“La meta del dominador ha sido subyugar las mentes de los explotados, siempre por medio del engaño, la manipulación y la mentira”.

Para erigir un antiimperialismo cultural efectivo son imprescindibles dos condiciones. La primera de ellas es el acceso masivo, gratuito e inclusivo a los sistemas educativo y cultural (con énfasis en lo artístico) de toda la población de cualquier nación. La otra condición es que los principales medios de difusión masiva (prensa, radio, televisión y soportes digitales) estén en manos del Estado, ya sea socialista, con orientación socialista, progresista o defensor de su identidad e historia cultural y nacional, nunca privado ni monopolizado.

Obviamente el antiimperialismo cultural es la oposición político-cultural al tipo de imperialismo que impone su ideología y su filosofía desde los medios de comunicación social, de los cuales es dueño, y mediante los cuales fija los valores, opiniones, fundamentos, vicios y reflejos condicionados sobre sus sociedades domésticas y hacia el resto de la humanidad. La imposición cultural, entendiendo el término culturacomo la producción y reproducción de los modos de pensar, hacer, sentir y apropiarse de toda la creación humana, ha sido un rasgo característico de las clases explotadoras, desde el esclavismo hasta la actualidad.

Hay que entender los rasgos del imperialismo cultural desde el análisis leninista del concepto de imperialismo, brillantemente definido por sus rasgos característicos. Lenin puntualiza cinco rasgos para la fase económica superior y última del capitalismo: la presencia de monopolios por encima de empresas pequeñas, medianas y aisladas; la unión del rico industrial con el opulento bancario, que conformó una poderosa oligarquía financiera; esta oligarquía, dueña de los monopolios, supera la exportación de mercancías e introduce la exportación de capitales, que no es más que exportar el conjunto de medios (fábricas, bancos, hoteles, sistemas de transporte, medios de difusión masiva, etc.) que les permiten explotar directamente fuerzas de trabajo (barata), materias primas, infraestructuras y economías nacionales, mercados y otros que les reporten sustanciosas ganancias. Con estos rasgos, participan de manera permanente en los repartos territoriales y económicos del mundo, los últimos atributos del imperialismo.

Es por ello que desde hace miles de años los explotadores se convencieron de que la fuerza genera fuerza de oposición y que, sin embargo, la persuasión y la seducción generan complacencia y aceptación en los posibles oponentes. Por ello, la meta del dominador ha sido subyugar las mentes de los explotados, siempre por medio del engaño, la manipulación y la mentira, aprovechando la ignorancia y la desidia cognoscitiva de los explotados; ambas condiciones creadas por los explotadores.

Los antecedentes históricos del imperialismo cultural se remontan al papel de la Iglesia Católica y su sistema educativo escolástico, los que, de conjunto con las monarquías europeas fundamentales de los siglos XV al XIX (España, Francia, Inglaterra y Portugal), se encargaron de repartirse el mundo en medio de sus guerras de rapiña. Fue así que llevaron la “civilización” con “la espada y la cruz” a los pueblos nativos de América, África y Asia, inculcándoles ideas de sumisión y lealtad en nombre de Dios y los reyes. Hoy son Hollywood, las redes sociodigitales y Disneylandia, entre otros, los que asumen el papel de la Iglesia y la monarquía europea de siglos pasados.

Después de la segunda guerra mundial, los Estados Unidos emergieron como la principal potencia imperialista del mundo, y para perfilar su hegemonismo debían eliminar el principal obstáculo que se les oponía: la URSS y el naciente campo socialista. Ellos consideraron la lucha contra el comunismo como la base de su ideología y su política, como centro de la estrategia de dominación cultural internacional.

