El análisis de la doble jornada forma parte de nuestro intento de entender la realidad de las mujeres trabajadoras para transformarla y sobre él nos posicionamos en un feminismo de clase. A veces queda fuera de este análisis cómo afecta fuera de la imagen de mujer trabajadora de mediana edad, y en este caso cómo afecta la carga de cuidados a las mujeres jóvenes.

Comenzaremos también mencionando que los trabajos de cuidados siguen siendo cubiertos principalmente por mujeres, y muchas mujeres jóvenes tienen sus primeras experiencias laborales cuidando peques, buscándoles del colegio, o por las noches. Así como tenemos más presencia en la formación reglada vinculada a los cuidados (formación en magisterio infantil y primaria, área social, enfermería,…).

Desde pequeñas, tanto la cultura como muchas veces la familia nos dirige al rol de cuidadora, que acabamos cumpliendo muchas veces sin darnos cuenta, o con un sentimiento de culpa al salir de él.

Lo primero que pensamos al hablar de cuidados son los que realizamos de mayores a menores, pero la situación de la juventud, con tantas dificultades para encontrar un empleo, y una vivienda que nos permita a nosotras mismas vivir de forma digna, nos dificulta enormemente poder tomar la decisión de tener hijos o hijas. Los datos de tasa de natalidad joven la situaban en 2020 en 44,45 por 1.000 mujeres de 15 a 25 años (datos FAD).

No son los cuidados a nuestros hijos/as los que nos suponen doble jornada, suelen ser a nuestros mayores, o a los menores de nuestra familia. Siempre esperamos que sea la mujer joven la que se siente a la mesa de los niños a controlar, la que salga del espacio del resto para que puedan continuar el ocio.

En 1981 se creó el término generación sándwich (Dorothy Miller, trabajadora social) para hablar de las mujeres que cuidan a dos generaciones, mayores y menores.

La situación ha cambiado desde la creación de este término, partiendo de que nuestra presencia en el mundo laboral era menor, la tasa de natalidad era mayor, y la edad de independizarse menor.

Ahora, la mujer joven que cuida lo hace con doble jornada, o sin poder acceder al mundo laboral, y por ello retrasando su independencia.

Las cuidadoras no profesionales dentro de la familia, se dividen en dos generaciones: la de parejas o hermanas, que son las más numerosas, y la de más jóvenes, hijas, nietas y nueras.

En esa última nos encontramos principalmente como hijas y nietas. Como nietas muchas veces vemos como asumimos cargas que los hijos hombres no, y que socialmente ni siquiera se espera de ellos que sea así.

Somos nosotras quienes acompañamos al médico, ayudamos a hacer papeleos, acceder a determinados trámites online, hacer la compra, limpiar,… Y de quienes se sigue esperando que lo hagamos, y juzgando si no cumplimos con ese rol impuesto.

Para ser cuidadora informal de un familiar basta con dedicar 1 hora a la semana a esto.

En las familias de extracción obrera existe una dificultad para acceder a cuidados profesionales muchas veces. Se une el coste de estos con las largas listas de espera para ayudas tanto profesionales como económicas. Ante eso, recaen principalmente sobre las mujeres. Esto provoca que la mujer deje su empleo, o trabaje a tiempo parcial, disminuyendo su tiempo de ocio también, y su seguridad económica. En el caso de las mujeres jóvenes, retrasamos nuestra entrada al mundo laboral, o trabajamos a tiempo parcial.

Mientras seguimos luchando contra este capitalismo que aparta de la vida pública a quienes cuidan y necesitan cuidados, dando migajas sociales para cubrir solo una mínima parte, debemos repartir esta carga sin roles de género.

No dejemos que este sistema deje fuera a gran parte de la sociedad por no ser directamente productivas, o lo que este sistema considera productivo, ya que los cuidados sostienen también este sistema.

Edurne Batanero

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