¿Cuántas veces en los medios de comunicación o conversaciones se habla de la cantidad de denuncias falsas en el ámbito de la violencia de género? ¿Cuántas veces escuchamos los lamentos sobre la cruel criminalización que sufren los hombres por el mero hecho de ser hombres, que a la mínima denuncia de sus parejas acaban en la cárcel? ¿Cuántas denuncias por divorcio? ¿Cuántas por mujeres locas, celosas, despechadas? La cultura patriarcal busca restar importancia al hecho, objetivo, de que desde 1995 ha habido 1378 feminicidios.
Efectivamente, afirmar categóricamente que las denuncias falsas no existen sería caer en una demagogia que poco ayudaría a conocer la realidad de la violencia patriarcal contra las mujeres. Pero ¿cuál es la realidad? La realidad es que sigue siendo difícil que las victimas puedan probar la violencia machista a través de su testimonio y que sólo se denuncian los casos más extremos. La realidad es que hasta llegar a una sentencia condenatoria hay que recorrer un camino de obstáculos y donde los mecanismos de apoyo a las mujeres más vulnerables, se han visto eliminados por los recortes sociales.
La realidad es que la mujer maltratada llega a la comisaría a poner una denuncia y se encuentra por norma general con el machito de turno al otro lado del escritorio, que antes de que hayas pronunciado casi palabra alguna te repite unas cinco veces que si estás segura de interponer la denuncia, que pienses que es algo muy importante y en las consecuencias que puede acarrear. La mujer comienza a comentar la situación, con un nudo en la garganta, aterrada porque sabe que la reacción de su maltratador no será pequeña y salvo que te hayan golpeado hasta acabar en urgencias no parece nada realmente relevante, la cara del policía es un poema, diciendo en repetidas ocasiones que al juez eso le va a parecer una tontería (amenazas, insultos, tratos despectivos). Aun así, en parte empujada por su familia, amistades o asesoría legal decide seguir adelante y en dos días tiene el juicio de faltas. Y… vienen los interrogatorios, que no declaración, pues son interrogatorios en toda regla, como si la denunciada fueses tú ¿no tiene usted pruebas? ¿Sólo ha visto eso su familia? ¿Quiere usted la custodia de su hija/o? ¿Por qué no ha denunciado usted antes si esto viene de largo? Con una tonalidad que dan ganas de pedir perdón por haber puesto una denuncia contra una persona que en ocasiones ha llegado incluso a amenazarte con la muerte. Y no, no tienes otras pruebas que tus declaraciones, a veces la de los hijos o hijas menores, que tampoco valen pues les puedes estar manipulados. Finaliza el procedimiento, sobreseimiento y vuelves a casa con más miedo y temiendo por tu vida mucho más que antes de la denuncia. A la próxima, ¿volverá a denunciar? Es bastante dudoso.
Entonces, ¿hay denuncias falsas? Claro que sí, pero es que las mujeres que realmente sienten el miedo en sus carnes en muchas ocasiones se encuentran con estas realidades, realidades que te empujan a no poner denuncias, y que hacen que te sientas como una exagerada, que ha movilizado a una decena de funcionarios y funcionarias que trabajan al servicio del Estado para tratar cosas serias, y no unos pequeños insultos o unas pequeñitas amenazas dentro de una normal relación de pareja.
Esperemos que ese trato no se dé en todas las comisarias o juzgados del Estado, pero la realidad es que las experiencias de abogados y abogadas que acompañamos a nuestras clientes es esa, salimos de los juzgados asqueadas, sabiendo que si ya la ley de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género es bastante deficiente, por no decir, pura basura, las personas que se encargan de aplicarla y las condiciones de los juzgados no se quedan atrás. Dejando a la mujer que sufre las agresiones del sistema patriarcal por parte de sus parejas totalmente indefensas y desprotegidas, acabando en más de decenas de ocasiones en muertes de mujeres e hijos e hijas.
Alba Molina