Este 7 de octubre se conmemoró a un año desde que iniciara la operación Diluvio de Al-Aqsa, liderada por Hamas y otras fracciones de la resistencia palestina. El mundo ha podido seguir la brutal y genocida reacción de “Israel”, que ha dejado decenas de miles de muertos entre la población palestina, fundamentalmente mujeres y niños, y una devastación sin precedentes en el enclave costero de Gaza.

La política de “tierra arrasada” aplicada por el sionismo, ha contado con la complicidad de los poderes occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, y el apoyo de los grandes medios cartelizados, que han repetido hasta el cansancio la narrativa victimizadora de “Israel”, repleta de infundios sin pruebas, muchos de ellos refutados.

Actualmente el sionismo, en un intento por huir hacia delante de sus propias crisis internas, escala el conflicto, con una agresión en curso contra Líbano, y una formidable reacción iraní, que anuncia dimensiones mayores para lo que ocurre en la región. 

Pareciera, un año después, que el saldo de la operación palestina es puro dolor y devastación, sin ninguna ganancia concreta, pero una mirada más de cerca evidencia, a pesar del inmenso costo de estos doce meses de lucha, claras ganancias para la causa de la Resistencia en Asia Occidental.

La Operación Diluvio de Al-Aqsa debe entenderse en primer lugar dentro del legítimo derecho a la lucha de los pueblos en situación colonial. Su emergencia, inesperada para todos y con un efecto de shock sorpresivo para el sionismo, puso de nuevo en el lente de la opinión pública internacional una verdad que permanecía oculta tras el velo de falsa normalización del capitalismo contemporáneo y sus medios de propaganda: el pueblo palestino está sometido a un dominio colonial y genocida, que se expresa en la represión, el saqueo y el asesinato cotidiano de sus miembros. Un plan etnocida de limpieza y expansión, que viene verificándose desde 1948 sin que ninguno de los organismos internacionales mueva un dedo para impedirlo.

El 7 de octubre de 2023 demostró la existencia de un pueblo en lucha, con capacidad de organización y medios de combate insospechados para sus opresores. El genocidio posterior evidenció que detrás de su apariencia liberal y democrática, el sionismo es una maquinaria racista y genocida, que no se siente atada por ningún precepto moral y legal y que no duda, en su plan de exterminio, en apelar a los más inhumanos métodos para lograr sus fines. Desde Inteligencias Artificiales que definen cientos de objetivos a atacar al día hasta fósforo blanco y bombas de racimo, el apartheid israelí ha quedado desnudo en su esencia más profunda. Sin embargo, a pesar de la devastación, del asesinato de sus líderes, Hamas y las organizaciones palestinas siguen vivas y en la lucha, demostrando que no es tan fácil derrotar a un pueblo que lucha por su libertad y su dignidad plena.

En una nueva escalada de horror, frustrado en Gaza y Cisjordania, el sionismo se ha vuelto, una vez más, contra Líbano, olvidando o subestimando la lección aprendida en 2006. Bombardeos en zonas pobladas, explosión de miles de dispositivos electrónicos, asesinato de líderes, entre ellos una figura de la dimensión de Hassan Nasrallah, no han logrado ni lograran quebrar la voluntad de lucha del pueblo libanés, como no han quebrado al palestino, pero si les reafirman la condición del enemigo al que se enfrentan.

“Israel” no es tan fuerte como pretendían y pretenden sus aliados. Netanyahu es un líder débil y cobarde, al frente de un estado desgarrado por fuertes contradicciones internas, con una crítica dependencia de los subsidios norteamericanos. Una parte de su población ha huido, muchos de ellos ciudadanos de otros países, cómplices del saqueo colonial, mientras otros se alarman en la medida en que el conteo de jóvenes soldados muertos en guerras coloniales e imperialistas se eleva y las multimillonarias defensas antiaéreas se muestran insuficientes en contras de los misiles de la Resistencia. La economía sufre por el costo de la guerra, el asedio de los hutíes de Yemen a las embarcaciones que se dirigen a sus puertos, los cierres del espacio aéreo, la falta de mano de obra, etc. 

El Diluvio de Al-Aqsa ha demostrado también que el sionismo no es solo un problema palestino, sino que es una amenaza regional. Algo que los países árabes cercanos han aprendido a lo largo de estas décadas de la peor manera y que algunos de ellos han escogido, convenientemente, olvidar. Frente a estas posiciones entreguistas, aparece el cada vez más consolidado bloque de la Resistencia, que se extiende por numerosas latitudes, por encima de diferencias religiosas y que encuentra un punto de unión en su común enemigo. “Israel” no es una amenaza regional, es una amenaza existencial. Con su vocación genocida y sus armas nucleares, es una punta de lanza de la naturaleza más brutal del imperialismo occidental y su disputa por la hegemonía en curso.

Para valorar en toda su dimensión lo que está ocurriendo en la región, es preciso entender la naturaleza antimperialista de la lucha que lleva adelante la Resistencia en todos los frentes. La batalla contra “Israel” es la batalla contra Estados Unidos, contra el proyecto imperialista y neocolonial de la OTAN, contra la agenda que se ha venido desplegando desde principios de este siglo en Asia Occidental, África del Norte y otras regiones, que implica la invasión y devastación de los países para facilitar el saqueo de sus recursos naturales.

No es casual que superpotencias contrahegemónicas como Rusia y China miren con creciente interés a la región e intenten ser parte de soluciones negociadas o al menos razonables a los conflictos. No es casual que Rusia haya sido uno de los garantes fundamentales de la estabilidad del gobierno sirio, en un momento en que los monstruos creados y financiados por Occidente desde décadas, amenazaban con una violenta escalada de desestabilización regional. Tampoco es casual que China haya propiciado un entendimiento entre Irán y Arabia Saudita, algo sin precedentes y que contraviene todas las lógicas de confrontación promovidas por las viejas metrópolis coloniales, en aplicación perenne de la vieja máxima latina: “Divide y vencerás”.

Un año después de Diluvio de Al-Aqsa, todo es más claro en la geopolítica global. La práctica ha demostrado quién está verdaderamente con Palestina, más allá de las tibias declaraciones del pasado. Y el saldo evidencia que hay una lucidez profunda en los pueblos que no empaña ningún mal gobierno de la burguesía. Pero también ha demostrado las debilidades del sionismo y la fortaleza del eje de la Resistencia, que crece y se organiza, a pesar de los golpes que pueda propinar el enemigo.

Los palestinos, los libaneses, los iraníes, los iraquíes, los hutíes, a pesar de la propaganda occidental que insiste en presentarlos como terroristas, están dando una batalla antiimperialista de escala global. No son perfectos, y tienen fortalezas y debilidades, como toda obra humana, pero se enfrentan a un ente creado por lo más rancio del colonialismo, armado del más profundo desprecio racial y dispuesto a todo con tal de preservar la hegemonía y el status quo del cual es cómplice y parte.

Asia occidental es el Vietnam de nuestra época, la más activa trinchera antimperialista en el mundo actual y es deber de todas y todos los que luchamos y creemos en un mundo mejor, apoyarlos. Conviene recordar la advertencia del Che, del cual conmemoramos este 8 de octubre un nuevo aniversario de su asesinato, y parafraseando, decir que no podemos concederle al imperialismo “pero ni tantico así”. 

 


Fuente:  Al Mayadeen Español

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