En la Convención Internacional contra las Municiones de Racimo, firmada en 2008, en vigor desde 2010 y respaldada por más de 120 Estados, se prohíbe la fabricación, la venta y el uso de esa clase de bombas. Son un armamento especialmente criminal: al dispararse, se disgregan en gran cantidad de pequeñas bombetas que se esparcen por áreas muy amplias. Así, durante décadas mutilan y matan indiscriminadamente a la población civil (muchas veces niñas y niños). De esto saben muy bien, por .ejemplo, en Camboya, que después de ser intensamente bombardeada por EE. UU. con bombas de racimo hace más de 50 años, aún hoy sufren víctimas nuevas. También en Irak, por las dos guerras desatadas por EE. UU.-Reino Unido; y en Yemen, a manos de Arabia Saudí.
Uno de los principales impulsores de dicha Convención de 2008 fue el entonces primer ministro socialdemócrata de Noruega, Jens Stoltenberg,; hoy Secretario General de la Organización Terrorista del Atlántico Norte. Mientras el imperialismo esté en una posición de fortaleza, puede permitirse guardar ciertas apariencias, pero cuando lucha por mantener su hegemonía militar, se caen todas las caretas: el mismo Stoltenberg declaró cínicamente que ahora el envío de bombas de racimo al ejército ucraniano es "una cuestión individual de cada país" otanista.
Así, a principios de julio, Biden autorizó el suministro de este tipo de bombas a Kiev, porque "los ucranianos se están quedando sin munición" en la tan cacareada 'contraofensiva' que el ejército ruso está resistiendo notablemente. Esta forma de expresarse de Biden pone de manifiesto el verdadero carácter del enfrentamiento: es la guerra de la OTAN (con armamento OTAN, con sus tácticas) contra Rusia en suelo de Ucrania. El ejército ucraniano es nada más que el ariete y la carne de cañón del imperialismo, formado por una mezcla entre altos mandos y parte de la tropas con una ideología muy frecuentemente nazi-fascista, por un lado; y por el otro, jóvenes ucranianos de clase obrera, reclutados a la fuerza y mandados al matadero por intereses claramente ajenos (de nuevo los de la OTAN, obvio). Mientras, los hijos e hijas de los burgueses ucranianos están de discotecas en Kiev, Londres o Nueva York.
Al principio, el anuncio de Biden fue criticado, también entre sus propias filas: quienes tratan de justificar un imperialismo ”progre, con rasgos humanitarios” lo tuvieron más difícil para tratar de mantener esa farsa los primeros días, porque la extrema criminalidad de las bombas de racimo es más que evidente. Pero pasados esos días, su silencio es atronador. Casi tanto como el ruido de las explosiones con las que, de manera casi constante, el ejército ucraniano bombardea, hiere y mata a la población civil en las ciudades y pueblos del Donbass (Donetsk, Gorlovka, Izium, etc.) y otras zonas rusas limítrofes (Belgorod). Algunos días se han llegado a contabilizar hasta 30 proyectiles con bombas de racimo.
El imperialismo, vertebrado en torno a la organización criminal OTAN como su brazo armado, no va a dudar en utilizar todo el armamento que tenga en sus manos. No hay ni un mínimo resquicio de ética que le valga al capital: desde hace meses ya venían utilizando minas antipersona camufladas (conocidas como 'mariposas' o 'pétalos'), ahora han escalado al uso sistemático de las bombas de racimo... y todo apunta a que el próximo paso será el uranio empobrecido. De hecho, a principios de septiembre, el secretario de Estado estadounidense Blinken ha anunciado que enviará al ejército de Ucrania munición con uranio empobrecido por valor de unos 10 .000 millones de dólares.
Urge que por todos lados levantemos movimientos obreros y populares contra el imperialismo y contra la OTAN (su máxima expresión), por la paz entre pueblos. Nos va literalmente la vida en ello. Allí y aquí.
Fernando