“¡Ramón! hay que acabar con tanto bribón”, clamaba Carlos Cano –que este año cumpliría 70 abriles– en “La murga de los currelantes”, una inolvidable canción concebida y escrita por el cantautor granadino poco después de la muerte del dictador. A lo que el susodicho Ramón respondía con salero y malaleche que “le vamos a dar con el tran, traca, tran, pico pala, chimpún y a currelar, para pa para pa para pa pa pa”. Han pasado cuatro décadas –que no es moco de pavo– desde que el malogrado cantante nos regalara aquella comprometida canción, y no solo no ha perdido vigencia la cantinela, sino que, hoy más que nunca, los bribones, por emplear la misma expresión que utilizó Carlos Cano en aquel entonces, nos contaminan y apestan por doquier.
No hay día que amanezca en este desvalijado país sin que nuevas y nuevos chorizos: politicastros, funcionarios, empresarios, banqueros, abogados, deportistas y gentes del espectáculo (vedettes del showbiz, como dicen los finolis) acaparen ávidamente la actualidad para macularla. Ayer, por no ir más lejos en el tiempo –lo que sería, además, insufrible– fueron los peperos de las tramas Gürtel, Malaya, Púnica, Pokémon y etc. quienes nos trajinaron las siestas con sus estafas, robos y timos; después los sociatas andaluces, no menos corruptos, nos revolvieron las tripas con sus expedientes de regulación de empleo –los famosos ERE– y con sus cursos de formación para alumnos inexistentes. Y ahora, por lo menos hasta el momento en que redacto esta crónica, que en estas lides hay que ser muy precavido, son los “papeles de Panamá”, nada comparables por su magnitud con los del protervo Bárcenas, los que nos dejan turulatos, vamos, patitiesos. Un enorme entramado internacional de malhechores que pringa, con la evasión de impuestos y el ocultamiento de propiedades de empresas, activos y ganancias, a “lo más granado” de la burguesía hispana. Pero que nadie se alarme, no. La justicia, que como sabemos es “igual para todos” (sí, la misma para ricos y pobres), sabrá también solucionar estos “casos aislados”, y en un periquete, las ovejas descarriadas devolverán todo lo mangado. Y si no, al tiempo.
“Que lo roban, lo roban”.
Y mientras estas “cosas” pasan un día sí y otro también, ocasionando desconcierto y desolación en el respetable, los políticos que nos gobiernan, los carcamales de siempre y sus ambiciosos cachorros, que además no muestran demasiada preocupación por “el asunto”, tampoco llegan a ponerse de acuerdo sobre cómo condimentar la ensalada política que mejor gestione el sistema que ellos nunca llaman capitalista. Dejándonos vislumbrar, cuando escribo estas líneas, nuevas elecciones. Pero, si de nuevo las hay, ¿para qué?, ¿para con cartas marcadas comenzar otra aburrida partida?, ¿para hacernos creer que ese plantel de carcas redomados o de socialdemócratas de todo pelaje acabará con la crisis?, ¿o es para seguir escamoteando la naturaleza depredadora del voraz capitalismo?
La clase trabajadora y las capas populares de este país deben concienciarse de que nada es irremediable, de que poco o nada puede esperarse de esas alternativas políticas descafeinadas y, sobre todo, de que la causa de tanto saqueo y escarnio está en el funcionamiento del propio sistema capitalista, y que, por ello, guste o no, sólo organizándose revolucionariamente en el Partido Comunista podrá acabarse con tanto bribón. Porque como dice “El Salustiano”, otro éxito popular de Carlos Cano, “no creemos que el sombrero les toque en la tómbola a esos gachós trajeaos que viven de na. Que lo roban, lo roban.” Vaya si lo roban: explotando, expoliando, privatizando, recortando, o, como ahora, escondiendo bienes y ganancias en vergonzosos paraísos fiscales.
José L Quirante