Para el imperialismo yanqui y sus lacayos, entre ellos el servil gobierno más sé qué de la historia de España, la reverenciada libertad de expresión es un concepto selectivo. Es decir, es producto del color del cristal con que se mira. En este caso el color que impone el criminal poder del capital y del Imperio. Nada insólito para quien quiera verlo. Es decir, para las personas que, diferenciándose del proceder del avestruz, se alzan sobre la melé y no se dejan mangonear miserablemente. Por consiguiente, a ese poder omnímodo y tiránico sólo le interesan los periodistas y los medios de comunicación que les rinden sin rechistar sumisión y pleitesía. ¡Que para eso les pagan, carajo! Sin embargo, ellos son los buenos de la película que nos largan cada día. Los que se jactan de poseer la ilusoria “verdad objetiva” de todo cuanto acontece en este decrépito, injusto y arbitrario sistema capitalista. Y la mayoría del personal se lo embucha a pies juntillas. Aquí, allí y acullá. Y luego, más allá, en un espacio difícil y recusado, estamos los otros periodistas y aspirantes a serlo que con nuestros textos, que deseamos mordaces e incisivos, intentamos demoler la estrategia goebbeliana del poder mediático burgués de “mentir, mentir, que algo quedará”. Somos, por ello, y porque luchamos para que prevalezca la verdad, los villanos de la historia que ellos reescriben cada vez que sale el sol. Por tanto, merecedores de ser vilipendiados, perseguidos y, llegado el caso, si necesario, asesinados.

Son los casos, por ejemplo, del periodista australiano y fundador de “Wikileaks”, Julian Assange, que por desvelar las atrocidades cometidas por EEUU en medio mundo corre el riego de ser extraditado a ese país y ser condenado a cadena perpetua o a la pena capital; es igualmente el caso del administrador norteamericano de sistemas informáticos Edward Snowden, acusado de espionaje por EEUU por haber divulgado una serie de revelaciones que demuestran la vigilancia que las agencias de inteligencia norteamericanas, en colaboración con otros países aliados, han ejercido y ejercen de manera masiva sobre la población mundial; asimismo es el caso del articulista del “Washington Post”, el disidente saudí Jamal Kashoggi, asesinado y desmembrado impunemente en el interior del consulado saudí en Estambul en octubre de 2018. Por no citar las decenas (se desconoce la cifra exacta) de periodistas perfectamente identificados asesinados durante los bombardeos sionistas sobre Gaza; sin que ningún organismo internacional en defensa de la libertad de informar alce la voz. ¿Qué no habría pasado si tamaña bestialidad hubiera ocurrido en Cuba o en China?

Periodismo honesto y valiente

Comentario aparte merece Pablo González Yagüe, reportero español nacido en Moscú en 1982, nieto de un niño de Rusia exiliado como consecuencia de la Guerra Civil Española, y detenido en Polonia desde hace año y medio mientras ejercía su profesión en la guerra de Ucrania, acusado, sin prueba pública alguna, de ser un espía ruso.Justificado, en mi opinión, por tres razones: por su singular biografía que lo hace particularmente interesante a los ojos de cualquier observador; por su trabajo periodístico honesto y valiente, situando el conflicto ucraniano en su verdadero contexto geo-político, y que tanto detestan el Imperio y sus vasallos; y en tercer lugar, por el comportamiento medroso e infame del gobierno español al no exigir la defensa incondicional de sus derechos y su repatriación inmediata. Tan presto él a defender siempre cualquier bufonada de las gusaneras cubana o venezolana. Pero ya conocéis el refrán, “donde hay patrón no manda marinero”, y aquí el marinero, como todos los de la UE, son los perritos falderos del despótico Tío Sam.

José L. Quirante

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