La aparición de nuevos movimientos de tipo reformista, actualmente en expansión en varios países (Podemos, Syriza, etc.), así como aquellos reformismos que ya llevan tiempo entre nosotros (eurocomunismos y sus derivados), no son nada nuevo en la historia del Movimiento Obrero, tanto español como internacional.

Este odioso compañero viaje, a lo largo del tiempo ha ido cambiando de nombres, formas y personas, pero su esencia es siempre la misma: negar los principios del marxismo, intentar gestionar el capitalismo utilizando los medios burgueses y, en definitiva, evitar que la clase obrera llegue al poder.

El pasado 19 de enero falleció, en un hospital de Roma a los 84 años de edad, Ettore Scola, el último mohicano del cine italiano. Una cinematografía de gran solera, que inició su andadura casi en el mismo instante en que los hermanos Lumière presentaban su invento en el Gran Café de París en 1895, y que se sustenta sobre dos sólidos pilares: la época dorada del cine mudo (1912-1922), con el trágico interludio de la Primera Guerra Mundial, y la eclosión del neorrealismo. Un movimiento cultural, este último, que se inscribió en un contexto revolucionario: el de la liberación en 1945 de la Italia fascista de Benito Mussolini, y en la que jugó un papel decisivo la resistencia partisana y el Partido Comunista.

Sin duda la obra de Alfonso Sastre ocupa en la esfera de teatro de la segunda mitad del siglo XX un papel relevante, forma parte de los clásicos de la escena. Existe un libro escueto, acabado en 1975 y editado en 1978 cuyo título es bastante sugerente: “T.B.O.”

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