Durante los momentos culminantes de la guerra fría, el Gobierno de Estados Unidos invirtió enormes recursos en un programa secreto de propaganda cultural en Europa occidental. Un rasgo fundamental de este programa era que no se supiese de su existencia. Fue llevado a cabo con gran secreto por la organización de espionaje de Estados Unidos, la Agencia Central de Inteligencia. El acto central de esta campaña encubierta fue el Congreso por la Libertad Cultural, organizado por el agente de la CIA, Michael Josselson, entre 1950 y 1967. Sus logros fueron considerables y su propia duración no fue el menor de ellos. En su momento álgido, el Congreso por la Libertad Cultural tuvo oficinas en 35 países, contó con docenas de personas contratadas, publicó artículos en más de veinte revistas de prestigio, organizó exposiciones de arte, contaba con su propio servicio de noticias y de artículos de opinión, organizó conferencias internacionales del más alto nivel y recompensó a los músicos y a otros artistas con premios y actuaciones públicas. Su misión consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con “el concepto americano”.[1]

Refiere la prestigiosa psicóloga y analista cubana, Karima Oliva Bello, que el presidente norteamericano Eisenhower, en una conferencia de prensa, dejaba sentada la nueva doctrina de dominación norteamericana:

Nuestro objetivo en la guerra fría no es conquistar o someter por fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea la verdad. La verdad es que los americanos queremos un mundo de paz, un mundo en el que todas las personas tengan la oportunidad del máximo desarrollo individual. A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se les suele llamar “guerra psicológica”. No se asusten del término. (…) La “guerra psicológica” es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”.[2]

Con estos propósitos hegemónicos bien definidos, el nuevo imperialismo puso en función la inigualable maquinaria económica en su poder para producir los contenidos ideoculturales que sutilmente asumiría y reflejaría en sus mentes el imaginario popular a dominar. Ya Carlos Marx lo había identificado:

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente”.[3]

Por lo tanto, el imperialismo cultural[4] tiene dos objetivos principales: uno de carácter económico y otro, político-ideológico. El primero conquista mercados para sus mercancías culturales, y el segundo domestica la conciencia popular. Con la exportación de mercancías y capitales culturales, acumula y centraliza los beneficios y las riquezas mundiales de la producción espiritual, a tal punto, que llega a desplazar a las exportaciones de bienes manufacturados.

Para que se tenga una idea, el mundo en 2022 gastó más de 783 mil millones de dólares en publicidad y marketing,[5] sin contar lo invertido y lo ingresado por concepto de producción cinematográfica, contenidos multimediales y pago a diseñadores, realizadores, técnicos de teatro y coreógrafos; lo invertido en la producción, edición y distribución de libros; los pagos a representantes de músicos, proveedores de servicios para televisión (cámaras, luces, sonido y edición), programadores de festivales, muestras o redes de teatro y cine, ediciones de publicaciones electrónicas, ilustración de revistas, sellos discográficos, producción y venta de videojuegos, producción de series de televisión, revistas culturales, etc. Todo ello supera ampliamente los billones de dólares en inversión y ganancias. Por ejemplo, la película más taquillera de todos los tiempos, Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte 2), recaudó aproximadamente 1340 millones de dólares en 2021.[6]

“La idea ya no es adorar al dinero, sino a quien lo posee en abundancia”.

Con ese dominio también aseguran la adoración a los súper ricos. La idea ya no es adorar al dinero, sino a quien lo posee en abundancia. Los pobres aman a los ricos, envidian a los ricos, se esfuerzan por ser como los ricos, aceptan el mundo que les ofrecen los ricos; no vale cuestionar a los ricos ni el modo de alcanzar sus riquezas, y mucho menos cambiar el sistema que los perpetúa como ricos a costa de la explotación de los desposeídos. Lo que importa y conviene es abandonar la pobreza tras el sueño de convertirse en ricos. La idea es propagar el discurso de que no hay problemas colectivos, sino individuales, y que las soluciones a las problemáticas individuales no están en la transformación de los sistemas sociales (entre ellos los político-económicos), ni en la inversión de infraestructuras sociales y con alcance universal y gratuito o subvencionado por el Estado, sino en las iniciativas privadas.

