"…Llueve.

Y ponemos

Como troncos

Pilas de muertos

Al lado del crematorio

Ayer talaron

El bosque humano

 

Son livianos y secos

Los troncos humanos

Son como agujas de pino

Pesan demasiado

Solo para el corazón que no es capaz

De levantarlos.

 

Llueve

El capataz es estricto

Y muy ordenado:

A la derecha las cabezas

A la izquierda los pies

Los pies en el polvo de la tierra soviética

Tierra francesa

Tierra polaca.

 

Y solo las manos

Hasta muertas siguen rebeldes

Rompiendo aquí la simetría

Con amenaza levantan al cielo

Sus entumecidos puños de cadáveres…"

 

Estos son los recuerdos del poeta antifascista letón Eižens Vēveris, quien sobrevivió de milagro a los campos de concentración nazis. En los años de la Segunda Guerra Mundial, durante la ocupación alemana, en Letonia hubo 23 campos de exterminio, siendo el más conocido el de Salaspils. Salaspils fue el centro más importante de extracción de sangre de niños y bebés prisioneros para los soldados alemanes heridos.

En la Letonia de hoy el nombre de Eižens Vēveris está oficialmente olvidado y, con el auspicio de su actual gobierno, se publican libros que llaman al crimen de Salaspils "parte de la propaganda soviética y rusa". Afirman que los niños que estuvieron allí "tuvieron más suerte" que los niños de otros campos de concentración. En la Letonia actual, también destruyen masivamente los monumentos a los vencedores del nazismo. Según el ministro de justicia, los sitios memoriales a los héroes soviéticos representaban un "peligro para la independencia" de su país. Incluso no sólo prohibieron celebrar el Día de la Victoria sobre Hitler, sino que declararon esa fecha "día de luto nacional". También organizan abierta y oficialmente marchas fascistas en homenaje a los colaboradores letones de los nazis alemanes. Nadie se acuerda de que todo esto empezó varios años antes del inicio de la Operación Militar Especial rusa contra los hermanos ideológicos del gobierno letón en Ucrania. Lo más gracioso es que oficialmente los "ocupantes" y los "fascistas" en Letonia son los rusos, y no solo los rusos de Rusia, sino también los de su país.

Lo más escandaloso de la decisión del Gobierno letón fue que no generó ningún escándalo. No lo provocó ni siquiera cuando la república apenas había logrado su independencia de la URSS en 1991, y declaró "no ciudadanos" a 740.000 habitantes rusos de Letonia. Es una práctica única en el derecho internacional, quitar el derecho a los rusos de Letonia a votar, a ser elegidos y a trabajar en los organismos del Estado. Para ser ciudadano había que demostrar su residencia o la residencia de sus familiares en Letonia antes de la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué?

Retrocediendo un poco hacia el pasado reciente, veremos que en esa guerra, Letonia perdió casi un tercio de su población. Por ello, en los primeros años de posguerra, en la república hubo una urgente necesidad de personal calificado y una aguda escasez de mano de obra y falta de personal intelectual. Junto a la integración de Letonia en el espacio económico de la URSS, lo que implicó un fuerte desarrollo de la industria, la construcción y el transporte, se necesitaba mucha mano de obra capacitada. Por eso varias instituciones, empresas y organizaciones soviéticas enviaron a Letonia, al igual que a las otras dos repúblicas del Báltico, decenas de miles de jóvenes especialistas y obreros de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y de otras partes de la Unión Soviética, a quienes la actual propaganda estatal letona llamará "ocupantes".

