La Unión Europea (UE) es la forma histórico-concreta que adopta la dictadura del capital en Europa, como superestructura política más adecuada al avanzado proceso de concentración y centralización del capital, en este inicio del siglo XXI.

El capital monopolista -hijo del proceso de concentración y centralización del capital inherente a la formación socio-histórica capitalista- necesita ampliar de forma imparable sus capacidades de expansión y crecimiento, para controlar mercados de dimensiones mayores, y para moverse en amplias zonas con todas las facilidades posibles que necesita su abultada dimensión, para conseguir extraer la plusvalía a una masa cada vez más numerosa de la clase obrera, y para devorar a otras fracciones más débiles de esos mismos monopolios y a otros sujetos más atrasados de la acumulación capitalista. La confrontación, en consecuencia, se da entre una élite muy reducida, y decenas de millones de obreros y obreras que nada tienen que ganar con ese proyecto imperialista. Las pugnas interimperialistas tampoco aportan nada en favor de la situación de la clase obrera, ninguna de las fracciones del capital monopolista dejará de someter a la clase obrera a una explotación siempre creciente, porque responde a su antisocial lógica interna.

Las burguesías imperialistas que, en el siglo XX, desataron dos guerras mundiales, y que obligaron a la clase obrera a ir al campo de batalla -con un resultado de más de sesenta millones de muertos-, portando banderas diferentes para defender las fronteras de sus clases dominantes, hoy -convertidas en oligarquías imperialistas fuertemente monopolistas- adoptan como símbolo unitario de su proyecto un paño azul que llenan con las estrellas amarillas de los trofeos que han ido incorporando a su lógica de acumulación y rapiña. La UE es, sin duda, un proyecto político y económico dirigido por la fracción oligárquica europea, para favorecer exclusivamente sus propios intereses clasistas.

La adopción de la moneda única, por una serie de países, responde a esta lógica del capital monopolista. La política monetaria queda bajo el control absoluto de las instituciones de la UE del euro, restando a los estados incorporados capacidad para gestionar su política monetaria ajustada a sus propias necesidades nacionales. Son los representantes del capital monopolista quienes dictan las políticas que convienen a los grandes monopolios, en instancias cada vez más alejadas de la base social obligatoriamente integrada en este proyecto.

A esta lógica clasista -que es la que impone su ley en la UE- se le intentó “colocar” una Constitución -en el año 2005-, para tratar de imitar el proceso histórico que dio forma a los estados-nación en el siglo XIX, tratando con ello de darle un ropaje formalmente democrático. Este intento resultó en estruendoso fracaso, y ya nadie menciona ese patético intento. La gran diferencia con el proceso decimonónico -que el capital monopolista no apreció en esta ocasión- es que en esa anterior etapa histórica la creación de los estados-nación concitó a una diversidad de clases sociales, objetivamente interesadas en liquidar las viejas estructuras ancladas en el decrépito feudalismo, ya que dicho proceso era -sin duda- un proceso modernizador y de avance histórico. Pero la gran diferencia es que en la etapa actual el proyecto imperialista de la UE lo que representa es la estrategia exclusiva de esa élite muy reducida, que solo puede ejercer su poder sustentado en la explotación y opresión de la gran mayoría social (clase obrera y sectores populares). Es, claramente, un proceso que no avanza en ninguna modernización del proyecto capitalista -imposible hace ya mucho tiempo- sino que trata de consolidar y dar forma a la perpetuación del dictatorial poder burgués en la fase de decadencia del sistema capitalista; fase cada vez más desigual, antisocial y violenta. Por ello el bloque dirigente tiene tantas dificultades para articular alianzas sociales y políticas que den soporte a sus principales estrategias.

La UE -en términos reales- está dirigida por los grandes monopolios de la energía, de las comunicaciones, de la industria, del capital financiero, de la alimentación, de la fabricación y venta de armamentos, etc. Así se expresa, de una forma indisimulada, la confrontación entre los intereses de las élites vinculadas al capital monopolista y una amplia base social sometida a brutal explotación, y creciente pobreza, sin ninguna opción de futuro dentro del sistema capitalista.

