La Comuna fue un episodio tan fulgurante como efímero, ya Lenin considerará que la historia a veces se acelera y hace en días lo que en otras circunstancias tarda años. En tan solo unos días, el comité central de la Guardia nacional de París, consciente que ellos no han desobedecido nada, es la burguesía la que con su traición desobedece al pueblo, acuerdan la realización de elecciones y la formación de la más básica estructura de poder democrático, el poder comunal. Así en apenas una semana son elegidos los delegados, y dos días después, es proclamada la Comuna de París. El primer gobierno proletario de la historia que da sus primeros pasos a un ritmo vertiginoso, se publican decretos, se atienden las urgencias, el pueblo se organiza, se hacen espectáculos y se proclama una nueva cultura, todo sobre la promesa de una revolución que alumbre una sociedad basada en el poder democrático de la asamblea popular y en la organización del trabajo que libere a la humanidad de toda explotación.

El gobierno de la Comuna era un gobierno proletario, defendido por proletarios y con el firme objetivo de trasformar la sociedad al completo, sin embargo todavía no era completamente un gobierno para el proletariado. Debido a que los cambios se sucedían de un día para otro, a la inexperiencia, y a que todavía no había una concepción científica firme, libre de la exaltación propia de lo espontáneo, hay que mirar con la suficiente perspectiva sus aciertos y errores. La identidad política de sus medidas se distinguió por su carácter democrático y asambleario, en el que todos y todo era elegible, sus delegados eran como cualquier otro trabajador, sin privilegios y con el mismo salario. El ejercito, hasta la fecha el brazo armado de la reacción, es sustituido por el propio pueblo en armas. La educación, universal, laica y gratuita. La protección social y la mejora de las condiciones laborales son la prioridad, se prohíbe la usura de los montes de piedad y de las casas de empeño, que con unos intereses excesivos se cebaban sobre el pueblo obrero. Se suspende el pago de alquileres incluido los atrasados, se prohíben las multas a los trabajadores, que eran un recurso de la patronal para rebajar el salario, y se prohíbe el trabajo nocturno de los panaderos (aunque esto no se logró pues lo propios panaderos tenían miedo de perder clientes). Medidas todas ellas que tenían un profundo sentido social pero que, tal vez por la influencia proudhoniana, eran tímidas con respecto a la propiedad privada de los medios de producción, así por ejemplo, solo aquellos talleres que habían sido abandonados se convierten en cooperativas, lo mismo ocurre con las viviendas, se requisan solo aquellas que han sido abandonadas, y sobre todo se comete el gran error de no nacionalizar el banco de Francia, que además de responder escasamente a lo requerimientos de la Comuna, financiaba holgadamente a las fuerzas de Versalles. Puede ser que los viejos jacobinos quisieran evitar que la guillotina se convirtiera en el símbolo de la Comuna, o sencillamente fue que el proletariado era todavía inmaduro, solo así se explica que la Comuna compaginara la proclama revolucionaria con la timidez en las actuaciones, el verse asediado y acosado por un enemigo despiadado y poderoso, y aún así, no renunciar al carácter abierto y público de sus asambleas.

Otro elemento que la Comuna comparte con los grandes acontecimientos de la historia fue el papel activo, prácticamente de vanguardia, de la mujeres. Una vez más se comprueba que jamás habrá una revolución sin la participación activa de las mujeres, que sin ellas nada se mueve. Fueron ellas las que se pusieron frente a los soldados cuando se les ordenó disparar sobre el pueblo, fueron ellas las que, sin que se les hubiera reconocido derecho a voto, asistían a las asambleas y a los clubs políticos para participar activamente, formando los suyos propios y no dejando que los grandes cambios de la historia fueran solo cosa de hombres, fueron ellas las que más se movilizaron y se organizaron, fueron ellas las que también defendieron las barricadas y dieron su vida por la Comuna. Su protagonismo también las convirtió en la imagen que la reacción utilizó para desprestigiar a la Comuna, las “petroleras”, las incendiarias eran el símbolo de lo contra natura y corrompido que el orden social de los revolucionarios/as representaba a la burguesía. Entre las muchas actividades que las mujeres realizaron, conviene destacar la declaración del 30 de marzo sobre la prostitución, un declaración abolicionista sobre la más miserable de las explotaciones, y a la vez, protegiendo a las prostitutas, víctimas de un orden social que condena a las mujeres y que la revolución deberá reparar mediante la organización del trabajo.

El gobierno de la burguesía instalado en Versalles, es consciente del peligro que representa el pueblo de París para su poder de clase, el mismo Thiers -la cabeza del gobierno reaccionario- declara al conocer los gloriosos sucesos del 18 de marzo, que se trata una guerra de clases. La burguesía francesa no pierde ni un minuto en aliarse con las mismas fuerzas prusianas con las que hasta hace unas semanas estaba en guerra. Entonces los prusianos liberan tropas francesas para que puedan masacrar a su propio pueblo. Y aquí, podemos ver una vez más el valor de acontecimiento que tiene la Comuna, como se verá más adelante, como tras la I Guerra Mundial cuando alemanes y británicos unieron esfuerzos para atacar el nuevo gobierno bolchevique, o inmediatamente después de la II Guerra Mundial, cuando los norteamericanos integraron a antiguos nazis para hostigar a la URSS, cuando el proletariado se organiza, siempre ocurre igual, los representantes de todo tipo de élites, ya sean extremistas religiosos, ultranacionalistas, liberales o fascistas, se alían. Ese es el rostro de la burguesía, esa es la realidad del capitalismo en la que más allá de lucha de clases no hay concesiones. Ni el joven rebelde y el viejo conservador, ni el sionista y el yihadista, ni el machista homófobo y la liberal progresista, ni ningún otra oposición conflictiva hayan mejor manera de ponerse de acuerdo que cuando es la explotación misma lo que está en juego y hay que proteger los privilegios que obtienen de la miseria del explotado.

La Comuna era un niño enfrentando la tempestad, cada minuto ganado era una victoria pero también un sumidero que se hacía más grande y tragaba más y más rápido la sangre vertida, y el proletariado de París, sin más fuerzas que las propias, tenía los días contados. Así, en la última semana de mayo, la primavera del proletariado fue ahogada en su propia sangre. Miles de hombres, mujeres y niños fueron masacrados, no solo para restablecer el viejo orden, también como escarmiento para que el pueblo aprenda lo caro que es soñar en alto. Los que no murieron fueron deportados, y con la sangre de los mártires no muere la historia, comienza a vivir.

Eduardo Uvedoble.

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