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La historia de los Juegos Olímpicos de Verano, oficialmente denominados Juegos de la Olimpiada, arranca hace 125 años  (1896) y  tiene  tanto que ver con la confrontación deportiva como con la lucha ideológica. Por supuesto,  también son un espectáculo de masas y en el capitalismo un inmenso negocio.  Son un escaparate  donde siempre hay algo que vender,  pero su dimensión como propagadores de la ideología dominante es tal vez su principal función. Rentabilidad política y económica se dan la mano para imponer los valores de las clases dominantes. La edición de Tokio 2020 ha vomitado su correspondiente cuota de basura.

El tratamiento informativo de las marcas y triunfos sigue siendo diferente según la nacionalidad de quien sube al pódium. Por ejemplo, si gana alguien de China  o del equipo COR (Rusia), se sembrará la duda sobre la “limpieza” de ese logro; si quien lo hace es de Norteamérica, Australia u Holanda, por citar algunos, es por sus grandes dotes y capacidades.

Por no hablar de las operaciones mediático propagandísticas montadas para dar cobertura a ciertas migraciones deportivas. Si el o la deportista proviene de un país bloqueado o señalado como enemigo, simplemente por no estar en la órbita y dictados de  las potencias imperialistas, se hará del asunto una migración políticamente motivada. Cuba conoce bien este tipo de maniobras. En los Juegos Panamericanos y Centroamericanos y del Caribe se ha incitado, abiertamente, a sus deportistas a abandonar su país. Recientemente se conocieron las descaradas y burdas exhortaciones a desertar  hechas al equipo cubano que participó en el Preolímpico de béisbol, en West Palm Beach. En cada cita deportiva internacional se repite este tipo de maniobras, como antaño sucedía con deportistas de la U.R.S.S. En la cita de Tokio hemos asistido a un acto de este tipo, en esta ocasión con  una atleta bielorrusa. 

A primera vista, viendo el desfile inaugural, estos juegos parecían unos de los más igualitarios, con atletas transgénero, mascarillas arco iris y con mucha multiculturalidad en algunas delegaciones. Profundizando un poco bajo esa capa tan idílica se ven varias cosas más.

En primer lugar se observa que muchos de los países emisores de deportistas fueron antiguas colonias de los hoy receptores. Ahí el colonialismo sigue operando y el robo y la rapiña no han cesado. En segundo lugar, que la migración deportiva actualmente es consustancial a la vida en las canchas, y en los Juegos Olímpicos. Es una expresión más de los fenómenos migratorios   y de las tendencias demográficas. Según el doctor Antonio Díaz Aja, director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana «la disfuncionalidad migratoria es producto de las contradicciones básicas del mundo en que vivimos».  Por tanto, conflictos armados, desastres naturales, insuficiencias estructurales del desarrollo, desigualdades de las economías nacionales, condiciones de pobreza de amplios sectores, falta de oportunidades laborales y, en general, el abismo creciente entre pobreza y riqueza, estimulan la movilidad de los seres humanos y ello produce consecuentemente que eso se visualice también en los ámbitos deportivos.

Aunque todavía hay uno, que parece el principal: el tráfico y mercado de la carne a través de los incentivos económicos. Grandes sumas que aportan algunas naciones, claro está, las más desarrolladas. A la migración por razones económicas no escapa ningún deporte, pero las competiciones basadas en equipos nacionales exponen, como ninguna otra, ese mercadeo humano. Las olimpiadas son una de esas competiciones.

La Carta Olímpica requiere que, para participar, se esté vinculado a un Comité Olímpico y se sea  nativo de ese lugar. Lo que es aparentemente simple, se convierte en un elemento importante  y sobran los ejemplos de  compra de deportistas y nacionalizaciones express ¿cómo no recordar la de N. Montalvo?  Saltando incluso por encima de la Ley de Extranjería pero siendo un fiasco deportivo, que todos estos personajillos que tan fácilmente se venden por un puñado de dólares, pierden  rápidamente las cualidades por las que fueron adquiridos. Conservan otras de índole gusana y siguen siendo útiles para la campaña ideológica. A Tokio llegaron algunos.

No sabemos si más tonto que babosa, en plena campaña de guerra mediática contra Cuba, otro de los biempagados y ahora rojigualdo, se dedicó a ejercitar la oratoria (tal vez para ocultar lo que deportivamente no alcanza) y mordió el polvo a manos de un inmenso Julio César La Cruz, quien nos alegró, por partida doble, con su victorioso y  sonoro “Patria o Muerte" y con su presea dorada.

Y al acabar el espectáculo deportivo emerge victoriosa una pequeña isla bloqueada. Que aparece no en una lista manipulada  sino en la lista de los 20 primeros del medallero, muy por delante de nuestro país que compra  atletas. Importante la gesta para un pueblo que en esos momentos  se encontraba en plena campaña de asedio y acoso a la Revolución y sus logros.
También lo es para los pueblos que luchan y resisten  pues en la batalla de ideas expresa, ante los ojos del mundo, otra de las superioridades del socialismo: el deporte como posibilidad real de superación del ser humano, al alcance de toda una sociedad.

María Luna.

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