Hacía mucho que la sociedad española no vivía emociones fuertes,  así que cuando Juan Carlos anunció su abdicación nos dejó con el corazón arrugao. No podíamos hacernos a la idea de vivir sin él. Fueron 39 años tan intensamente monárquicos que recibir aquella revelación  tan súbitamente por poco nos provoca un desenlace más que fatal. Don Juan Carlos, con una enorme e inexplicable alegría, cedía el trono al chavalote.

 

Felipe de Borbón es coronado rey de España el 19 de junio, de paso se proclama reina a Letizia Ortíz, para no dejar nada a la improvisación se nombra princesa de Asturias a Leonorcita y para no hacer feos a nadie los yayos conservarán el tratamiento de reyes. No me digan ustedes que esta concatenación de  acontecimientos  no es para dar brincos de júbilo después de tantas cosas destructivas y  aburridotas.

Al muchacho lo formaron a conciencia desde bien pequeño, instructores muy cualificados le iban enseñando: ¡que te laves!, ¡que no sorbas cuando comes la sopa!, ¡límpiate los morros!, ¡no te metas los dedos en la nariz delante de los dignatarios extranjeros!, ¡hay que ser aplicadito en el cole!, ¡no llames gilipollas a tus hermanas!, ¡no se le llama putero a papá!, en fin, los preceptos necesarios para amaestrarle y darle una educación esmerada, que un rey no se construye  en dos días.

El príncipe se fue haciendo grande y después de tontear con algunas chicas (que no nos gustaban nada porque eran unas maleantuchas) encontró a la mujer de nuestros anhelos.

 Doña Letizia, hoy reina y madre,  gracias a su perseverante esfuerzo, un sinuoso talento, mucho desparpajo y 12 centímetros de elevación del suelo conquistó el corazón de Felipe. Aunque en  los primeros años de matrimonio tuvo que lidiar con sus cuñadas, que eran más malas que la carne de pescuezo, las muy arteras la acechaban y la pinchaban como mosquitos tropicales y se reconcomían de envidia viendo que el corazoncito del chache  pertenecía a la asturiana.

Pero los caminos a la Zarzuela son  inescrutables y a Doña Letizia hubo que marcarle  unas pautas de conducta porque estuvo unos añitos mohína, respondona y un poquito insolente, no le gustaba trabajar en fines de semana, salía de parranda por las noches con sus amigotes, interrumpía a su marido de una forma intolerable,  no estaba cómoda en las recepciones y cuando Don Felipe le hacía una acaramelada carantoña ella respondía con un agrio “¡que me dejes, borbón!”.

 Aquellas salidas de tono preocuparon tanto  a los observadores que llegaron a albergar serias  dudas sobre la capacidad de Doña Letizia para cumplir con los requisitos del reino.

Pero el 19 de junio, aunque no se hicieron públicas las razones, Felipe y Letizia auxiliados por los aparatos del Estado, se convierten en reyes. La imposición de la  corona obró un prodigio.

 La nueva familia real apareció sonriente bien tempranito con tanta frescura en sus carnes, con  tan exquisita presentación, tan refinados modales y  tan tiernas muestras de mutuo cariño entre todos ellos  que nos costó reprimir la emoción.

Letizia que desfilaba en rolls royce con la cabeza erguida entre las 120.000 banderas rojigualdas que engalanaban Madrid y protegida por francotiradores de élite, cambió repentinamente la actitud, los medios de comunicación coincidieron (como es habitual) resaltando que la saneada y lucrativa monarquía había colmado a la nueva reina de radiante felicidad.

En el balcón del Palacio saludaba la real familia compulsiva y prolongadamente con ambas manos a los 500 asistentes: turistas, parientes de los Marichalar, policías  y lectores del ABC. A estas alturas, desconocemos dónde estaba el pueblo de Madrid pero lo que quedó fehacientemente claro es que  en la calle no. Y es que los republicanos tuvieron que quedarse en sus casitas porque tienen unas ocurrencias... ¿A quién se le ocurre tratar de exhibir banderas tricolores en tan faustos sucesos?

 ¿En este país ya no se respetan los escalafones ni las categorías, ni los dineros, ni las jerarquías?  ¿Aquí ya nadie  valora tener al rey más ducho y capacitado de la historia de los Borbones? ¿No merecían los reyes un recibimiento más cariñoso? ¿No quedan españoles dispuestos a sufrir empujones,  dolores de pies y bocanadas de polvo vitoreando a sus reyes? ¿Pero qué cuento es éste? A esta España ya  no la conoce ni la madre que la parió...

Telva Mieres

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