Se culpa a los pobres de su propia pobreza, no al sistema explotador de las clases capitalistas dominantes, que tejen la ilusión de que el triunfo y el éxito en la vida se obtienen a través de los esfuerzos individuales. De labrar ese tipo de sueños se encargan las industrias culturales, una de ellas es la revista Forbes, que año tras año divulga:

La guerra, la pandemia y la caída de los mercados bursátiles han hecho mella en las fortunas de muchas de las personas más ricas del planeta este año. Forbes ha encontrado a 2668 multimillonarios en todo el mundo para la lista de multimillonarios del mundo de 2022, por debajo del récord de 2755 del año pasado. En conjunto, valen 12,7 billones de dólares (11,58 billones de euros), cifra que también está por debajo del récord de 13,1 billones de dólares (11,94 billones de euros) en la lista de 2021”.[7]

¿Qué hacer? (что делать), preguntó Lenin. Similar interrogante anteponemos ante el empuje del imperialismo cultural contra nuestros pueblos. La respuesta es sencilla, pero compleja en su accionar: formar, desarrollar y promover el antiimperialismo cultural. En la esfera política, el imperialismo cultural[8] desempeña un papel importantísimo en el proceso de disociar a la población de sus raíces culturales y de sus tradiciones de solidaridad, sustituyéndolas por “necesidades” creadas por los medios de comunicación, alienando a los pueblos de sus vínculos con sus comunidades y clases tradicionales, atomizando y separando a los individuos de los demás. Ante esto, debemos organizar y promover la educación política popular, desarrollar la comunicación ideológica, esclarecer las esencias del sistema de dominación imperial, hacer ver el rostro explotador del imperialismo y del capitalismo desde las propias historias de vida de los pueblos y desde la enseñanza de la Historia y los resultados científicos del marxismo-leninismo y de los hombres y mujeres de progreso y de profunda militancia antiimperialista. Todo ello con un lenguaje comprensible y popular, sin vulgarizar ni despojar de su contenido ideológico y clasista.

Frente a la segmentación del proletariado y el pobretariado, lo recomendable es superar con acciones de colectivismo y solidaridad el pensamiento egoísta e individualista que hace hincapié en las pequeñas diferencias de estilo de vida individuales sin hacer notar las semejanzas masivas en las grandes desigualdades compartidas.

Cuando el imperialismo cultural invade de manera flagrante y sistemática la vida cultural de los pueblos que pretende dominar, le corresponde al antiimperialismo cultural redefinir las escalas de valores, dándole jerarquías a los morales y patrióticos, de manera que las conductas individuales y colectivas de los pueblos oprimidos puedan concordar con los ideales humanos universales y con las tradiciones culturales ancestrales y no con los intereses de las clases imperiales.


“El antiimperialismo debe rescatar los contenidos originarios de los símbolos de la emancipación humana, de las revoluciones sociales y de los movimientos descolonizadores universales”.

El antiimperialismo cultural debe proponerse por medios y vías alternativas populares capturar las audiencias masivas, orientándolas desde y hacia las denuncias y críticas del sistema capitalista y sus mecanismos de dominación, así como la demostración de opciones de existencia de otro mundo mejor y posible. El antiimperialismo debe rescatar los contenidos originarios de los símbolos de la emancipación humana, de las revoluciones sociales y de los movimientos descolonizadores universales. Apostar por la militancia comprometida con el arte para los pueblos y no para el mero comercio con el arte; devolverle su carácter antiimperialista, patriótico y de liberalización humana y nacional; encumbrar nuevamente a los pueblos por encima de las celebridades del mundo del espectáculo (incluido el deportivo); aprovechar las “bondades” y ventajas que ofrece Internet, sobre todo las redes sociodigitales, y crear espacios de resistencia y emancipación culturales; divulgar el acontecer y la realidad de nuestros pueblos, sus modos de hacer, vivir, pensar y sentir, con énfasis en los que se emparentan con nuestras tradiciones culturales.

El antiimperialismo cultural tiene que devolver la sensibilidad humana a sus públicos con obras que critiquen y condenen las políticas genocidas imperialistas que incluyen guerras, terrorismo, bloqueos y sanciones económicas. Para ello debe aprovechar los mismos instrumentos que ha creado la humanidad para educar y cultivar a la raza humana: la literatura, el cine, la televisión, la música, el teatro, la danza, la canción, la poesía, los encuentros fraternales, las fiestas populares, los carnavales, las ferias de libros y los actuales videojuegos y redes de internet.

