan de paz. Inmediatamente, la organización criminal imperialista OTAN (verdadera impulsora de esta guerra y máxima interesada en prolongarla a cualquier coste humano) por boca de su secretario general Stoltenberg, se ha apresurado a rechazar la iniciativa china. Los 12 puntos del plan chino son unas líneas generales que orientan las negociaciones de paz. Llaman a respetar la soberanía, la independencia e integridad territorial de los países (punto que al imperialismo no le conviene, porque si se lo aplican a él: ¿cuándo estos principios han prevalecido a los intereses de rapiña imperialistas?). Llaman también a no amenazar la seguridad de los países vecinos, a no integrarse en bloques militares (no entrada en la OTAN) y a fortalecer el diálogo entre las partes. China propone el cese de las sanciones económicas contra Rusia y centrarse en resolver la crisis humanitaria; evitar la escalada de armamento y acabar con los ataques a centrales nucleares, etc.

En definitiva, una muestra de la disposición clara de la República Popular China a jugar un papel diplomático importante en una etapa histórica donde la multipolaridad (todavía no el socialismo-comunismo, al menos aún no de manera hegemónica) se abre hueco frente a la unipolaridad del capitalismo en su fase imperialista.

Fernando

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