Nuestra formación empieza en el colegio. Ahí comienza la sistematización de la competitividad. Tenemos que estudiar más que nuestro compañero de pupitre, sacar mejores notas que la chica de coleta, ser más obedientes.
Nos educan a través de la memorización de conocimientos como dogmas y la sumisión discreta a la autoridad establecida. En este proceso se nos repite hasta que se nos tatúa en el cerebro: “estudia mucho para tener un mejor trabajo el día de mañana”. Porque claro, no olvidemos que un mejor trabajo es ganar mucho dinero, al coste que sea.
Este mantra lo escuchamos hasta la saciedad en el instituto. El clasismo más rancio impera al colocarnos en distintos puestos de una pirámide en función de nuestros estudios. No es más que un reflejo de la vida donde nos colocan a distintas alturas en función de nuestra relación con los medios de producción. La realidad es otra, ya que todos los trabajos son necesarios y es tan fundamental la labor de la cirujana como del chico de la limpieza que esteriliza el quirófano.
Tras el primer sesgo del instituto pasamos a la universidad. Bajo la promesa de mejor salario estudiamos una carrera. Entonces empiezan a decirnos que tenemos que especializarnos, que la competencia es muy dura, que lo mejor para ello es hacer un caro máster. Nos recuerdan que tenemos que ser políglotas, que las traducciones profesionales están muy caras y las empresas no están para tirar dinero. Como contraste, en la Unión Soviética se estudiaban idiomas en universidades populares por el gusto de viajar y poder comunicarte con la gente foránea.
Finalizada la primera etapa universitaria pasamos al máster (si nuestra familia puede hacer el esfuerzo y pagarlo) y ahí nos dicen que sin unas buenas prácticas en empresa no iremos a ningún lado, que la experiencia laboral es requisito previo para cobrar.
Por fin, después de 20 años de formación con el mantra de “esfuérzate y tendrás mejores condiciones”, después de saltar de trabajo precario en trabajo precario mientras estudiamos, buscamos “de lo nuestro”.
Las ofertas que nos encontramos son del estilo de Inforpress, la empresa de marketing online más grande de España, con clientes como Repsol, BP, McDonalds…, ofreciendo contrato de becario por 570 euros al mes, 40 horas semanales sin posibilidad de contratación. Bufetes de abogados (Garrigues, Cuatrecasas, Uría Menéndez…) que ofrecen pasantías sin remunerar argumentando que te están formando y te hacen un favor por dejar que su nombre salga en tu currículum. Quizá tengas suerte y te ofrezcan ser teleoperadora de Legalitas por 800 euros al mes 6 días a la semana (donde no amplías tu formación). Si no El País siempre te puede ofrecer que hagas su máster de 13.300 euros para que si trabajas más horas gratis que tu compañero, te pongan más nota y quizá aspires a ser mileurista. Todo esto si no has tenido que emigrar, claro.
El mismo mantra, compite, empuja, derriba, pisa para alzarte en la cima del éxito profesional. Para justificar que si estás allí arriba es porque trabajaste duro para conseguirlo y que si no estás es que te has dedicado al bon vivant.
Basta ya de análisis interclasistas pintados con retórica de superación personal. El capitalismo a la clase obrera nos ofrece miseria, aunque hablemos tres idiomas y tengamos dos másters.
Pedro Pérez