No podíamos creernos lo que nos contaban; los clérigos, diáconos, presbíteros, párrocos, religiosos, capellanes y obispos de la Iglesia católica, la elegida de Dios, la única verdadera, la más bendecida y sagrada de toda la cristiandad, la que congrega a los fieles cristianos unidos en Jesucristo, por la noche, desabrochan las sotanas y en vez de mortificarse con cilicios que conforten el alma hacen cosas feísimas para recrearse el cuerpo, los muy cochinotes.
Como son pocos los terribles sacrificios por los que ha tenido que pasar la Santa Madre Iglesia, con la infinitud de agravios y desconsuelos que ha tenido que padecer a lo largo y ancho de la historia, con los dardos envenenados que lanzan contra ella los impíos, profanadores e irreverentes, otra vez más, la grey de Dios está siendo objeto de las más indignas acusaciones y vilipendios.
Corre el rumor de que a algunos curítas, la unión íntima con Dios después de cantar maitines, los convierte en seres tórridos y vigorosos y para dar gracias al creador por los dones que reciben buscan jovencitos para matar el bichito y en la penumbra de la sacristía dan alivio y aplacamiento a sus cristianas depravaciones .
Nosotros no podíamos imaginarnos al clero dándose a las chuletas, al vino, a los callos con garbanzos o a los jamones de bodega pero mucho menos nos figurábamos que los sacerdotes se emplearan con tanto apetito y apasionamiento a exhibir sus recatados corazones y sus devotas y blandas partes ante los ojos de niños inocentes.
Siempre lo hemos dicho; el ayuno, la castidad, la penitencia, la oración son cosas muy fatigosas, la labor apostólica es achicharrante, la pureza exige grandes sacrificios, pero cuando San Mateo nos narraba aquella emocionante parábola en la que el de Nazaret reclamaba “ dejad que los niños se acerquen a mí” era para imponerles las manos !a ver si nos enteramos! sólo para imponerles las manos.. que los textos bíblicos hay que saber interpretarlos !hombre! Nosotros creíamos que con tantos años de seminario esas cosas habían quedado claritas.. !pero no!
Resulta que cuando los curas ven un chavalito que recita bien el catecismo, les parece una obra de Dios tan maja, tan retrecherota, tan hermosota y tan bien terminada que se les van las manos y manosean, soban, arrebujan y pellizcan a los niños con tal avidez que les duran las magulladuras hasta los 25 años a las criaturitas. !Un poquito de tacto, Señor cura, coño, que son seres vivos...!
¿Dónde se ha visto lo que ahora acontece? Desde trescientos años atrás, formaba parte de las leyes humanas que el cura para saciar sus ímpetus tuviera un ama apuesta, lozana y con muchos bríos para hacerle las camas y como el roce hace el cariño, si hacían buenas migas, a fuerza de arrumacos y carantoñas, venía la descendencia que llevada con la necesaria reserva y discreción era casi un regalo divino, oye, y a nosotros nos ha parecido bien porque donde esté un Pater predicando apacible y desbravado que se quite el sermón de un célibe impulsivo y bravucón.
Pero, claro, lo que ahora nos ocupa no es cosa de sermones, es que el carácter aperturista y libertino del Concilio Vaticano II ha alborotado de tal manera la voracidad sexual del clero que para ellos las obleas tienen el mismo efecto que la viagra y cada vez que un niño se acerca al sagrario siempre hay un cura cerca para mostrarle la grandeza que se esconde en el cuerpo místico de Cristo y, a nuestro corto entender, no es bueno que los niños presencien esas escenas que de mayores se hacen supernumerarios del Opus y en los momentos de recogimiento y devoción, lo único que se les viene a la cabeza del dichoso Cuerpo místico es la parte anatómica de la pelvis..y cuando la carne se rebela no hay mortificación que la dome !caramba!
Menos mal, menos mal que el Santo Padre ha puesto un poquito de orden y para no desacreditar más a la Iglesia ha sugerido a esos curas efusivos y ardientes que lisonjeen y agasajen a los chavales pero sin quitarse la sotana porque, al final, los borrachos y los niños siempre dicen la verdad y estas rachas de persecución no vienen nada bien a la Curia romana.
Telva Mieres