Según la UNESCO, hoy en el mundo se hablan unas 6,500 lenguas y se calcula que la mitad de ellas habrá desaparecido al finalizar el presente siglo. Algunos lo considerarán un tema menor, pero tenemos que ser conscientes del cataclismo que supone la muerte de un idioma: significa necesariamente la desaparición de una cultura completa, de una manera de ver y entender el mundo. La pérdida para el patrimonio de la humanidad es equivalente a que alguien pegue fuego al museo del Louvre y éste sea completamente calcinado por las llamas.

Huelga decir que este proceso de destrucción de la diversidad lingüística del planeta no es fruto del azar, que es consecuencia directa de las propias dinámicas del sistema capitalista y de las contradicciones de clase. Un grupo humano no abandona ni olvida su lengua porque sí, sino porque a sus miembros se les ha hecho creer que ésta es un obstáculo para prosperar socialmente, que para escalar en la pirámide social deben dejar a un lado el suyo y aprender el idioma de la clase dominante. Un claro ejemplo de ello lo tenemos en América Latina, entre las lenguas indígenas y el español. La homogenización lingüística y cultural beneficia al Capitalismo: es necesario poder vender el mismo producto en Tokio y en Nueva York, en Murcia y en Kinshasa; un mercado mundial, un mundo globalizado requieren que el conjunto de la humanidad piense y hable de una única forma, es necesario que todos conozcan el inglés, todo lo demás les sobra.

Ya desde las revoluciones que las llevaron al poder en los siglos XVIII y XIX las diversas burguesías europeas buscaron crear sólidos mercados nacionales y, para tal objetivo, le hacían traba tanto las aduanas internas como las distintas legislaciones heredadas del Antiguo Régimen (fueros etcétera), pero también la existencia de dialectos e idiomas distintos del “nacional” dentro de las fronteras de dichos mercados. Es por ello que se unifican las lenguas y así en la recién nacida Italia se toma el dialecto toscano en el que Dante escribió La Divina Comedia como modalidad estándar para la escuela y la administración. Otro tanto hacen los alemanes, tomando como referente el alemán usado por Martín Lutero para traducir la Biblia.

Pero no solo estandarizan las lenguas “nacionales”, sino que la burguesía pone en marcha campañas para aniquilar los idiomas “sobrantes”. El caso de Francia es paradigmático: un país donde en 1789 más de la mitad de la población era incapaz de comunicarse en francés y donde hoy en día, fruto de la política glotocida llevada a cabo por la burguesía francesa durante más de dos siglos, el bretón, el corso, el euskara o las lenguas occitanas están en grave peligro de extinción. Tomemos como muestra el célebre discurso del jacobino Barère ante la Convención en 1794: “La superstición habla bajo bretón; la emigración y el odio a la República hablan alemán; la contrarrevolución habla italiano y el fanatismo habla vasco. Rompamos los instrumentos de daños y errores. Es mejor instruir que traducir. No podemos ni debemos mantener esas lenguas bárbaras y esos idiomas groseros que no hacen sino servir al fanatismo.” Mucho ha llovido desde entonces, pero esos principios no han variado apenas allende los Pirineos.

En España se trató de hacer lo mismo pero con resultados no tan contundentes, como consecuencia, si se quiere, de la inexistencia, a diferencia de en Francia, de una burguesía nacional única y homogénea y al desigual desarrollo del sistema capitalista en el país. Prueba de ello es que, a día de hoy, el catalán goza de muy buena salud, en gran medida por haber sido históricamente la lengua de la burguesía barcelonesa, un idioma urbano y de prestigio, con una amplia tradición literaria. Situación que no se da, paradójicamente, en Valencia o en Baleares, donde ha sido la lengua del campesinado y de las clases más humildes.

Pero si bien, y por fortuna, España no es Francia, eso no quiere decir que la aniquilación de nuestra diversidad lingüística no siga siendo el anhelo de muchos (no nos olvidemos de lo que supuso el Franquismo para quienes hablaran idiomas diversos del castellano, ni las opiniones que aún hoy gran parte de la sociedad española tiene con respecto al catalán, al gallego o al euskara). Es por ello que el actual repunte del nacionalismo español, fruto de la pugna con la burguesía catalana, es una clara amenaza a las lenguas minorizadas del país. Échele sino el lector un breve vistazo al programa de Ciudadanos en lo que respecta a este tema.

