Antonio Gramsci: filósofo, político, sociólogo, historiador y periodista italiano que destacó por su enriquecedor aporte teórico al marxismo y por su lucha contra el fascismo. Encarcelado durante once años por el régimen de Benito Mussolini (de 1926 hasta su muerte en 1937), produjo en prisión una cantidad ingente de cartas y escritos, entre los que destacan los Cuadernos de la cárcel. 2848 páginas manuscritas que constituyen una muestra excepcional de su particular análisis de la historia y del momento político que le tocó vivir.

El mes de noviembre de 1926 fue un mes particularmente difícil para Antonio Gramsci. Después de abandonar una reunión clandestina de la dirección del Partido Comunista de Italia que debía tener lugar en Valpolcevera (provincia de Génova), Gramsci, sintiéndose perseguido por la policía fascista, decidió volver a Roma. Sin embargo, allí le sorprendió la decisión del gobierno de Mussolini de disolver los partidos políticos en Italia y suprimir las garantías constitucionales. Disposiciones políticas que cerraban aún más el cerco alrededor del dirigente comunista. De tal modo que el 8 de noviembre, violando su inmunidad parlamentaria, Antonio Gramsci fue detenido y enviado en régimen de incomunicación a la cárcel romana de Regina Coeli;

iniciándose así un periplo carcelario que lo conducirá al destierro y al confinamiento. Primero en la isla de Ustica, y más tarde y tras pasar por varias prisiones y cuarteles, en la ciudad industrial de Milán donde, ya en febrero de 1927, fue ingresado en la cárcel de San Vittore: una prisión donde sufrió insoportables interrogatorios que le impidieron inclusive dormir. Pese a ello y a las difíciles condiciones en las que vivía encarcelado, Antonio Gramsci no cesó en su empeño de obtener de las autoridades carcelarias libros para leer (a su demanda, las obras de Maquiavelo, libros de temática sarda, etc.), así como lo indispensable para poder escribir los futuros Cuadernos de la cárcel. Un compendio de reflexiones políticas, filosóficas e históricas de excepcional interés.

Herramienta valiosa

La vista de la causa contra la dirección del Partido Comunista de Italia (veintidós actas de acusación) ante un Tribunal Especial Fascista tuvo lugar del 28 de mayo al 4 de junio de 1928. Antonio Gramsci, como consecuencia de la requisitoria implacable del fiscal: “¡Tenemos que impedir que este cerebro funcione durante veinte años!”, fue condenado, precisamente, a veinte años, cuatro meses y cinco días de prisión. Reclusión ultrajante que Gramsci cumplió en cárceles, pero también en hospitales, a causa de sus graves dolencias (enfermedad de Pott, tisis y arteriosclerosis) hasta el amanecer del 27 de abril de 1937, día de su sobrecogedor fallecimiento. Un largo periodo de privación de libertad, pero también de fructífero estudio, del que dejó constancia en centenas de cartas y en los aludidos y extraordinarios Cuadernos de la cárcel. 2848 páginas manuscritas producto del establecimiento previo de un programa de investigación, que evolucionó con el tiempo y que se intensificó entre enero y junio de 1930. Con ello, Gramsci quería dejar claro que nada le impediría seguir con sus reflexiones sobre marxismo y leninismo, sobre la toma del poder por el proletariado, o sobre las perspectivas del comunismo en su país y a nivel internacional. Con esa premisa, Antonio Gramsci escribió 33 cuadernos en los que el concepto de hegemonía (es decir, supremacía) vertebra el conjunto de su pensamiento político. Por ejemplo, uno de sus más innovadores: la hegemonía que las clases dominantes ejercen sobre el proletariado y sobre todas las clases sometidas en el capitalismo. Según Gramsci, una supremacía no impuesta por el control de los aparatos represivos del Estado, sino, fundamentalmente, a partir de los sistemas educativo, religioso y de los medios de comunicación. Lo que el pensador italiano entiende como la imposición de la “hegemonía cultural” de las clases dominantes sobre las “clases subalternas” para que los dominados vivan  su sometimiento como algo natural y conveniente, inhibiéndose así su potencialidad revolucionaria. Hasta el punto de que con conceptos como “patria” o “nación”, las clases dominantes generan en el pueblo un sentimiento de identidad con ellas,  constituyendo de ese modo un “bloque hegemónico” que amalgama a todas las clases sociales alrededor de un proyecto burgués. Bloque dominante, por otro lado, que entrará en crisis cuando no pueda resolver los problemas de la colectividad ni imponer a toda la sociedad su propia concepción del mundo. A partir de ahí, y si la “clase subalterna” aporta soluciones a los problemas irresolutos y, además, adhiere a otros estratos sociales, ésta se convertirá a su vez en clase dirigente, y en consecuencia en “bloque social hegemónico". Por consiguiente, “el momento revolucionario - escribe Gramsci con lucidez - aparece no sólo a nivel político, cultural, moral, sino que traspasa a la sociedad en su complejidad arremetiendo contra todo el bloque histórico, es decir contra el conglomerado de la estructura y superestructura, las relaciones sociales de producción y sus reflejos ideológicos”. Como vemos, reflexiones de gran interés que, además, se extendieron también a ámbitos culturales, educativos, sociológicos, antropológicos y lingüísticos, pero que por evidentes razones de espacio sólo evocamos aquí. En cualquier caso subrayar, eso sí, que esas aportaciones gramscianas constituyen hoy una herramienta valiosa para dilucidar la actualidad y los cambios (políticos, culturales, ecológicos, etc.) que en ella se están operando. Es decir, según Rubén Zardoya, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, se trata pues de “una obra que se levanta sobre el cimiento de la concepción marxista de la historia, en particular, de la formación social capitalista y de la Revolución Comunista, y constituye una forma específica de su existencia, un momento peculiar de su producción y reproducción, incomprensible al margen del estudio de los restantes momentos lógicos e históricos de esta concepción”. Por tanto, dura de roer por quienes quieren convertir a Antonio Gramsci en un teórico inofensivo para el capitalismo, o crítico con Lenin; pues el gramscismo no es “menos duro” o “más humanista” que el leninismo, sino que el tránsito del capitalismo a su fase imperialista de desarrollo exige (tanto a Lenin como a Gramsci) replantearse las modalidades de lucha y la de la nueva articulación de las masas al partido revolucionario. En definitiva, una obra genial compilada en esos Cuadernos de la cárcel, que por su rica aportación al marxismo y al leninismo bien merece ser estudiada con detenimiento.

Autobiografía involuntaria

Tampoco carece de interés el legado epistolario dejado por Antonio Gramsci: quinientas cartas escritas con amor, pasión y no exentas de polémica durante su largo encarcelamiento. Una recopilación de misivas que representa realmente un revelador e interesante coloquio entre Gramsci y su familia (su madre Giuseppina, su esposa Julia, sus hijos Delio y Julián y su cuñada Tania) por un lado; y, por otro lado, entre él, sus camaradas del partido que como él defendían el “socialismo en un solo país” y un mundo en constante evolución. Una especie de autobiografía involuntaria que además de haber servido de soporte para el desarrollo del pensamiento gramsciano, permite conocer mejor la personalidad política y humana del intelectual revolucionario, y, como precisara años después el controvertido poeta, escritor y comunista cubano de origen italiano Italo Calvino (1923-1985), “podría ser leída por las jóvenes generaciones como un libro de memorias”. Además – añadimos nosotros –  oportuno e instructivo.

José L. Quirante

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