Aunque incapaz de escapar de los temores que le acosan desde niño y del fracaso que ha supuesto su temprano alcoholismo, Sidney Levin emprende un viaje desde Nueva York, de donde nunca antes había salido, hasta una tranquila ciudad del Medio Oeste en cuya Universidad le han ofrecido trabajo como profesor.
Levin desconoce que su elección no es producto de sus méritos académicos, sino de la imposibilidad de encontrar a alguien dispuesto a aceptar unas condiciones bastante precarias. Su necesidad de alejarse del pasado y su deseo, común al de cualquier adicto rehabilitado, de aprovechar esa segunda oportunidad hacen que acepte de buen grado las normas escritas y los códigos de conducta que rigen hasta el más ínfimo detalle de esa comunidad en apariencia idílica.
A simple vista da la sensación de que el sueño americano se hace realidad, pero a partir del momento en que desaparecen la fascinación y el vértigo que obran sobre su conciencia la novedad del viaje, el paisaje rural y la afable disposición de los miembros de la comunidad educativa, la novela se desdobla para ahondar en los matices de ese microcosmos en el que la autocomplacencia se impone a la realidad.
Casi sin excepción cuantos aparecen en la novela pertenecen a la clase media. Su condición de académicos debería proporcionarles, en teoría, una visión crítica de cuanto les rodea. Sin embargo, observan desde su torre de marfil los desmanes de la furia anti-comunista (contraria a cualquier tipo de disidencia) desatada por el macartismo, aceptado como algo insidioso pero soportable y necesario. Tampoco son ajenos a la línea que les separa del resto de sus semejantes, a los que perciben como simples elementos de un decorado. Ni siquiera sus esposas aspiran a superar sus funciones tradicionales. En cuanto a la enseñanza que se supone imparten por vocación, ésta no es más que una herramienta con la que encauzar a los jóvenes de otras familias tan adscritas a la normalidad como lo son ellos mismos.
No es el infierno: no hace falta ser muy espabilado para saber que justo entonces como ahora el infierno puede estar en todas partes; pero tampoco el paraíso prometido de esa “tierra de abundancia (1)” en la que imperan la ley, el orden y “la búsqueda de la felicidad (2)”. Y esa es la profunda ironía y la amarga conclusión que Bernard Malamud, esta vez ajeno a su habitual tendencia a la esperanza, deposita de modo sutil y desprovisto de estridencias discursivas sobre el lector y sobre el protagonista: un anti-héroe sin aura de romanticismo que es lo que es porque su conciencia no le permite integrarse en un marco social siempre empeñado en mentirse a sí mismo.
Juan Mas
Notas:
1* Tierra de abundancia / Land of plenty: Metáfora del concepto de Estados Unidos muy común en las homilías de todas las iglesias Protestantes.
2* “… Y a la búsqueda de la felicidad” / “… And the pursuit of happiness”: Extraído del texto Constitucional de Estados Unidos, 1787.