Una permanente catástrofe se cierne sobre el pueblo palestino desde que se consolidó la trama imperialista en la zona para subvertir la soberanía que le correspondía por su ancestral asentamiento en el territorio comprendido entre el Mediterráneo y el Jordán.
La Historia del pueblo palestino está plagada de solidaridad internacionalista, por un lado (Cuba como ejemplo); pero también de traición: traición a las responsabilidades de sus colonialistas ocupantes (Inglaterra y Francia) y también traición de la burguesía palestina, que se ha vendido al mejor postor imperialista por “un plato de lentejas”.
El desmembramiento del imperio otomano, propiciado también por sus contradicciones inherentes a su naturaleza, había ido gestando unas alianzas con la pretensión de conquistar la hegemonía en una parcela donde también se libraba la lucha por el control de materias primas, indispensables para la obtención de la tasa de ganancia del capital.
El macabro plan tenía pronunciamientos previos que anticipaban un desenlace que se concretaría en los años inmediatos al final de la II Guerra Mundial. La “Declaración Balfour” de noviembre de 1917 venía a reforzar el acuerdo previo alcanzado por Sykes-Picot en febrero del mismo 1917, que conformaba el “Hogar Nacional”, antecedente de lo que es actualmente la entidad sionista de Israel. La intervención del capital financiero estuvo apadrinada por el barón británico Lionel Walter Rothschild.
En este marco original se ha movido la intervención del imperialismo, tanto de EEUU como de la UE. A ello se ha añadido un relato histórico bien orquestado de la persecución del pueblo judío, que había tenido su cénit en la violencia del régimen nazi de Hitler, que ha llegado a permear culturalmente en los postulados de sectores obreros y populares, al convertirles en las principales víctimas de la barbarie hitleriana. Esta narrativa dominante escondía, a su vez, la persecución de los comunistas, núcleo central de su política de exterminio.
¿Qué precio paga el pueblo palestino por tan criminal apuesta imperialista?, la que se colige de la violencia gangsteril y de la complicidad de los gobiernos que, prevaricadoramente, se desentienden de resoluciones internacionales que, pacatamente, atienden demandas parciales de las legítimas aspiraciones del pueblo palestino. Se cuantifica en más de 800.000 los palestinos y palestinas que tuvieron que dejar sus propiedades y trabajo en 1948.
Meses antes, la “Nakba” (catástrofe, desastre, para el pueblo árabe de Palestina), es el día de la lucha donde se rechaza la partición en dos estados de los territorios dependientes del Mandato británico de Palestina, que la ONU había decretado. Musulmanes y cristianos representaban el 94% de la población a finales del siglo XIX, siendo solo el 6% de origen judío. Con esta distribución, ¿es lícito plantear dos estados como solución a un problema que no existe en la realidad?
Nos encontramos, pues, ante uno de los hechos más deleznables del siglo XX, que tiene su continuación hasta estos momentos. La necesaria unidad en la defensa de los derechos del pueblo palestino se quebró en 1967, después de la Guerra de los Seis Días. Hasta entonces, el territorio reivindicado era el que había albergado durante siglos a sus pobladores que, cuando tuvieron que emigrar, recibieron la condición de “refugiados”, obteniendo con ello un derecho de atención vital. Desde 1967, se reivindica un territorio quebrado, con centro en Cisjordania y la Franja de Gaza y cuyos emigrados y emigradas por la ocupación sionista reciben el nombre de “desplazados”, disfrutando de derechos más limitados.
Actualmente, la maquinaria de guerra de la entidad sionista opera con una variopinta medida de instrumentos terroristas. Son constantes los episodios de heroicidad que protagoniza el pueblo palestino ante el ejército sionista. Los bombardeos, los asesinatos, las torturas, los encarcelamientos sin juicio, etc. son la vida cotidiana del pueblo palestino sin discriminación de edad.
Por ello, al imperialismo y al sionismo, “ni un tantito así”. El pueblo palestino sabe luchar y cómo luchar. La clave de bóveda es el mantenimiento de la lucha y la unidad en torno al territorio histórico anterior a 1948, con capital en Jerusalén. Y con ello ¡PALESTINA VENCERÁ!
Victor Lucas