Los terribles acontecimientos cotidianos en Siria e Irak ocupan hoy una parte importante de la atención de Medios, tanto especializados como generalistas. La complejidad y volatilidad del escenario que se vive en la región, determinadas en muchas ocasiones por el número y carácter ciertamente excepcional de los actores inmiscuidos en él directa o indirectamente, ha dado lugar a un conflicto altamente internacionalizado.

Ello puede explicarse, en parte, por el elevado número de víctimas que esta guerra se ha cobrado en diferentes partes del mundo –en 2015 un total 50 ataques llevados a cabo en nombre de Dáesh fuera de Siria e Irak causaron la muerte de cerca de 1.000 civiles–; por la propia internacionalización del grupo terrorista Dáesh –que cuenta ya con un total de 43 grupos afiliados en diferentes partes del globo, algunos de los cuales cuentan con capacidad operativa suficiente como para realizar actos terroristas de envergadura–; y por la gran magnitud de los flujos migratorios que ha generado –desde 2012, cerca de 4.400.000 sirios han abandonado su país como refugiados–. Sin embargo, el factor que ha dado un alcance de implicaciones mundiales al conflicto es, indiscutiblemente, la cruenta coexistencia de un creciente número de intereses particulares de un grado de antagonismo variable en el desarrollo de una guerra, que ha devastado económica, social y culturalmente la región.

Tras lo que, a simple vista, pudiera parecer una contienda de carácter estrictamente regional entre un número limitado de fuerzas, se observa, en realidad, un pugna a la que no muchos quieren resultar totalmente ajenos. La correlación de fuerzas a este respecto es cambiante, y por tanto, toda intervención foránea se realiza acorde a criterios tácticos y estratégicos, aparentemente contradictorios, que permitan contar con la legitimidad internacional suficiente, al mismo tiempo que se garantiza la operatividad adecuada como para defender, de forma efectiva, sus intereses en la zona. Clara muestra de ello es el reciente anuncio por parte de Mohamad Bin Salman, Ministro de Defensa saudita, de la creación de una nueva coalición militar, para luchar contra el terrorismo, formada por 34 países –algunos de los cuales han reconocido desconocerlo tras el anuncio saudí– de la que están excluidos los principales estados implicados, Siria e Irak, además de Irán y Omán. Sin embargo, pese a tal declaración de intenciones, pocos días antes Riad acogía, con el beneplácito estadounidense, una reunión de la denominada “oposición moderada” siria, entre la cual se encontraban organizaciones abiertamente terroristas como Jaish al Islam o Ahrar al Sham, cuyo vínculo con la filial de al-Qaeda en Siria, Jabhat al-Nusra, es más que conocido.

Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, posteriores a los atentados de París, que invitan a los países con medios suficientes a combatir a Dáesh y Jabhat al-Nusra, y que establecen medidas dirigidas a dificultar su financiación, parecen indicar que las más intensas batallas –y por consiguiente, las más duras penalidades para el pueblo sirio–, están aún por llegar. La estrategia rusa de someter a intensos bombardeos a los grupos rebeldes apoyados por terceros países genera una creciente escalada de tensión difícilmente controlable, tal y como revela el derribo del Su-24 ruso por parte de la Fuerza Aérea de Turquía. Se trata, además, de intervenciones poco quirúrgicas que, ocasionalmente, provocan la muerte de civiles o daños importantes a sus ya depauperadas infraestructuras.

En todo caso, por vez primera durante los últimos cinco años, existe una hoja de ruta consensuada entre las principales potencias con intereses en Siria en torno al futuro inmediato del país. Diálogo entre régimen y oposición, establecimiento de un alto el fuego y emplazamiento a la celebración de elecciones en 18 meses, son algunos de los acuerdos fundamentales adoptados en el seno de la ONU; acuerdos por el momento más deseables que realizables, dada la existencia de divergencias de difícil resolución en torno a la elección de los grupos rebeldes que participarán en los diálogos y al futuro del Presidente al-Assad, pero que, sin embargo, tienen una importancia trascendental: las aparentes irreconciliables diferencias entre unos y otros van dejando paso a unos acuerdos de mínimos en un conflicto cada vez más costoso para todos. La pregunta ya no es: ¿podrá haber una hoja de ruta?; sino: ¿a dónde nos llevará esta? En un escenario donde las pugnas entre potencias capitalistas se combinan con escenarios de acuerdo, lo que parece claro es que el pueblo sirio no se verá beneficiado por un pacto entre potencias para la defensa de sus propios intereses.

Alfonso Reyes

uyl_logo40a.png