El análisis de la política de intervención exterior del Estado español está en relación directa con el diseño estratégico del papel de España en las relaciones imperialistas de las que forma parte integrante.

Por tanto, la naturaleza intervencionista de su política exterior guarda íntima relación con la división de papeles e identidades en la estructura imperialista mundial. Así vemos que España tiene un carácter subsidiario tanto en relación al polo imperialista europeo del que forma parte, como a la estrategia imperial de EE.UU. de la que es súbdita. Ese carácter subsidiario no es óbice para que, como estado burgués, el estado español posea una serie de intereses propios, barnizados de “nacional”, que le otorga, en momentos determinados, actuaciones autónomas en función de esos intereses vitales o esenciales como estado burgués nacional.

Así la estrategia intervencionista española, opera en torno a dos ejes fundamentales: por un lado dentro de la política geoestratégica de la OTAN, como país miembro que es, y consiguientemente, supeditada a los intereses imperiales de EE.UU. Y por otro lado, como miembro de la Unión Europea, los intereses propios vinculados a los del polo imperialista europeo, hegemonizado por Alemania.

En este sentido hay que señalar que, como país imperialista, España, ha ido transformando su política, y consiguientemente su legislación, a un cada vez más evidente intervencionismo en función de las necesidades del capital de adecuarse a las crisis de su propio sistema. De esta forma la intervención armada se convierte en un recurso más, pero cada vez más importante, de la política económica del imperialismo, ya sea por el control de los recursos naturales, ya sea por el dominio de mercados y espacios económicos, ya sea como factor de lucha inter-imperialista contra otros poderes monopólicos. El gobierno español con Zapatero ya comenzó su adecuación legal y política a través de la aprobación de la Ley Orgánica de Defensa Nacional, donde se da cobertura a la intervención del ejército en el exterior, facilitando y agilizando los trámites para ello, otorgando un poder de decisión total al gobierno para aplicar esa intervención sin necesidad de ser sometido a control por el parlamento. Así mismo, se escapa a cualquier mecanismo de control soberano, recayendo las decisiones de dónde, cuándo y cómo se interviene, en los organismos imperialistas como la OTAN o la Unión Europea. La socialdemocracia española marcó el inicio de la externalidad de la defensa del estado, supeditándola a estructuras por encima de los estados, en la lógica de los procesos de concentración de capital y de la política económica consustancial al capitalismo en esta fase. El PP ha dado continuidad a esa política intervencionista, situando a su ejército nacional allí donde el imperialismo lo requiere: Afganistán, Somalia, Haití, Libia, Líbano... Ahora el escenario prioritario para España, como lo es para el imperialismo (tanto europeo como estadounidense) es la zona del norte de África, de una importancia geoestratégica primordial. Escenario de lucha inter-imperialista como se puso en evidencia con la intervención francesa en Mali. España, situada en la contradicción permanente de su fidelidad hacia los dos imperialismos, opera de manera errática en la zona del Sahel, interesada como está en hacer valer su condición de potencia colonial en la zona. Pero navegando en la pugna entre los dos potencias imperialistas que intentan controlar los recursos naturales de la zona: Francia y EE.UU.

España, en ese panorama, cede sus territorios (caso de Canarias) y su ejército (técnicos, material, infraestructura) a los intereses neocoloniales, convirtiéndose en elemento importante de la estrategia imperialista en la zona africana. El balance actual de las intervenciones militares españolas es: un gasto superior a 750 millones de euros anuales, y se tiene presencia en: Afganistán 1.300 efectivos, en Bosnia 25, Líbano 660, Somalia 395, Uganda 20. Existen planes aprobados para enviar 50 militares a Mali, más material de guerra; y el diseño de colocar a Canarias como base operativa de intervención de la OTAN en el norte de África. De esta manera la política de intervención armada se convierte en pieza fundamental en el diseño imperialista, convirtiendo el intervencionismo en el elemento característico de la política imperialista en tiempos de crisis.

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