Que la crisis del sector financiero haya comenzado en esta ocasión por el SVB, es una consecuencia lógica de las turbulencias que las llamadas “Big Tech” venían arrastrando desde finales de 2022. Así lo contamos en Unidad y Lucha hace unos meses. A partir de aquí, que la metástasis se extienda, es algo normal atendiendo al alto nivel de interdependencia e interconexión que el sistema financiero y la economía, en todas sus ramas, tiene de manera creciente.

La principal preocupación debiera ser que lo que se nos presenta como causa de una crisis generalizada (aún por profundizar) del sistema capitalista, es en realidad, una consecuencia, quizá una de las más tempranas en manifestarse, del funcionamiento generalizado de un sistema en descomposición. Pero vivimos en un mundo donde los villanos son héroes emprendedores y la honradez, la lucha y la empatía, principios que no encajan en una sociedad que favorece la competitividad y ganancia a toda costa.

A partir de este análisis de brocha gorda que con acierto, el PCPE supo situar desde el primer momento en que se hizo manifiesta la cuestión, podemos pasar a poner el acento en otros elementos relacionados con el fenómeno central. Y sobre factores secundarios, hay mucho capítulo que abordar después de tan clarificador y brillante prólogo.

Está claro que para que una entidad bancaria o cualquier empresa quiebre, es necesaria una conjunción de factores.

Uno principal, que concluimos es el sistema en general y su proceso degenerativo, y unas causas concretas que en determinado momento hacen colmar el vaso. En este caso,  capaz de provocar una cascada, que en forma de tsunami, arrasa al resto del sector financiero y a la economía capitalista en general, destruyendo fuerzas productivas y regando el mundo de miseria.

Entre esas causas concretas, que analistas y prensa del oficialismo marcarán, aparecerán las malas decisiones empresariales, las inversiones en bonos e hipotecas basura, las exposiciones a riesgos insuficientemente garantizados, a procesos desregulatorios, a pánico o corridas bursátiles o a mil y un caprichos del destino.

El sistema financiero es la joya de la corona de un capitalismo financiarizado hasta la criptoestupidez. El miedo al crack pone de manifiesto la tremenda fragilidad de un sistema que demuestra que no tiene una base material que le haga de soporte. Se viene sosteniendo sobre la base de una ficción económica. De una ilusión de normalidad y crecimiento…

El sistema financiero es a la vez pilar y verdugo de la esfera productiva. Es un tumor que ha crecido como parásito de un capitalismo clásico que enfermó hace ya muchas décadas, pero que a su vez, le da sostén y le provee de cuerpo. El alma de lo que fue hace tiempo que desapareció y como un espectro montado en su Babieca, sigue arremetiendo contra los pueblos y las capas populares. Es un gigante con pies de barro que amenaza con derrumbarse sobre el mundo.

Pero el Estado, eso que todas y todos mantenemos, sirve de garante total y absoluto de  viabilidad de los grandes monopolios. Facilita sus procesos de centralización, sin concentración previa,  ante la des-substanciación del capital y la desvalorización generalizada. Sin beneficio no hay producción, ni reproducción, ni sociedad, ni… y bajo esa amenaza, la condonación de deudas, el rescate bancario infinito, la flexibilización legislativa “ad hoc”. La mayoría social como garante del proceso de acumulación de una minoría que escala en su proceso de desposesión de lo colectivo. No para crecer más, sino para no decrecer, para alargar, no su agonía, sino la nuestra.

Pero a esta historia, última entrega de una saga de degradación, de conclusión de una etapa para la humanidad, le queda por escribir el epílogo. Esa conclusión que no está elaborada y cuyo desenlace dependerá de la lucha organizada y acertada que seamos capaces de enfrentar.

Kike Parra

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