El ser humano tiene que sentir la masacre masiva y continuada en Palestina por parte del imperialismo israelí; el silencioso y diario holocausto de mujeres, ancianos y niños que mueren por hambre, desnutrición, enfermedades curables y prevenibles, e insalubridad. Tiene que doler y movilizar la solidaridad esa prolongada guerra económica, financiera y comercial contra Cuba y las sanciones conexas con los que se atreven a comerciar con ella. El antiimperialismo cultural tiene que educar y sembrar conciencia en los pueblos del riesgo de perder las condiciones naturales de vida en la Tierra por los patrones irracionales de consumo del capitalismo y el imperialismo mundiales, y del peligro de hacer desaparecer a la especie humana por una conflagración nuclear.

Frente a la despolitización, la desideologización y la banalización de la existencia cotidiana, le corresponde al antiimperialismo cultural focalizar la atención popular, no en la vida de las celebridades ni en el personalismo y chismorreos privados, sino en las profundidades sociales, en cuestiones económicas sustanciales, en la condición humana, remarcando sus verdaderas causas, las consecuencias, sus responsables y las posibles y probables soluciones, salidas y alternativas a esas situaciones.

La clave del éxito de la colonización cultural imperialista está en su capacidad de enajenar las mentes humanas a través de fantasías y falsas aspiraciones de éxitos individuales y/o familiares, expresado en fama, poder, dinero y “eterna juventud y belleza”, como vía expedita de escape de la miseria y ascenso al universo de las riquezas. Los ingredientes filosóficos, axiológicos, políticos e ideológicos vienen de la mano del pragmatismo, el existencialismo y el hedonismo.

Le corresponde al antiimperialismo cultural conquistar el espacio interior de la conciencia de los pueblos, y allí donde sea posible, influir en un resurgimiento del sentimiento revolucionario y, con este, empezar a abrir un frente de lucha, no solo contra las condiciones de explotación y contra la colonización cultural que somete a sus víctimas, sino crear mediante todo tipo de lucha de clases, las condiciones para alcanzar el poder político, militar y económico, promover reformas constitucionales y jurídicas que empoderen al pueblo y sus instituciones culturales y abrir espacios para los servicios masivos, gratuitos, universales y de calidad de educación y cultura.


Notas:

[1] Frances Stonor: La CIA y la guerra fría cultural , 1999 p. 8.

[2] Karima Oliva Bello:¿Qué ha pasado en Cuba? Jóvenes en la Isla opinan a partir de los sucesos del 11 y 12 de julio de 2021, Ocean Sur, 2021, p. 70.

[3] Carlos Marx: La ideología alemana. Edición digital (https://www.ugr.es/~lsaez/blog/textos/ideologia/ideologiaalemana.pdf).

[4] https://www.nodo50.org/ekintza/2005/imperialismo-cultural/

[5] Evolución del gasto mundial en publicidad desde 2012 hasta 2021 (en miles de millones de dólares). En: https://es.statista.com/estadisticas/600877/gasto-mundial-en-publicidad/

[6] Abigail Orús: “Ingresos en taquilla de Harry Potter por película a fecha de noviembre de 2021”. En: https://es.statista.com/estadisticas/586063/ingresos-de-la-saga-de-harry-potter-por-pelicula/

[7] Revista Forbes: “La lista de las personas más ricas del mundo. Los 2668 multimillonarios del planeta valen 12,7 billones de dólares”, por Chase Peterson-Withorn. En: https://forbes.es/forbes-ricos/151782/forbes-ricos-2022-la-lista-de-los-multimillonarios-del-mundo/

[8] Se llama imperialismo cultural a toda forma de imposición ideológica desarrollada a través de los medios de comunicación y otras formas de producción cultural a fin de establecer los valores de una sociedad dominante en una determinada sociedad periférica o dependiente. En otras palabras, es la práctica de la promoción y la imposición de una cultura, por lo general, de sociedades políticamente poderosas. También es el nombre que recibió el Gran Capital y la dominación de los países centrales. Este nombre fue impuesto por una corriente crítica que tuvo un gran auge durante las décadas de 1940 y 1970 en Europa y América Latina. Fue la llamada Teoría Crítica o Sociología Crítica-Ideológica, y nació de conceptos surgidos en la Escuela de Frankfurt (o, valga la redundancia, Escuela no Crítica, con pensadores como Adorno, Horkheimer, Marcuse y Benjamin).

 

Alberni Poulot Cumbá 


Artículo publicado el 31/12/2022 en La Jiribilla

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