Antes de empezar a desarrollar el artículo lanzo un aviso al lector, en estas líneas no se encontrará una defensa ideológica del modelo económico y social chino ni tampoco un ataque furibundo equiparando a China con el imperialismo cual burdo trotskista. En primer lugar, por mi incapacidad teórica e intelectual para dimensionar y abordar desde posiciones científicas la complejidad de las relaciones sociales, económicas y de la lucha de clases en China; y en segundo lugar, por que el objeto del artículo es esbozar el papel chino en el tablero mundial, y cómo en el marco de una ofensiva global del imperialismo estadounidense y de su sucursal europea, China está desarrollando una política exterior basada en el respeto a la soberanía de los estados y en el beneficio mutuo.

China se ha convertido en el enemigo número uno del eje atlantista dirigido por los Estados Unidos, que se ve en franca decadencia e incapaz de conservar la hegemonía económica, militar y hasta cultural ante el gigante asiático. No entraré a valorar la validez o no del modelo chino, pero es evidente que ha conseguido enormes e inimaginables gestas en muy pocas décadas. Y es importante tener en cuenta estos grandes avances para dimensionar el papel de China y sus objetivos en el escenario mundial.

Después de largas y francamente aburridas conversaciones sobre si China es capitalista o no, no he llegado a ninguna conclusión más allá de la certeza de que a los chinos les funciona. En China, con 1.400 millones de habitantes (que se dice rápido), se ha eliminado el hambre y la pobreza extrema, el desarrollo tecnológico ha sido gigantesco, y en 30 años, por no decir 20, ha pasado de ser un país atrasado, a ser la fábrica del mundo y ser hoy la vanguardia tecnológica y científica en todas las áreas que podamos imaginar (computación cuántica, las IT, sector aeroespacial, biotecnología, energía, construcción…). No hay área del conocimiento ni de la técnica en el que China no esté a la cabeza o rivalice estrechamente con occidente.

Todo esto dirigido por un Partido Comunista que aplica una cosa rara llamada “un país, dos sistemas” en el que conviven el capitalismo más salvaje y la planificación económica. Personalmente nunca creí que funcionara, siempre sostuve que la nueva oligarquía acabaría reivindicando sus intereses y que el Partido sería devorado por el capitalismo, pero como tantas otras veces, me equivoqué. El Partido Comunista Chino, por el momento, ha conseguido enjaular a la bestia, y el sector privado está fuertemente regulado, en los últimos años se ha visto como el sector privado de la construcción, la educación y el financiero han sido drásticamente constreñidos ante unos excesos que ponían en riesgo los principios socialistas del Partido, hasta magnates como Jack Ma (Alibaba y Grupo Ant) se ha autoexiliado después de que se le limitara por ley la capacidad de seguir acumulando riqueza (y poder, obviamente).

Con la llegada a la presidencia de la República y del Partido de Xi Jinping se ha iniciado una nueva etapa en la que se está corrigiendo el desarrollo del capitalismo en China, impulsando políticas sociales encaminadas a limitar el poder corporativo y favoreciendo a la clase obrera y campesina chinas.

En el lado opuesto, los Estados Unidos se encuentran ante una realidad marcada por la decadencia económica, social y cultural. Han dejado de ser la potencia hegemónica. Y la única forma en que puede o sabe defender su posición de primera potencia es con la violencia económica y militar. EEUU ha incendiado todas las regiones del planeta, ya sea con guerras, terrorismo o golpes de estado y ha usado la supremacía del dólar para chantajear y destruir países.

La guerra económica y los bloqueos financieros y comerciales han sido posibles gracias a un dólar al margen del patrón oro y sustentado por la economía petrolera. Pero hoy nos encontramos ante un cambio civilizatorio, de transición de una economía basada en la energía fósil a una basada en energías como el hidrógeno, las renovables y la prometedora fusión nuclear.

Es en este contexto de debilidad del (petro)dólar, en el que China ha desplegado una ofensiva para desdolarizar sus intercambios comerciales, firmando decenas de acuerdos para comerciar en yuanes y en otras monedas. En paralelo impulsa alianzas regionales como la OCS y los BRICS, en la que hasta países como Arabia Saudí han mostrado interés.

En el terreno económico China está asestando duros golpes al dólar, pero también en el militar, mientras los EEUU promueven guerras en todo el mundo, China se alza como fuerza mediadora y facilitadora de acuerdos entre las partes, un hecho significativo vuelve ser Arabia Saudí, una atroz dictadura petrolera aliada de los EEUU, que recientemente ha empezado a restablecer las relaciones diplomáticas con Irán, ha dejado de promover la guerra en el Yemen y ha solicitado el ingreso en los BRICs, algo que ha causado la ira de los EEUU.

En el conflicto de Ucrania, China también se ofrece como parte facilitadora de una salida pacífica al conflicto. En África, la cooperación china, basada en el respeto mutuo hace de barrera al terrorismo islamista alimentado por los EEUU y Francia como excusa para la presencia militar occidental y el sometimiento de los gobiernos locales a sus intereses.

La cooperación con América, África y Asia en todos los campos está permitiendo que decenas de países vean la posibilidad de sustituir su dependencia de los dictados de Estados Unidos por un marco de relaciones internacionales que respeta su soberanía y sus intereses nacionales. Esta realidad asusta al imperialismo atlantista, que intenta mediante sanciones económicas limitar el poder chino a la vez que aumenta las provocaciones militares entorno a Taiwan y el Mar de China abriendo bases en Filipinas, abriendo oficina de la OTAN en Japón y nuclearizando aún más Corea del Sur.

Ferran N.

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