Mientras que en 1935 vivían en Letonia algo más de 200.000 rusos, en 1989 su número había aumentado a 905.500. Según los datos de 1987, el 61,9 % de los que trabajaban en la industria y en la construcción no eran letones étnicos, sino rusos, ucranianos y bielorrusos en su enorme mayoría. De ellos, el 66,2 % también se ocupaba del transporte, el 54,7 % de los servicios públicos y de consumo y el 46,6 % de la educación pública. Pero los puestos de mayor prestigio, en vez de ser ocupados por los "ocupantes", fueron tomados por los letones. Entre los secretarios del Comité Central del Partido Comunista, fueron el 80 % de los ministros y presidentes de comités estatales, el 83 % de los dirigentes de gobiernos locales, el 77 % de los trabajadores de la cultura y el 73,6 % del arte. Algunas cifras más para entender mejor la composición étnico-lingüística de la Letonia Soviética: la población rusa de Letonia llegó a ser un 34 % en 1989. Al mismo tiempo, el ruso era la lengua materna del 42 % de los habitantes del país, ya que esta lengua era hablada no sólo por los rusos étnicos, sino también por la enorme mayoría de los bielorrusos, judíos, polacos y, aproximadamente, por la mitad de los ucranianos. En la capital de Letonia, la ciudad de Riga, un 58 % de su población consideraba al ruso su idioma natal.

De las tres repúblicas del Báltico, incluyendo en este grupo a Lituania y Estonia, Letonia ha sido en el periodo soviético la más desarrollada económicamente y la más rusificada. Los que hablaban y pensaban en ruso llegaron a ser casi la mitad de su población, así que con la nueva agenda antirrusa y anticomunista que se impuso en todas las repúblicas exsoviéticas "liberadas de la tiranía rusa", este era un problema que había que resolver.

Debían hacer a Letonia invivible para los rusos. Esta es una de las explicaciones de por qué las prácticas letonas del apartheid antirruso son las más extremas.

Con la 'Perestroika' y la independencia de Letonia, las élites nacionales de la república, protagonizaron un brusco giro del socialismo al capitalismo para afirmar su poder, como en el caso de Ucrania y de los vecinos países del Báltico, y de inmediato armaron su propuesta ideológica basada en dos ejes: el anticomunismo y el odio a Rusia, convirtiendo su flamante proyecto de Estado en una oferta irresistible para la OTAN. Es un proyecto muy parecido al del Paraguay de Stroessner, a cambio de una alianza colonial e incondicional contra el enemigo, en el caso de Latinoamérica por "la amenaza comunista" y, en el caso de Europa Central, "la amenaza rusa". Los EEUU y los estados democráticos de Europa no ven la esencia fascista de los regímenes que están sosteniendo. Aquí no pasa nada.

Por eso la prensa democrática internacional nunca le dirá a usted, que el Parlamento letón hace poco aprobó una ley que priva de la ciudadanía letona a las personas que tengan una segunda nacionalidad, que apoyen de alguna forma a Rusia o que alguna vez hayan expresado alguna simpatía por el Donbass. El hecho de no condenar la política rusa también se considera "apoyo a Rusia". Si alguien no expresa simpatía por la "democracia ucraniana", esto también puede ser considerado como apoyo a Rusia. Esta ley fue presentada al Parlamento por el ministro de Justicia, Dzintars Rasnacs, militante de la asociación nazi 'Visu Latvijai!-Tēvzemei un Brīvībai' (VLTB, 'Todos por Letonia-Patria y Libertad'), aunque, supuestamente, la propaganda nazi en el país está prohibida. El Servicio de Seguridad del Estado de Letonia (SGB) se encargará de identificar a los enemigos y de privarlos de la nacionalidad. Según la nueva ley, en estos casos no es posible recurrir ante los tribunales para apelar. Esto ya no es sólo contra los rusos-letones, sino contra los letones-letones también, que, defendiendo a Rusia, pierden el derecho a ser letones.

Por la misma razón, menos aun se hablará al mundo de una inminente expulsión legal de alrededor de 6.000 rusos que pasaron toda su vida en Letonia, que con su trabajo y sus conocimientos hicieron un enorme aporte en su desarrollo, y que ahora, "por no aprobar el examen del idioma letón", van a perder automáticamente el derecho de seguir residiendo en el país que en los tiempos soviéticos también llegó a ser su patria.

Oleg Yasinsky


Artículo publicado en RT

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