Valorando el proceso histórico, desde mitad del siglo XX, podremos ver como el progresivo proceso de concentración y centralización del capital en Europa (siempre incrementado por las sucesivas crisis del sistema capitalista, y como necesidad de superación de las mismas) va asociado a la toma de decisiones políticas, que tratan de crear un nuevo marco de dominación ajustado a las necesidades de ese capital monopolista: CECA (1951), CEE (1957), Acuerdos de Maastricht (1992), Tratado de Lisboa (2009), etc.

Todas esas iniciativas políticas se han realizado -a pesar de que la representación política de los monopolios no para de intentarlo- sin contar con un apoyo social colectivo con significación suficiente como para darles arraigo y legitimidad social. Eufemísticamente, los impulsores del proyecto, suelen decir que “entre la población existe mucha indiferencia por la UE”.

El triunfo de la contrarrevolución en la URSS, y otros países que construían el socialismo, a principios de los noventa del siglo pasado, deja libres las fuerzas del capitalismo -sin el freno que suponía el bloque socialista-, que entonces se lanzan a una carrera desenfrenada para tratar de recuperar el tiempo perdido. Así se aceleran las condiciones para la tormenta perfecta que lleva a la debacle de la crisis actual.

En el escenario de la crisis del capitalismo -estallido del verano de 2007-, todos los factores de falta de cohesión interna del proyecto de la UE se agudizan. La oligarquía, entonces, desata una brutal guerra contra la clase obrera, ataca todos los derechos que ésta consideraba conquistados y sin retorno, aumenta la tasa de explotación de la fuerza de trabajo de una forma brutal, y somete a un empobrecimiento extremo a millones de trabajadores y trabajadoras (un ejército de reserva de casi treinta millones de obreros y obreras sin empleo en la UE). El abismo existente entre la minoritaria élite oligárquica por un lado, y la clase obrera y los sectores populares por otro, se agiganta aún más. El espacio para el consenso y el pacto social se estrecha hasta lo más mínimo, se agudiza la confrontación en la lucha de clases, y un fantasma vuelve a recorrer Europa, “todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma:” Merkel, Hollande, Rajoy, Cameron, Tsipras, Merkel, ….

La clase obrera vuelve con fuerza al escenario de la historia -escenario que nunca había dejado, aunque algunos creyeran lo contrario- y vuelve a plantar cara en la confrontación capital-trabajo. Si ayer -en la artificial fase expansiva que duró catorce años-, el capital consiguió amortiguar la lucha de clases, hoy -en la fase álgida del presente estallido de la crisis- se agudizan las contradicciones y la clase obrera empieza a reorganizar sus fuerzas para el contraataque. Aumentan las huelgas y la combatividad de las mismas. El combate ideológico entre fuerzas oportunistas y revolucionarias cobra fuerza. La paz social queda progresivamente arrinconada por las posiciones más combativas de la clase.

La clase obrera, y los sectores populares, empiezan a comprender que en la UE nada tienen que hacer.

Pero la clase obrera si tiene un camino claro; ese camino se llama SALIDA DEL EURO, LA UE Y LA OTAN. Cuanto antes la clase obrera inicie ese camino con determinación antes se acercará el final del capitalismo, antes llegaremos al PODER OBRERO y al SOCIALISMO-COMUNISMO. Que no nos distraigan los oportunistas del PIE (Cayo Lara, Alexis Tsipras, Pablo Iglesias), discípulos de Berstein y su cuadrilla, que tenemos prisa en llegar, y tenemos toda la disposición para ello.

El Partido Comunista prepara a sus filas para la ofensiva, y llama a la clase obrera a incorporarse para el combate decisivo, en el que el único final puede ser la victoria.

Carmelo Suárez

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