Los nacionalismos periféricos consideran, por su parte, que la panacea que asegurará la supervivencia de las lenguas minorizadas es dotar a las comunidades que las hablan de un estado propio; pero esto no es necesariamente cierto, más aún en el contexto del capitalismo globalizado en el que vivimos. Irlanda es un clarísimo ejemplo de ello: la existencia desde hace casi un siglo de un estado independiente, que ha llevado a cabo los más denodados esfuerzos por salvaguardar la lengua irlandesa, no ha podido evitar el inexorable retroceso del gaélico frente al inglés. Más al norte, en Islandia, el gobierno acaba de dar la voz de alarma: la juventud islandesa está abandonado la lengua de sus padres y habla cada vez más el inglés. Al fin y al cabo, todas las series de éxito, Youtube, los principales contenidos audiovisuales consumidos por los jóvenes… todos están en inglés. En Euskal Herria, me temo que, aún dándose el hipotético caso de que la burguesía vasca decidiera abogar por la independencia y consiguiese dotarse de un estado, el euskara estaría en una situación similar.

Hemos visto que lo que genera la desaparición de las lenguas son el Capitalismo y sus contradicciones. Olvidemos la vieja falacia burguesa de que hay idiomas más adaptados que otros al mundo moderno, de que unos son más útiles que otros, más desarrollados, más elegantes… Un grupo humano no abandona su lengua y la sustituye por otra admirado por la elegancia de su estructura gramatical o por la riqueza de su léxico, sino porque detrás de la lengua más grande hay dinero y armas que la sustentan.

En España, las lenguas son utilizadas como peones por las diversas burguesías del país en sus luchas de intereses, como zanahoria para atraer a las masas trabajadoras y ganarse su simpatía. Así, la burguesía catalana, en su lucha por la independencia, afín de atraer a la clase trabajadora y los sectores populares catalanes utiliza la defensa de la lengua catalana y el rechazo que muchos españoles sienten hacia ella como acicate. A su vez, la burguesía central toma como bandera la lengua castellana y la absurda falacia de que ésta está amenazada en las comunidades bilingües para hacer lo mismo. Es a las burguesías a la que no les conviene que los y las trabajadoras de todo el país se hermanen y que todos estén orgullosos de ese tesoro compartido.

En esa tesitura, tan solo la toma del poder por la clase obrera, la consecución del Socialismo y la unión voluntaria de las naciones y pueblos que componen España pueden ser los que aseguren la supervivencia de nuestra diversidad lingüística. Tal y como ocurrió en la Unión Soviética, con sus más de cien naciones y lenguas, el Socialismo hará posible el pleno desarrollo cultural de los idiomas minorizados: sin límites económicos y de financiación se podrán publicar muchísimos más libros, se podrá gozar de televisiones y medios audiovisuales de gran calidad, se asegurará la plena gratuidad del aprendizaje de los idiomas, se fomentará el conocimiento de varias lenguas como un valor… Solo entonces se podrá vivir plenamente en euskara, catalán, gallego… en todas las esferas de la vida, en las informales y en las formales, en las locales y en las nacionales. El castellano, al ser la lengua más hablada, podrá ser, si se quiere, instrumento de comunicación entre las diversas comunidades, como una especie de esperanto, pero en ningún caso podrá ser impuesto, ni colocado por encima de las demás lenguas, sino a su lado.

Cada cuatro años se celebra el campeonato de Euskal Herria de versolaris. 14,000 personas se reúnen en un gigantesco auditorio, durante más de siete horas, en absoluto silencio, para oír a ocho aspirantes que improvisan poesías y las cantan. No creo que suceda nada parecido en ningún otro sitio del mundo, pero ningún telediario español informa al respecto y, por tanto, este encuentro es desconocido al sur del Ebro. Mi sueño es que llegue el día en el que las alicantinas, gaditanas y zaragozanas se admiren de ese evento, lo vean como propio y se enorgullezcan de él, de igual manera que los vascos, gallegos, catalanes, valencianos… nos admiramos y enorgullecemos de Machado, Miguel Hernández o Rafael Alberti.

Llauriko

 
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